México D.F. Sábado 3 de abril de 2004
Los ocupantes en Irak se contradicen en su intento
por justificar homicidios de civiles
Tras múltiples crímenes de los invasores
sobrevino el asesinato de estadunidenses
ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL/THE INDEPENDENT
Bagdad, 2 de abril. La mañana de este viernes
estoy sentado en una casa de Bagdad con un anciano y su hija, que lloran
a su adorado hijo y hermano, respectivamente, quien fue asesinado por soldados
estadundienses. Ahora se podría preguntar por qué no escribo
sobre Fallujah y las atrocidades ocurridas allí hace tres días:
el cruel y atroz asesinato de cuatro estadunidenses que fueron sacados
a rastras de sus camionetas deportivas, mientras imploraban por su vida,
y a los cuales quemaron, mutilaron y arrastraron por las calles de esa
peligrosa ciudad y después los colgaron desnudos -lo que quedaba
de los cuerpos- de un ruinoso puente ferroviario de construcción
inglesa sobre el río Eufrates.
La
respuesta es simple. El procónsul estadunidense Paul Bremen calificó
esas muertes de "bárbaras e inexcusables". Tenía razón.
Pero no eran inexplicables.
El anciano se llama Abdul Aziz al-Amairi, su hija se llama
Sundus y el hombre asesinado era un periodista, un camarógrafo de
noticias cuyos sesos vi esparcidos en el asiento trasero del automóvil
en el que él, Abdul Aziz, y su compañero reportero, Alí
al-Khatib, fueron muertos a tiros por soldados estadunidenses hace unas
dos semanas. Como yo casi perdí la vida en la frontera afgana en
diciembre de 2001, pongo especial interés en esas personas y en
su destino. Eran periodistas.
Así pues, he aquí algunos hechos. Hace dos
jueves, un cohete se estrelló en un hotel del sur de Bagdad. El
nuevo canal de noticias Arabiya envió a su equipo a cubrir la nota.
Los dos Alís llegaron con su chofer, Abu Mariam, a la escena del
ataque, estacionaron su auto a 250 metros y se acercaron a hablar con los
soldados estadunidenses que custodiaban la calle. Les dijeron que podían
filmar, pero no hacer tomas directas de los estadunidenses frente al edificio.
Completaron su reporte, volvieron a su auto KIA, de fabricación
sudcoreana, y se dispusieron a partir.
Pero entonces un hombre de 67 años de edad, llamado
Tariq Abdul-Ghani, se acercó en su Volvo por la calle hacia el retén
estadundiense, sin darse cuenta de que había algo raro. Cruzó
entre fuego graneado de los soldados. Sus familiares -con los que tuve
una larga charla- dicen que recibió 36 impactos de bala. El Volvo
se estrelló contra uno de los vehículos estadunidenses. Tariq,
cuya viuda e hijo son ciudadanos suecos, dice que no pudo ver el retén
estadunidense.
Los dos reporteros y su chofer, Abu Mariam, estaban a
120 metros. He recorrido esa distancia tanto con Abu Mariam como con el
abogado del canal Arabiya, Ahmad al-Abadi. Hasta detuvimos el tráfico
en Bagdad para verificar la distancia. Alí al-Khatib a-Hashimi,
el reportero, dijo a Abu Mariam que no siguiera al Volvo, sino que diera
vuelta en U y partiera en dirección opuesta.
El chofer obedeció. "Cruzamos el camellón
y comenzamos a alejarnos de los estadunidenses", relata. "Habíamos
avanzado un poco cuando unas balas dieron en el KIA. Entraron por el parabrisas
trasero; al camarógrafo le dieron en la cabeza, y luego Alí
al-Khatib, el reportero, reclinó de pronto la cabeza en mi hombro
y dijo mi nombre. Di vuelta a la derecha. Nuestros compañeros árabes
me llamaron por teléfono para preguntar qué pasaba. Les dije:
'Maldita sea, tengo que encontrar un hospital, no sé dónde
está el más cercano'. Los llevé al hospital Ibn al-Nafis.
Cuando llegamos, Alí al-Amairi ya estaba muerto. El otro Alí
murió al día siguiente".
Otros tres civiles han perecido en el Irak "liberado".
El canal Arabiya respondió con furia. Exigió una investigación
y colocó en su oficina principal en Bagdad carteles de duelo, uno
de los cuales expresaba: "condenamos el crimen de asesinar a periodistas".
Al principio los estadunidenses sostuvieron que no podían
haber matado al reportero y al camarógrafo. A ambos los mataron
de un solo tiro en la cabeza. ¿Cómo era posible que los soldados
tuvieran tanto tino desde tan lejos? Buen punto.
