Ojarasca 84  abril de 2004

¿Dónde se torció el camino del Partido de la Revolución Democrática, que pudo ser una esperanza, una opción, un aliado de los movimientos sociales, y señaladamente los indígenas? Tras el golpe de mano que les fue servido (pagando caro, claro) en bandeja de plata televisiva, y con el trasfondo de la consistente política contrainsurgente que desarrollan los perredistas en las montañas de Chiapas, las "tribus" se han adueñado finalmente del que alguna vez fue, no "un" partido, sino el partido de la izquierda mexicana. Mejor que nada.

Pero como decían Frank Zappa y Las Madres de la Invención, "estamos en esto por la lana". El águila siendo animal...

En el trasfondo del zambombazo antipeje en el Distrito Federal, con geniales dispositivos de descomposición ahumada sembrados en el corazoncito del partido (que, oh, alguna vez debió ser coalición de los mejores movimientos sociales del país), están los dólares, los proyectos de inversión, los escaños bien pagados en las cámaras (y con fuero), la burocracia partidaria. O sea, resultó igual que los otros. El PRD es un partido cualquiera, algo que nunca debió ser.

Tuvo la oportunidad. Hasta "cambio democrático" hubo y el PRI finalmente se fue, si bien no por la puerta que realmente merecía. El partido coaligado en torno a Cuauhtémoc Cárdenas y el nacionalismo revolucionario que no sucumbió al salinismo neoliberal, heredó entre otras riquezas las luchas, victorias y muertes de la cocei en el Istmo de Tehuantepec; los históricos triunfos de la izquierda en la Montaña de Guerrero; las luchas invisibles pero consistentes de los pueblos originarios del Anáhuac, y todo el universo de organizaciones independientes y heroicas de Chiapas que al llegar 1994 no optaron por las armas (ni luego por la resistencia) pero sostuvieron las demandas que les daban razón de ser.

¿Qué se ficieron todas ellas?: la ARIC y sus fragmentaciones independientes posteriores; la CIOAC que hoy ha perdido el rumbo por completo; la Organización Regional de Cafeticultores de Ocosingo (Orcao) que se volvió gobierno, factor de poder, y se arrancó los girones de pasamontañas que le quedaban; el irreconocible perredismo de Zinacantán.

Siendo que hasta las organizaciones y pueblos más oficialistas del México indígena apoyan en esencia los incumplidos Acuerdos de San Andrés (pues son a favor de todos, también de ellos), el PRD votó contra la denominada "ley indígena" en el Senado, de la mano de la ultraderecha. Allí se dio el transcendental abrazo entre el Yunque y la Hoz y el Martillo (o de menos el Sol Azteca), con los salinistas como puente. Contra los pueblos indios.

En Guerrero, Michoacán y Oaxaca, el PRD ha ido desde extremos de radicalismo insurreccional seguramente auténtico, hasta el pragmatismo monetario. Pero justo es reconocer que la mayor densidad del perredismo social indígena (tan desconocido para los políticos profesionales del tribal partido) se encuentra en las luchas civiles y pacíficas de la Mixteca guerrerense, con sus policías comunitarias; en el municipio de Texcatepec en Veracruz; en la resistencia sostenida en el Istmo y las sierras zapotecas; en los consistentes afanes libertarios de la Meseta Tarasca.

Ustedes disculparán el etcétera.

¿Entonces? El movimiento indígena independiente (que es el único que hay) se encuentra ante la disyuntiva de seguir al perredismo por aquello de los paraguas y el registro, o asumir una autonomía política que lo libere de las mafias de la clase política, de las tentaciones de corrupción y neocaciquismo, y permita que los pueblos indios conquisten la autodeterminación y el derecho a sus culturas, algo que hoy se les regatea como siempre, y se combate con más recursos que nunca. Si los pueblos indígenas no se definen ahora, ¿cuándo? Si no lo hacen ellos, ¿quién?
 

umbral



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