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México D.F. Miércoles 12 de mayo de 2004

Luis Linares Zapata

El PAN y la reacción

Por más esfuerzos propagandísticos que hace el PAN por situarse en el centro del espectro político ideológico del país, sus dirigentes lo llevan sin remedio al extremo donde tan cómodamente habita la derecha reaccionaria. A cada uno de sus frustrados intentos por modernizar su escuálido bagaje de ofertas a la ciudadanía, los panistas responden con llamados a las trincheras de su hermética capilla electoral y conjuran los viejos tufos del anticomunismo que les inoculó su incubación clerical. De esta promiscua manera, tanto Felipe Calderón como su rival para 2006, Santiago Creel, guían a la tribu por gastados denuestos y epitafios contra el régimen de gobierno adoptado por los cubanos desde hace ya largas décadas.

El primero, que debería concentrarse en diseñar y hacer aprobar una reforma energética de gran visión, se deshace en insultos, revestidos de crítica sincera y objetiva, acerca de las violaciones a los derechos humanos y las libertades políticas en la isla. Afirma que lo hace a título personal para distanciarse de la representación que porta y se alza como defensor de los supuestos de una democracia formal. Modelo éste que, dice, todo mundo debe perseguir. En sus alegatos convierte al gobierno de Castro en una feroz tiranía que llena de mazmorras y torturadores a su patria para sostenerse en el poder. Desde la atalaya por donde se asoma Calderón para avistar el mar Caribe nada distingue de la violencia propia contra las minorías indígenas o de género tan comunes en este suelo. Tampoco compara las millonarias expulsiones de compatriotas a quienes se ha negado todo derecho a una vida digna y sólo ve las atrocidades de Fidel contra sus opositores. Niega toda posibilidad de un complot tramado con perseverancia, pero sin astucia, por personeros de su propio partido en connivencia con funcionarios públicos, tal como afirma el señor Ahumada en el video de todas las incredulidades de Calderón y se confirma con innumerables datos que han sido, uno a uno, poco a poco, revelados en México. Los últimos descritos con lujo de detalle en el espléndido reportaje de la revista Proceso mediante telefonazos cruzados entre el Cisen y Carlos Salinas, de Ahumada con la encargada de los delitos electorales de la PGR y de esta intachable institución (limpia, al parecer, de toda participación y de torturadores o protectores de delincuentes organizados y cárceles clandestinas) con algunos personeros residentes en Las Vegas, precisamente en esos preparatorios días de febrero, vísperas de la exhibición de los videos de Ponce, Imaz y Bejarano.

El segundo, Santiago Creel, se erige en rijoso responsable de la seguridad nacional y descubre embozados agentes en dos diplomáticos cubanos, miembros además, y por si fuera poca cosa, del Partido Comunista de Cuba, al tiempo que trasmina y auspicia la sospecha de que se liaron, sin nombrarlos, con dirigentes del PRD, que son rápidamente identificados en el ámbito periodístico. Sale a relucir, con su fantasiosa narración de hechos, una conspiración para desestabilizar al país y retrotrae, a la gastada memoria de muchos de sus aliados las inveteradas costumbres destructivas y malsanas de los torvos comunistas. De esta ríspida y desleal manera, Creel (ahora también llamado el sonrosado tigre de Bucareli) dice fundamentar la cuasi ruptura de relaciones con el gobierno de Fidel Castro. Las pruebas documentales de sus afirmaciones, decididas por sí y ante sí, dignas de catalogarse como reservadas y, por ello mismo, alejadas del conocimiento general por unos 12 años. Un periodo insoportable y tramposamente adjudicado de tiempo a tan vital información. Para tan torpe propósito, Creel recurre a la ley de transparencia y comete un error que puede costarle más que su candidatura: la renuncia al puesto que tan medianamente desempeña. No tardarán quienes lleven ante el IFAI el caso para que éste determine la pertinencia con la que se clasificó lo que ya se cree inexistente documento, pero que sí alberga una serie de actos de espionaje sobre altos dirigentes de los partidos políticos nacionales.

Se dan entonces pruebas de una tendencia reaccionaria que domina las altas esferas decisorias del oficialismo panista. Con sus determinaciones y dichos han crispado el ámbito público a tal grado que los dos principales partidos de oposición, el PRI y el PRD, se han distanciado del Ejecutivo federal y no quieren ya reconocer a Creel como su interlocutor o tienen graves problemas de entendimiento y confianza para con él. La escisión provocada a raíz del escándalo Ahumada y su secuela cubana no es casual: la han ido sembrando con perseverancia, pero también con grandes torpezas conceptuales y de conducción. No hay, por ahora, las condiciones para el diálogo y la negociación para entender o apoyar los movimientos del gobierno de Fox ni para llevar a cabo las reformas legales que son indispensables para el funcionamiento de la fábrica del país.

Los tiempos venideros se entrevén turbulentos. Francos nubarrones se levantan ante las finanzas nacionales con la fragilidad del peso y la escalada de las tasas de interés en Estados Unidos, que afectarán el servicio de la deuda y los haberes presupuestales. La lucha electoral pondrá el complemento, tanto en este difícil año como en el venidero, donde se definirá la sucesión presidencial. Mala temporada para el panismo que, con sus irreductibles posturas reaccionarias, ha dividido todavía más al país.

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