Así pues, con el hijo del chofer del Volvo, Alí
Tariq al-Hashimi, visité el cuartel de policía, en el que
deseaba denunciar la muerte de su padre. El mayor de la policía
iraquí que atendía el cuartel Mesbah se mostró cortés,
comprensivo y nos mostró los documentos del caso al hijo del chofer
y a mí. Entre ellos había un papel que señalaba que
un tal capitán Robert Scheetz, de la primera división blindada,
había arreglado la transferencia de los restos del padre a sus deudos.
El hijo pidió ver el auto y su contenido. Hay que pedírselo
a los estadundienses, le respondieron.
"Fui a la base de Estados Unidos en el palacio presidencial",
me contó. "Me dijeron que no podían devolverme el auto. Pregunté
por la cartera de mi padre, su dinero, su reloj de pulsera y su anillo.
El soldado estaba al teléfono y me dijo: "debes olvidarte del coche,
¿para qué lo quieres?" Le dije que quería ponerlo
en el jardín como símbolo de la muerte de mi padre. Se mostró
amable. Agachó la cabeza, me estrechó la mano y me dijo cuánto
lo sentía. Luego me dijo que no podía darme la cartera ni
el reloj ni el anillo. ¿Por qué no?
Aún más perturbadoras fueron las palabras
del mayor de la estación de policía. Me dijo que poco después
del incidente habían ido soldados estadundiense y habían
estrellado el parabrisas trasero del Volvo, para que no quedaran huellas
de los impactos de bala. Dijo que rasgaron con navajas la llanta de refacción,
que obstruía en parte el parabrisas trasero, "para ver si había
explosivos en ella". Y sí, el parabrisas estaba hecho pedazos. De
manera horripilante los sesos de Alí al-Amairi seguían en
el asiento trasero, cubiertos de moscas. Pero yo me subí al vehículo
y conté nueve disparos que atravesaron los asientos traseros y dieron
en el parabrisas delantero.
Unos días después, los estadunidenses salieron
con una nueva versión de la matanza. El Volvo se había acercado
a gran velocidad al retén, los soldados creyeron que los atacaban,
abrieron fuego y algunas de sus balas debieron haber dado en el auto de
los periodistas que se alejaba en dirección opuesta. Los militares
no sabían quién disparó a los comunicadores. Los estadunidenes
aceptaron la responsabilidad, pero dijeron que no fue un acto deliberado.
Pero hay un problema. Los periodistas cruzaron el camellón
porque el Volvo era el blanco. No dieron la vuelta antes de los balazos.
Entonces, ¿cómo podían haber sido alcanzados por los
mismos disparos que mataron al anciano Tariq Abdul-Ghani, quien ya había
muerto cuando ellos decidieron marcharse? ¿Y por qué los
soldados destruyeron el parabrisas trasero del vehículo de la televisora
horas después, siendo que los orificios de bala hubieran probado
cuántos disparos se hicieron al auto? Yo marqué con un lápiz
los nueve disparos que hallé.
Volvamos a la sala familiar donde me encontraba esta mañana.
El viejo Abdul-Aziz lloraba y su hija -Sundus, la hermana de Alí
el camarógrafo- gemía también. "Los estadundienses
vinieron a liberarnos... y mataron a nuestro Alí." La última
vez que lo vieron aseguró que estaba bien, pero luego se regresó
de la puerta y le dijo a su padre que lo abrazara, y lo besó tres
veces. Llamó unos minutos antes de que saliera a su última
misión. Dijo que estaría bien.
Otras tres familias -buenos y decentes iraquíes,
educados y creyentes en la misma libertad y democracia en las que los occidentales
creemos- ahora están indignadas contra los ocupantes estadundienses.
"Sólo tenía un hermano y los estadunidenses se lo llevaron...
¿de dónde voy a sacar otro?", lloraba la joven.
Alí al-Amairi era casado y no tenía hijos.
Su compañero reportero tenía apenas cuatro meses de casado.
Su viuda está embarazada. El chofer del Volvo, Abdul Ghani, deja
una viuda, un hijo y tres hijas. Todos me invitaron té y me manifstaron
su afecto con expresiones de paz y amor. Y todos detestan la ocupación
y a los soldados estadunidenses.
No, no creo que esto justifique la barbarie en Fallujah.
Pero entiendo la rabia insaciable que estos parientes iraquíes sienten.
Los estadundienses, después de todo, mataron a tres perdiodistas
occidentales el 9 de abril del año pasado, y pocos meses después
a un camarógrafo afuera de la prisión Abu Ghoreib, y luego
a un camarógrafo de la ABC en Fallujah, la semana pasada. Y los
dos Alís el mes pasado.
"Lamentamos la muerte accidental de los empleados de Arabiya",
dijo esta semana el ejército estadunidense. Y eso fue todo. ¿Qué
más pueden decir? Tal vez, como escribí después de
las muertes de inocentes en Bosnia, hace 12 años, debí haber
terminado cada uno de mis reportes con la palabra: "¡Cuidado!"
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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