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México D.F. Miércoles 14 de abril de 2004

RUTA SONORA

Patricia Peñaloza

Kurdt Koebane/II y última

II. La pesadilla


SI LUCHAR POR una paz que desde niño no conocía lo llevó a erigir Nirvana como medio de salvación personal y rescate generacional, triste fue la calavera de Kurt Cobain (1967-1994) al notar que, una vez instalado en la fama, su único asidero al mundo se volvía contradicción; el sueño que comenzó oliendo a espíritu adolescente se tornaba pesadilla.

LOS SERES HUMANOS contenemos una sola fuerza abrasiva que puede ser a la vez nuestra mayor virtud y nuestro mayor defecto. En Kurt, la llama poderosa que le hizo crear canciones infalibles e incendiar escenarios fue la misma que buscó su autodestrucción paulatina. Leer sus Diarios (Reservoir Books) permite, tras advertir sus laberintos internos y circunstancias (el sentimiento fúnebre invade su obra), ver que no había escape: todo vaticina una muerte temprana, afín a su entorno y congruente con sus postulados existenciales.

CAUSAL PRIMIGENIA DE su condición de fenómeno es haber sido estadunidense. Las calamidades de esa sociedad (moralismo, hipocresía, violencia) apuntalarían su (de)formación, pues llevarían a un alma tan sensible a ser radical, le darían fácil acceso a las drogas pesadas, al mega-estrellato y al apedreamiento público. Determinante fue nacer en Aberdeen, "comunidad llena de leñadores ignorantes y sus esposas sumisas", decía él. Es escalofriante saber que, al ser niño hiperactivo, su madre le daba pastillas para "calmarlo"; esto contribuyó a que evadiera resolver situaciones críticas de manera natural y dejara la tarea a las sustancias. Manifestaría otro rasgo "estadunidense" en la última entrevista que dio en su vida, a Rolling Stone, con frases tipo documental de Michael Moore: "Me gustan las armas, dispararlas (...) cuando salgo al bosque; no es un lugar oficial, pero en este país lo puedes hacer (...). Tengo armas por protección; alguien podría entrar a robar".

EL DIVORCIO DE sus padres, el suicidio de un tío suyo cuando tenía 15 años, el aislamiento que narra en sus cuadernos, le irían creando bombas sicológicas de tiempo. "Nunca estuve de parte tuya ni de mi madre, porque mientras me hacía mayor sentía el mismo desprecio por ambos", escribió a su papá. "Soy capaz de demostrar mucho más afecto que mi padre (...). Ha faltado cariño en nuestras vidas", dijo en dicha entrevista.

KURT VIVIA EN constante paradoja. Decía: "Me gusta ser apasionado y sincero, pero también echar desmadre y hacerle al imbécil". Se mostraba fuerte en escena cuando abajo era un pajarito; la pasión le era dada por la ingenuidad, aunque ésta le hacía ser sabio: "Me mantengo ingenuo para evitar el hastío". Se lamentaba de "sus verdugos", aunque agradecía "la tragedia" como "fuente de creación"; el dolor le daba razón de ser, y al final quizá lo hizo sentir más vivo de lo que lo hacía sentir la música. "Ojalá alguien pudiera explicarme por qué ya no tengo deseos de aprender; por qué antes tenía energía y necesidad de buscar algo nuevo", se lamentaba. "No puedo seguir engañándolos, no la estoy pasando bien", dijo en su carta final. Si bien pudo ser irónico con todo, no pudo serlo consigo mismo.

CON EL ESTALLIDO de la fama, todo empeoró: "Me siento un cretino hablando de mí, como si fuera un icono semi-divino del pop rock o producto confeso de los corporativistas (...). ¡Oh, Dios, no puedo con el éxito! ¡Me siento tan culpable!" Su descuido para tratarse sus endiablados dolores de estómago y su enganche con la heroína reforzaban su vacío. Se sentía decepcionado de los fans que le robaban manuscritos y demos; de los medios que trivializaban su inicial anhelo comprometido: "Queríamos iniciarlos en un nuevo modo de pensar, en 15 años de música emocional y socialmente importante, y a cambio hemos conseguido mala publicidad, puñaladas traperas y Pearl Jam". El terror a volverse un ruco-róquer forever-young (¿te suena, Vedder?) fue otra obsesión terminal. Todo era frustración, dolor corporal, semanas sin comer.

OTRO HABRIA RESISTIDO, pero él ya no tenía fortaleza emocional ni neurológica. Dice su mánager Danny Goldberg, en la SPIN de abril: "El buscaba esa fama; diseñaba la imagen, quiso estar en un sello importante; me jodía para que los catapultara. Nadie lo forzó ni le puso una pistola en la cabeza... él se la puso".

KURT ESCRIBIO EN su carta suicida que "más vale arder de una vez que quemarse lentamente" (Neil Young dixit). Pero él tenía tiempo dejando de ser incendio; al morir era una flamita que se había ido arrojando agua en forma de pretextos. Culpó a todo, brincando de una insatisfacción a otra, aunque viviera un éxito tras otro, cual si no se sintiera digno de su don innato para ser colosal hoguera: aceptarlo le era insolencia. Aunque también habría sido el signo de una madurez que no estuvo dispuesto a asumir. Un amigo me dijo: "Su vida fue un querer llamar la atención; un "¡papá, pélame!" Mas si ése fue su propósito... vaya que logró atención, y que varias generaciones se sintieran representadas como para ser aún incapaces de cuestionarle un legado libertario en el que el punk-rock instintivo pueda existir sin cinismo; en el que se pueda criticar con música, aunque no se cambie al mundo; en el que impongan algo más de respeto los enervantes y se pueda uno reír más de las penas propias.

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