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México D.F. Sábado 8 de mayo de 2004
Ilán Semo
La ruptura
Los antecedentes. Un recuento, incluso breve, de los saldos que arroja el año 2003 para el gobierno de Vicente Fox muestra un panorama poco ambiguo de acciones y pretensiones que se diluyen. Del ímpetu del 2000 sólo quedan el álbum de recuerdos y un cúmulo de frustraciones interminables: el PAN ha perdido seis puntos en las elecciones intermedias y (lo que importa) la tercera parte de su bancada parlamentaria; las reformas estructurales naufragan en las rechiflas del Congreso; la ilusión de dividir al PRI se extravía en una trifulca entre sus nuevos iconos, Elba Esther Gordillo y Roberto Madrazo; la economía sigue su deterioro; Washington, que fue -y sigue siendo- su apuesta esencial, ya enfrascado en la guerra de Irak, simplemente lo desdeña; y el escándalo (a lo grande) acecha una vez más a Los Pinos, ahora con preguntas más certeras y documentadas sobre el origen de los fondos de la fundación Vamos México, que preside Marta Sahagún. Visto desde la perspectiva de quienes intentan encontrar alguna coherencia, así sea tan sólo explicativa, en ese catálogo de intenciones confiscadas, la pregunta inevitables es: Ƒexisten medidas extremas para hacer frente a una situación que invariablemente rechaza las fórmulas (casi siempre conciliatorias, cabe subrayar) que se han aplicado en el primer trienio del "gobierno del cambio"? En 2004, el gabinete ha abandonado toda esperanza de fincar alianzas en el Congreso (o fuera de él), o de crear consensos en torno a iniciativas específicas, o de establecer pactos, así sea virtuales, para dar la impresión de que se funciona nacionalmente. Fox no le arranca a la oposición ni la foto. Ante sí tiene un Estado en vías de fragmentación en tantas ínsulas y feudos como futuros prospectos de candidatos al 2006. Lo que sigue es, por llamarlo de alguna manera, un viraje que busca ya no solvencia política sino simple sobrevivencia, y que se explica no por alguna finalidad calculable sino únicamente por sus métodos: la confrontación, el endurecimiento. La izquierda divide, la derecha parte, escribe Jung. El foxismo, o lo que queda de él, parece decir: sólo hay una manera de comprobarlo. Lo respaldan los círculos de una derecha dura, sectaria, facciosa, como se dice hoy, que el mismo Fox ha contenido en la primera parte del sexenio. Aunque intempestivo, el viraje se guía, casi banalmente, por el instinto y por lo obvio, las zonas más vulnerables del acalorado espacio que le rechifla en el Congreso: a) ese invento mediático llamado "Partido Verde" , que no obstante lo vano y lo impostado, cuenta con 7 por ciento del voto nacional; b) la corrupción en el PRD y c) el hueso más duro de roer, las maquinarias electorales del priísmo.
Exhibe, divide y (chance) vencerás. En enero, la tarea se antojaba, a primera vista, como exótica. Una Presidencia flácida, dispersa, secuestrada por su propio aislamiento, parecía incapaz de retomar cualquier tipo de contraofensiva. Y sin embargo, el golpe contra el Partido Verde resulta impecable. A un partido-simulacro se le combate con otro simulacro. En esa lid, los creadores de imagen ya no tienen nada que decir. Tan sólo en las promesas de corrupción el Verde se desploma, y con él la falibilidad de los operadores panistas. Incluso a la hora de destruir, un éxito es un éxito.
Lo que López Obrador llamara un complot para alimentar (con una habilidad evidente) el imaginario popular, con noticias de conspiraciones y fabulaciones, no es más que una manera actual de hacer política. O mejor dicho, la manera actual por excelencia de hacer política: la guerra en los medios. Pero frente al videogate del PRD, el Gobierno del Distrito Federal logra invertir los órdenes, y donde asoma una catástrofe casi predecible se inicia una guerra mediática. Los frentes se desplazan bajo la lógica que impone ese tipo de guerra: lo único que tapa un escándalo es un escándalo mayor. López Obrador lo encuentra en la tesis del complot, cuya piedra de toque se halla en alguna cárcel de La Habana: Carlos Ahumada en video y technicolor. Y el gobierno cubano la usa para lapidar al gobierno de Fox. Cuando los funcionarios panistas hablan de una injerencia de las autoridades en la vida pública mexicana, lo único que achacan a Cuba es falta de lealtad o, dicho a secas, de complicidad. Para desplazar la atención de la pedrada cubana, el gobierno de Fox respondió con un escándalo mayor: la paralización de relaciones diplomáticas. Su dilema es que la medida aparece, por el timing, como un regalo a Washington en el momento en que la campaña electoral de Bush se propone acumular presiones contra Cuba para asegurar el voto del exilio cubano en Miami.
La regresión. Es fácil especular que la comprometida posición de Fox le reste puntos al PAN en el electorado. Habrá que ver. La ecuación que señala que la mayoría de la opinión pública mexicana detesta la confabulación con Estados Unidos debe pasar todavía por la prueba de las elecciones. El rigor del nacionalismo en México ha cambiado en los últimos años. Lo que no está a prueba es el carácter trastornadamente regresivo que ha adoptado la mayor parte de la izquierda mexicana frente a la crisis con Cuba. Una cosa es impugnar el asedio de Estados Unidos contra el pueblo y la sociedad cubanos, otra muy distinta es perder toda la proporción crítica frente a un régimen que debe resultar inadmisible a una izquierda que se dice democrática y plural. La agresiva derecha que hoy opera desde los círculos concéntricos de Palacio Nacional parece vivir bajo un efecto de regresión a las fobias y necedades de la guerra fría. Pero francamente la mayor parte de la izquierda no se queda atrás.
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