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México D.F. Lunes 3 de mayo de 2004
Elena Poniatowska /II y
última
Sesenta y dos años
al sol de las naranjas
Vivimos días de
infamia, de desconsuelo y de indiferencia. 舖舖Descomposición
social舗舗, dicen en la calle, pero ésta no es nueva y viene de
lejos, y si lo queremos, podríamos convertirla en
舖舖reconstrucción social舗舗. Se habla mucho de soberanía
popular, pero ¿qué tenemos nosotros que ver con esta gran
función de circo que ofrecen nuestras autoridades? ¿Es
para nosotros el espectáculo o no nos estaba destinado como la
obra negra de un edificio que sólo deben ver los encargados del
drenaje profundo?.
Aquí en la esquina
está el payaso de pelo verde que anuncia el primer acto, la
trapecista que perdió el equilibrio y se le fue el columpio, el
triple salto mortal sin red de protección que precipita al
vacío, los saltimbanquis a los que se les cayeron los malabares,
el león 舑rey de la selva舑 tragado de un solo bocado por la
domadora más modosita y voraz, la Barbie
de los Legionarios de Cristo. Allá,
en la otra esquina del cuadrilátero está el Enmascarado de Plata o Superbarrio o el Santo o como ustedes
quieran llamarlo, dispuesto a las llaves y a las patadas voladoras.
Nuestros ojos van de un lado al otro de la conjura-complot y, azorados
y morbosos, nos hacemos cruces y nos preguntamos qué nos espera,
de qué tamaño será la ignominia.
Hace más de 40
años, frente a Santo Domingo, los mirones se detuvieron frente a
un mitin político. Los militantes les pedían que hablaran
y nadie se atrevía, pero una señora española
subió, tomó el micrófono y dijo con voz
emocionada: 舠Vengo de España, de una tiranía, y ustedes
no se dan cuenta de la libertad que gozan en este país tan majo,
tan chulo. Llegué hace poco y sé que aquí voy a
morir. Voten ustedes por el mejor que todo en México es bueno舡.
Era una española de pocos recursos que murió en un
departamento en los altos de la calle López, en el Centro. No la
he olvidado. La verdad, vivir al lado de los que menos tienen nos
salvaría al menos en parte. Mirar hacia Demetrio, Evangelina,
Rosario, Othón Salazar nos devolvería lo perdido, nos
haría pisar tierra porque finalmente su voz es la definitiva.
Dice más sobre la forma
de gobierno y la organización del poder público y su
relación con el pueblo una señora que en pleno abril de
2004 se pone de hinojos a moler maíz sobre un metate, en una
tarde asoleada en la plaza de Coyoacan, que 100 mil discursos.
Dice más una vendedora
de obleas y alegrías en el Jardín Hidalgo, que todos los
sermones del Episcopado.
Dice más un globero en
la esquina de Insurgentes, que pasa toda la noche inflando sus globos
para repartirlos al día siguiente, que toda la
globalización.
Dice
más un paletero de carrito de nieves de limón, que
aparece bajo el sol inclemente de estos mediodías de abril, que
el helado, el frígido discurso de los economistas.
Dice más sobre la forma
de gobierno y la organización del poder público un
albañil desempleado con su cuchara y su pala en la mano que
cualquier estadística del Banco Mundial.
Dicen más las madres de
familia de Ciudad Juárez que claman: 舠ni una más舡, como
lo hizo Rosario Ibarra cuando gritó: 舠vivos los llevaron, vivos
los queremos舡, que los institutos que pretenden defenderlas.
Dice más una
niña de Chiapas que llora en la escuela porque extraña el
bosque, la montaña y cortar elotes, que todos los entrenamientos
propedéuticos que reciben los educadores.
Dice más sobre la
protección y el respeto a cualquier ser viviente un barrendero
que recorre Miguel Angel de Quevedo con su cauda de perros en torno al
tambo de basura, que todos los Seguros Sociales en los que se rechaza a
enfermos o a heridos.
Dice más Ciudad
Nezahualcóyotl sobre el gran desarraigo de nuestro país,
que todas las estadísticas cambiantes que flotan en el aire y
nunca logramos precisar.
Mirar hacia Jesusa Palancares,
Demetrio Vallejo, Othón Salazar, Evangelina Corona y otros
personajes populares es quizá una guía para
enfrentar nuestro presente. Fueron valientes, honestos, críticos
e incansables. No se rindieron ni dejaron de creer en si mismos. Sus
nombres deberían quedar tatuados en nuestro pecho, troquelados
como medallas, al igual que todos los héroes anónimos que
hemos abandonado a lo largo del camino.
Hace muchos años, en
estas calles salitrosas del Centro podía escucharse el grito:
舠¡mercaran chichicuilotitos vivos!舡, 舠¡mercaran
chichicuilotitos cocidos!舡. La señora chichuilotera venía
del Lago de Texcoco con sus pajaritos de patas largas que caminan a
saltos. ¡Ya no existen los chichicuilotes! En los primeros
días de diciembre, época de Navidad, un campesino de
sombrero de soyate traía un rebaño de 12 o más
guajolotes, y ya para el 23 o 24 le quedaban uno o dos que
habían caminado tanto que la dureza de sus músculos
podía equipararse a la de Charles Atlas. Ahora importamos pavos
ahumados.
A ése México
inocente, a 90 años de haberse secado el Lago de Texcoco, a
ése México entrañable, al del afilador de
cuchillos, y al de Conchita, la quesadillera, con su anafre y su
aventador a flor de banqueta; al de los mecapaleros y al de los
tamemes, a ese México llegué y es ahora el México
del centro, el de la muerte rumbera, las taquerías y las
sinfonolas el que me premia.
Aquí, en este recinto,
abrazada a los nombres escritos en letras de oro de Emiliano Zapata y
de Francisco Villa, de Francisco I. Madero y Belisario
Domínguez, de Francisco J. Múgica y Francisco Zarco, de
Josefa Ortiz de Dominguez, Carmen Serdán y Sor Juana
Inés de la Cruz, reitero mi agradecimiento a quienes me han
concedido este premio y les doy las gracias a ustedes, los miembros de
la Asamblea Legislativa del Distrito Federal 舑sobre todo al maestro
Rigoberto Nieto López舑, como también se la doy a mis
compañeros de trabajo, a mis editores y, sobre todo, a esa droga
espantosa que es el periodismo, que atenaza a sus oficiantes, porque
como bien leyó Guillermo Haro en el filo de un machete: 舠cuando
esta víbora pica no hay remedio en la botica舡. Como lo ven
ustedes, escribir es una condena, pero en este momento y aquí,
frente a ustedes, es una salvación.
Palabras pronunciadas por la
autora al recibir la Medalla al Mérito Ciudadano, que otorga la
Asamblea Legislativa del Distrito Federal
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