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México D.F. Jueves 13 de mayo de 2004
Sergio Zermeño
La Presidencia negativa
El cuarto año de un sexenio es, por lógica, en el que los presidentes deben ser más poderosos, y sin duda han sido más poderosos (el foxismo es excepción): las influencias del anterior régimen ya son menores, el Congreso de la Unión ha sido renovado, el equipo de gobierno se ha depurado donde no funcionaba y las presiones sucesorias aún se encuentran lejos. Por algo es el año en el que la tercera parte de las gubernaturas, muchas estratégicas, se renuevan.
Pero en esta ocasión las cosas están yendo por un camino muy distinto: el poco accionar del Presidente no está dirigido a ninguna empresa, a ninguna iniciativa constructiva, a ningún cambio significativo que aproveche el supuesto momento de poder, sino que su desempeño es a la negativa: de desmantelamiento y de destrucción en los frentes más significativos de la vida de nuestro país.
En este 2004 ha dilapidado sus fuerzas en desprestigiar al político de mayor aceptación en México, que es, a todas luces, Andrés Manuel López Obrador, pero lo que ha resultado irónico es que, sirviéndose de los más poderosos aparatos de Estado en la búsqueda de tal objetivo, el resultado le ha sido contraproducente.
Ahora bien, dejando de lado la magnificada esfera de la política, el balance es aún más deficiente en el terreno de las obras materiales. ƑCuántos meses lleva el presidente Fox escudándose en el empantanamiento legislativo para justificar su propia parálisis? Pero lo peor es que lo que él llama "las reformas estructurales" (término que todos terminamos repitiendo como pericos) no es otra cosa que un proyecto derrotista. Se acepta que el gobierno mexicano es incapaz de administrar correctamente la producción de petróleo, gas y electricidad, y en consecuencia deben pasar a manos del capital privado (léase extranjero en 90 por ciento). Esto, como ha quedado claro en tantas ocasiones, es un bochorno: en una época de altos precios del petróleo, una empresa que transfiere al erario nacional 60 centavos de cada peso de sus ganancias tiene que ser vendida a los capitales trasnacionales, no puede ser modernizada ni permanecer bajo control nacional, como Chile hizo con su cobre (Pemex informaba esta semana, como queriendo llevar al extremo la bancarrota, que la empresa perdió 75 por ciento de su patrimonio en los últimos cuatro años, debido a su acelerado endeudamiento).
Un hombre con cultura empresarial, como se nos vendió la figura de Vicente Fox, que gerenció exitosamente a la empresa Coca-Cola y que ahora cuenta con todos los medios del Estado, aparece con los brazos caídos ante el reto de poner a producir una mina en Jauja. Pasa los meses dorados de su Presidencia pidiendo a otros que se encarguen del mejor negocio de su tiempo: "le vendo mi tractor para poder alimentar a los míos", parece rogar cada que aparece el tema de las reformas estructurales.
Lo que Fox ha puesto en claro con esta Presidencia negativa es que la lógica de la empresa privada se encuentra muy alejada de la lógica de Estado. En realidad este Presidente no logró pensar en un proyecto para toda la nación. La imagen que más conviene a su conducta es la del caballo de Troya: alguien que se interna en un espacio ajeno y que una vez ahí lo desmantela en favor de los suyos, que se encuentran en otra parte.
Para acabarla de amolar, destroza también la coherencia y los principios de nuestra política exterior al no oponerse de la misma manera a las violaciones de los derechos humanos en Cuba, en las cárceles de Irak, en Guantánamo y en nuestro propio país (sólo por esto último debió haberse abstenido en Naciones Unidas).
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