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México D.F. Martes 6 de abril de 2004
Recomienda especialista educar a los menores en "frustrarse adecuadamente"
Por intento de suicidio, 32% de los ingresos en la unidad de niñas del Juan N. Navarro
La Facultad de Sicología de la UNAM brinda terapias a bajo costo para este problema
CAROLINA GOMEZ MENA/II Y ULTIMA
En el proceso cognoscitivo, la idea de que la muerte es algo definitivo, que de ella no se regresa y que no sucede como en las caricaturas, se desarrolla en los niños alrededor de los siete años. Por eso a partir de esa edad ciertos menores pueden ver en la muerte una aparente solución a sus problemas. Pero la experiencia indica que inclusive infantes de edades muy inferiores han puesto término a su existencia mediante el suicidio. Existen reportes de que niños de cuatro años han tomado esa decisión.
El suicidio infantil y adolescente es un problema de salud pública, puesto que su incidencia se ha triplicado en los países occidentales durante las pasadas tres décadas, y se ubica entre el segundo y el cuarto lugar entre las causa de muerte en ellos, particularmente entre adolescentes, pero también se reconoce que hay un gran subregistro, porque por las connotaciones morales y religiosas muchos padres ocultan las verdaderas razones del fallecimiento de sus hijos.
Aunque existe la idea de que quien determina matarse debe sufrir algún padecimiento mental severo o abusar de sustancias adictivas para tomar tal decisión, la realidad apunta a que es la desesperanza, sobre todo en los menores, la que más incide en esta decisión, pues casi tres cuartas partes de las tentativas tienen ese origen. En el caso de las adolescentes, las desilusiones amorosas tienen gran peso, mientras en los varones el hecho de no satisfacer las expectativas de los padres puede ser el motivo, y tanto en los niños como en las niñas las afectaciones siquiátricas de los progenitores influyen en el desarrollo de la depresión y ansiedad, elementos que completan el panorama suicida, pero también incide el afán paterno de negar libertad a los adolescentes.
Acumulación de adversidades
Por lo general, el intento suicida no es un acto que se dé de manera súbita; la mayoría de las veces está antecedido por una acumulación de situaciones adversas, explica Quetzalcóatl Hernández, académico e investigador de la Facultad de Sicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
"La conducta suicida sigue un modelo de progresión, una acumulación de situaciones difíciles, y un evento es el precipitante, es la gota que derrama el vaso, el cual puede no ser una situación extrema, pero sí la que completa la cuota de frustraciones."
Son justamente las maneras de enfrentar las frustraciones las que determinan las decisiones, y la escasa tolerancia a ellas es uno de los elementos que suelen orillar al suicidio. "Hay que enseñar a los niños a frustrarse adecuadamente, a saber que no obtendrán todo lo que quieren; de lo contrario, si a esta incapacidad se suman la impulsividad y la poca tolerancia, finalmente se tienen problemas de personalidad", señala el siquiatra y sicoterapeuta Héctor Rodríguez Juárez, de la Dirección General de Servicios de Salud Mental de la Secretaría de Salud (Ssa).
Son tres las etapas de la conducta suicida: en primer lugar la ideación, luego la rumiación y por último el intento suicida, el cual puede ser frustrado o consumado, aunque lo más común es que sean un cúmulo de situaciones y condiciones las que lleven al individuo a tomar esa decisión: temperamento, estrés, ansiedad, sicopatologías, escasa capacidad adaptativa, factores familiares y trastornos depresivos, entre muchos otros, y también en ello tienen influencia los valores, las ideas morales y religiosas, generalmente para frenar o retrasar el evento.
"Pese a que no todos los suicidas son exitosos, siempre que alguien manifieste que desea matarse hay que hacerle caso", comenta Víctor Manuel Velázquez López, subdirector de Servicios Ambulatorios del Hospital Siquiátrico Infantil Juan N. Navarro, porque, aunque una parte de quienes intentan suicidarse lo hacen para captar la atención, para que les ayuden a solucionar lo que les acongoja, y en muy pocos casos se da como una simple forma de chantaje, muchas veces "se les pasa la mano" y terminan en los servicios forenses.
