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México D.F. Domingo 16 de mayo de 2004
Guillermo Almeyra
Israel, Irak y la barbarie
El Papa y el Vaticano se inquietan, con justa razón, ante los hechos en Irak que, dicen, amenazan la subsistencia misma de la civilización. Pero la política de Israel en Palestina, sostenida por Estados Unidos, no es menos bárbara que la que lleva a cabo Bush con la ocupación de Irak. Publicaciones europeas de los medios de negocios, como The Economist y el Financial Times, ambos de Londres, exigen a gritos la renuncia del secretario de Defensa estadunidense, Donald Rumsfeld, mientras el gobierno español acusa directamente al de Estados Unidos de diseñar y aplicar desde noviembre último, al menos, una política inhumana y terrible de terrorismo militar en Irak, y la viuda de un carabinero italiano muerto en ese país conmueve a Italia declarando que su marido le había hablado reiteradamente, desde hacía meses, sobre las terribles torturas a los prisioneros iraquíes.
Como en siglos pasados, el vencedor militar recurre sistemáticamente a la destrucción de los bienes y de la cultura de los vencidos, a las violaciones, las torturas, la humillación de los prisioneros, su degradación humana, para tratar de asentarse sobre la base del terror.
Esta política terrorista, igual que la que aplica Israel en Palestina, se apoya sobre la convicción racista, propia de colonialistas neonazis, de que el pueblo que oprimen y degradan es inferior, incluso subhumano, como declararon en la Knesset israelí. La decisión inhumana de practicar el asesinato selectivo, cualquiera sea el costo en otras vidas, de los dirigentes palestinos que el gobierno de Israel considera que pueden y deben ser cazados como fieras; la discusión pública sobre la oportunidad de asesinar al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, y el tema de la expulsión masiva de millones de palestinos de sus propias tierras, retrotraen al mundo a épocas terribles superadas hace más de un milenio. El actual colonialismo israelí en Palestina o el estadunidense en Irak superan en horror al del siglo XIX y combinan el racismo clásico con el moderno terrorismo y racismo de Estado inaugurado por los nazis; la ignorancia histórica y el pánico de los ocupantes ante todo un pueblo -hombres, mujeres y niños- que lucha por su liberación igualan a los ocupantes israelíes con los estadunidenses y sustentan la maquinaria del terror de Estado.
El mundo debe poner fuera de la ley al gobierno de Israel y al de Estados Unidos por sus continuas y aberrantes violaciones a la legalidad internacional y a los principios mismos de la civilización, tal como lo hizo anteriormente con el régimen de los boers sudafricanos, cuyas atrocidades, sin embargo, eran menos terribles que las de Israel o las de Bush el asiático.
Los gobiernos que callan o consienten y que se niegan a elevar su protesta son cómplices de la destrucción de la civilización y de la condena a muerte de las Naciones Unidas, a las que Washington remplaza por el uber alles nazi.
La filosofía que rige las torturas en Irak es la misma que impera en Guantánamo y es la base de los sufrimientos impuestos al pueblo cubano y ahora a los sirios: la idea de la responsabilidad y culpabilidad colectiva de los pueblos. Cualquier iraquí puede ser asesinado o torturado porque hay iraquíes que resisten; todos los ciudadanos del país invadido son rehenes y víctimas potenciales del ocupante criminal y en cualquier momento los invasores pueden cometer asesinatos colectivos, como los que hicieron los nazis en Lídice y Oradour sur Glane, o los yanquis en Hiroshima, Nagasaki y My Lai.
Los planes israelíes de ocupar con colonos más territorios palestinos y de reducir a éstos a la supervivencia en pequeños enclaves aislados, que serían otros tantos bantustanes, sólo pueden ser aplicados mediante el terrorismo masivo. De ahí el terrible odio de la población palestina, que se expresa también en manifestaciones bárbaras, como la transformación en trofeos de los cadáveres de soldados israelíes muertos por la resistencia. Porque la barbarie de los fuertes origina y hace crecer también la de los agredidos, la de los cotidianamente humillados, y no solamente entre ellos sino también entre los millones de personas -árabes, sobre todo, pero no únicamente- que no creen en la vigencia de la legalidad internacional y de relaciones civilizadas y sólo confían en la violencia ciega para poder ser reconocidos como seres humanos. Quien siembra vientos recogerá tempestades, dice el proverbio.
La clave de la defensa de la civilización, desgraciadamente, está en manos del pueblo del cual salen los torturadores y que da el humus de barbarie e incultura que explica la subsistencia de los Bush y la impunidad de los Rumsfeld. Pese al racismo profundo que caracteriza su formación cultural (y que da la base a los Huntington, con sus teorías racistas contra los latinos), ese mismo pueblo pudo entender finalmente el carácter bárbaro de la destrucción sistemática de Vietnam, Laos y Camboya y acabar con una guerra infame. Hay que esperar, por lo tanto, que con la ayuda del repudio internacional a la barbarie estadunidense, el pueblo de Estados Unidos repudie a Bush e imponga la inmediata retirada de las tropas que martirizan al pueblo iraquí y la condena al gobierno racista y colonialista de Israel, que Bush prohíja y protege. Un llamado solemne al pueblo estadunidense de las organizaciones latinoamericanas y de todo el mundo no podría ser ocultado por los medios, sobre todo cuando parte de éstos trata de diferenciarse de la política criminal del Pentágono y de la Casa Blanca.
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