México D.F. Martes 6 de abril de 2004
José Blanco
Tribus infatigables
Los héroes de historieta de la política mexicana no se cansan. Continúan con su comadreo de lavadero mientras los ciudadanos quedan exhaustos. La cachaza con la que algunos construyen su "discurso" cotidiano es innombrable, pero todo indica que continuarán en la impertinencia, mostrando un cuero duro como piedra. Es el caso de Andrés Manuel López Obrador. A fuerza de repetir su rollo, piensa que podrá convencernos a todos que en el sucio asunto de las relaciones de su gobierno con la corrupción le asiste la Razón (con mayúscula por favor): este reality show tercermundista ocurre porque "la derecha" quiere acabar con su šproyecto de nación! Como si tal cosa existiera.
Cada día pronuncia un millón de veces la palabra complot y la arroja encima de la palabra corrupción; así un día, confía, "saldrá toda la verdad", y la palabra corrupción quedará sepultada y nadie podrá verla. Y él quedará mágicamente limpio.
El complot o algo similar es posible que aparezca. Pero la corrupción también quedará a la vista. El tabasqueño puede desgastar sus palabras hasta el fin de los tiempos, pero su esfuerzo será inútil. La corrupción conocida -y la que quizá no ha salido a flote-, continuará incólume a los ojos de quienes quieran verla.
Para López Obrador, el problema son los otros, los demás, la derecha, el corruptor. Algunos perredistas se definen a sí mismos como infantes: "nos corrompió el empresario de origen argentino" (que se subraye la calidad de extraño a la nación del maligno que con 11 años de edad llegó a México). Su asunto no es la corrupción documentada y la probablemente pendiente de serlo, sino el complot. El pecado, o la traición, o la abominable vesania de los enemigos del tabasqueño, es haber puesto a la luz -aún si fuera por procedimientos malhadados-, la corrupción perredista, que permanecía oculta en las sombras de los corredores del poder del gobierno capitalino. Para el señor de las declaraciones de amanecida, el acto que debe ser reprobado por "la gente" son esos modos, no la corrupción.
La escena política empieza a adquirir el aspecto de una abyecta batalla en despoblado, en la que las bandas disputan el poder con armas similares, cada uno blande las suyas: sus procuradurías. Estos gladiadores de rancho no tienen la más mínima idea del valor de las instituciones, y por eso pulverizan su credibilidad y su confiabilidad sin conciencia alguna. A dónde se dirigirán los ciudadanos en problemas, si todo es asunto de pejes, de innombrables, de ahumadas, de jefes, y demás especímenes de esta política mexicana que va en caída libre frente a la sociedad. Mientras, los ciudadanos, desde la gayola en que nos ha encerrado la "política", sólo vemos el único intragable show que nos prescriben, porque no hay para escoger.
Lo peor que está poniendo al descubierto la indigente política nacional es la precariedad, la casi inexistencia de instituciones de Estado. Todo lo preside esta política mafiosa y purulenta. Que todo lo resuelva esta "política" sin reglas, sin instituciones que la contengan, que le den soporte y vías determinadas por las leyes.
Lo que está a la vista es el uso político de la ley. López Obrador tiene su procuraduría y su contraloría bajo sus órdenes. Carlos Imaz se volvió indiciado cuando hubo una denuncia de miembros de partidos adversarios, no por sus actos, que fueron públicos y notorios. La Procuraduría General de la República, por su parte, no podrá justificar nunca por qué tuvo lugar una diligencia con Carlos Ahumada en un espacio de un hotel de lujo pagado por el propio Ministerio Público, por más que esté dentro del marco legal que esta institución realice su trabajo donde le venga en gana. Es más que obvio el cariz político de esta sórdida diligencia-intriga confundida con "política".
La esgrima política entre las procuradurías no puede sino matarlas a ambas frente a los ciudadanos. El estado de derecho que se vacía de contenido. Que se vuelve frase hueca.
Los partidos hablaron de la urgente necesidad de una reforma del Estado. Hace años, Carlos Salinas avanzó en su propia reforma económica, después vendría la reforma política. Esta última con Salinas no llegó nunca y aún no llega.
Al momento de la transición los partidos volvieron a la carga con el discurso de la reforma del Estado. Pero fingían. Nadie quería ni quiere tal reforma. Todos prefieren la "política pura", sin instituciones. A ver a cómo nos toca en la contienda; a ver, a la mexicana, de qué cuero salen más correas. Para el Partido Revolucionario Institucional resulta elemental: nosotros somos los políticos avezados, en la política, en la administración (es parte explícita del discurso de De la Madrid).
Los panistas se chupan el dedo. Los perredistas están tan verdes que un aventurero "empresario de origen argentino" para de cabeza a su partido; el que, con la crisis encima, hace como que se reforma, eliminando lo ineliminable: las tribus. Mientras el PRI mantiene sus propias tribus, que también están en guerra.
La política en México es una guerra tribal, no un asunto de Estado.
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