México D.F. Miércoles 12 de mayo de 2004
Javier Aranda Luna
La televisión pública y el derecho a la imaginación y a la memoria
La televisión mexicana ha cambiado de manera acelerada en los años recientes. La segmentación de los públicos es parte esencial de esos cambios. Por eso ahora aunque los ratings siguen siendo importantes, los programadores y publicistas pretenden alcanzar nichos de audiencia cada vez más específicos.
En el país, la televisión pública se ha beneficiado de esa segmentación. Digo pública y no de Estado, porque su fin es dar servicio a un público. Me corrijo: no a un público, sino a los varios públicos que requieren programas de entretenimiento y cultura del más alto nivel de todo el mundo.
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas, 90 por ciento de los hogares mexicanos cuenta por lo menos con un televisor. Aparato que permanece encendido siete horas al día y que cada persona ve, en promedio, cuatro. Todos sabemos que más de 90 por ciento de los televidentes prefieren la televisión comercial. Resulta poco conocido, sin embargo, que el público de canales como el Once y el 22 cuentan con una especie de voto duro que resiste los partidos de futbol o la nueva entrega de Big Brother.
La historia de la televisión pública o cultural en el país no es nueva. En 1952 -dos años después del inicio formal de la televisión en México, cuya primera transmisión fue la lectura del cuarto Informe de Gobierno del presidente Miguel Alemán-, ya funcionaba un circuito televisivo de la Universidad Nacional Autónoma de México y, siete años después, surgió Canal Once del Instituto Politécnico Nacional.
El nacimiento de Canal 22 es más reciente. Surgió como una televisora pública de carácter cultural auspiciada por la Secretaría de Educación Pública y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes hace poco más de una década. Quien imaginó al 22, quien manifestó la necesidad de su existencia, fue el escritor Carlos Monsiváis cuando desapareció el canal 9 de Televisa como canal cultural.
Otro de los cambios que ha tenido la televisión mexicana y la de todo el mundo tiene que ver con la credibilidad. Sin ella los medios se debilitan. Ya no es posible engañar al público o controlar la información de los medios de manera impune. ƑNo intentó inútilmente el gobierno de José María Aznar controlar la información sobre los atentados del 11 de marzo en España para favorecer al Partido Popular? Y más aún: ante el intento de control informativo, Internet y los mensajes telefónicos se convirtieron en medios alternativos de gran eficacia. Tal parece que en este mundo globalizado toda forma de control informativo está destinada, más temprano que tarde, al fracaso.
La credibilidad es un ingrediente esencial para cualquier tipo de televisión. Y la credibilidad se construye principalmente en los noticiarios. No es casual que la credibilidad sea uno de los valores editoriales más importantes de cadenas como la BBC de Londres, la alemana Deutsche Welle o la television pública japonesa. Es lo que ha mantenido de pie a la BBC de Londres frente a los embates del gobierno de Blair.
Pero la credibilidad también se construye apostando por la diversidad cultural. Sobre todo si se trata de la televisión pública. En ella no debe ofrecerse, y por fortuna así ha ocurrido, una visión monolítica sino plural. Este debe ser uno de sus principales retos: proponer a la ''homogenización maniaca de Huntingnton" y sus aliados ''la manía de la diversificación" como quiere Monsiváis.
Se sabe, pero conviene recordarlo, que una de las ventajas de la televisión pública es su posibilidad de experimentación. Para animar la mesa de la cultura puede proponer nuevos modos de entretenimiento y dar cuenta de lo que ocurre con las principales formas artísticas y de pensamiento de todo el mundo. Su servicio a un público diverso hace que los recursos que recibe del Estado sean, más que un subsidio, una forma de financiamiento.
Mejor aún: una inversión, porque apostar por la cultura es apostar por el derecho de los hombres a la imaginación y a la memoria, a la invención del futuro y al reconocimiento de su pasado.
Los retos y perspectivas de la televisión pública en el país, son muchos. Sus ventajas sociales, también.
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