Las señales que dan los posibles suicidas son muchas y claras, por lo que sólo hay que poner atención para advertirlas, pero es justamente lo que muchos padres no hacen, pues consideran que tan sólo con fingir que no hay problemas la situación se resuelve, y esto lo hacen inclusive después de que se ha dado un intento suicida.
A escala conductual hay cambios en las pautas de sueño; el niño o adolescente duerme más o menos de lo habitual, comienzan los problemas de concentración tanto en el hogar como en la escuela, dejan de hacer las actividades que antes disfrutaban (deportes, arte, música, por ejemplo), aumenta la tendencia a la soledad, el apetito se incrementa o decrece, la higiene personal se deteriora, y hay negación a la convivencia familiar. En el orden emocional el signo más evidente es la depresión, la tristeza, la desmotivación, la melancolía y los llantos sin motivo aparente.
En el plano personal los menores con crisis suicidas emprenden una reconciliación con los que los rodean, piden perdón, regalan sus pertenencias, incluidas las más preciadas para ellos, y el rendimiento escolar baja notoriamente. Esta última razón es la que por lo general lleva a los padres a pedir ayuda, sin pensar que es sólo una manifestación de un conflicto mucho mayor.
Otra señal de alarma son las conductas parasuicidas, en las cuales un pequeño descuido orilla a la muerte, y se dan en mayor cantidad en los adolescentes, tales como conducir a exceso de velocidad, ebrios y en carreteras con curvas, o abusar de enervantes o combinarlos con alcohol.
En la mayoría de los casos de intento de suicidio la primera reacción de la familia suele ser "negar" el hecho cuando se trata de un niño, aseguran que se lastimó porque estaba jugando, y en esta mentira se escudan para no emprender un tratamiento sicológico y siquiátrico; con ello lo único que se logra es que haya nuevos intentos y que uno de ésos se concrete. "Los padres tienen mucho miedo a hablar de la situación, y le dan carpetazo o borrón y cuenta nueva, inclusive les echan porras, les resaltan todas sus cualidades a sus hijos a modo de frenar un nuevo intento, pero a un paciente que trata de matarse no se le soluciona el problema, no se le acaba la desesperanza con las porras", plantea Rodríguez Juárez.
Las opciones para tratar a uno de estos menores son variadas y también accesibles. En el Centro de Servicios Sicológicos Guillermo Dávila, de la Facultad de Sicología de la UNAM, se dan terapias específicas, las cuales pueden ser grupales o individuales; la cuota de recuperación es de 50 pesos y su duración es de aproximadamente tres meses, y algunas hasta de dos años. Los menores se someten a una evaluación sicológica inicial que determina cuál es la situación familiar, su personalidad, el grado de estrés y los factores de vida, entre otros.
La Secretaría de Salud (Ssa) cuenta con el Hospital Siquiátrico Infantil Juan N. Navarro en el que el tratamiento costará lo que determine una evaluación socioeconómica, pero también están los centros comunitarios de salud mental y hay clínicas de depresión, refiere Rodríguez Juárez, quien lamentó que casi la mitad de quienes solicitan ayuda desertan de los tratamientos antes de que se les dé de alta, lo que incrementa las posibilidades de que en lapsos que van de un año o menos se vean ante un nuevo intento de suicidio.
En el Juan N. Navarro alrededor de 15 por ciento de la consulta general de urgencias se relaciona con intentos de suicidio. El año pasado se tuvieron 166 casos de intentos suicidas. En la unidad de niñas, 32 por ciento de los ingresos fueron por este motivo; en la de los niños, 13 por ciento, y en la de farmacodependencia, 3.28 por ciento. Cuando a este nosocomio llega un paciente por intento suicida, dependiendo de la gravedad, en primera instancia se remite a un hospital pediátrico para que se atienda el daño físico, y una vez resuelto se le envía nuevamente al hospital siquiátrico, en el que, si es necesario, se inicia el tratamiento con medicamentos y se da terapia por casi un mes, para luego enviar al paciente a consulta externa, en la que la intervención se prolonga por uno o dos años.
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