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Motivaciones,
prácticas y riesgos
Alejandro Brito
La sexualidad adolescente es motivo de dolor de
cabeza no solo para los progenitores de esa especie de mutantes que no
acaban de tomar forma de adultos, pero que definitivamente ya abandonaron
la niñez, también las instituciones académicas y de
salud se quiebran la cabeza tratando de entender el quid de sus comportamientos
sexuales. Y no es para menos, el periodo comprendido entre la primera relación
sexual y la hora de contraer nupcias se ha extendido, lo que conlleva múltiples
consecuencias en el terreno de la salud sexual y reproductiva. Al principio
se pensó que era cuestión sólo de allegarle la información
elemental a las y los púberes, pero debido a los magros resultados
obtenidos, ahora se están buscando entre informantes de la propia
población adolescente las claves de una respuesta más efectiva
a esos problemas. Un ejemplo de ello, son las investigaciones publicadas
en la revista Salud Pública de México, editada por
el Instituto Nacional de Salud Pública, en su volumen 45 de 2003.
Ahí se presentan los resultados de varias encuestas y entrevistas
con adolescentes de la Ciudad de México, de la zona metropolitana
de Guadalajara y de dos municipios suburbanos del estado de Morelos, sobre
tres de los problemas más apremiantes ligados al ejercicio de su
sexualidad: la violencia sexual y de género, los riesgos de embarazos
no deseados y la infección por VIH.
Sólo un maricón no ha tenido sexo
Por sexismo mal disimulado, por prejuicios biologicistas
o por cálculos de costo-efectividad, las políticas de regulación
de la fertilidad apuntaron, durante mucho tiempo, solo hacia las mujeres,
dejando fuera a los varones. Sin embargo, este enfoque pronto conoció
sus límites al toparse de frente con la barrera del machismo: no
importa cuán informadas y capacitadas estén las mujeres en
el uso de anticonceptivos si son precisamente los varones quienes, en muchos
contextos sociales, finalmente deciden cómo, cuándo y con
quién tener sexo. Por eso ahora las instituciones se están
volcando a estudiar los comportamientos sexuales masculinos y sus principales
motivaciones. En particular, están tratando de desmenuzar la manera
como la ideología de la masculinidad se vincula con las conductas
de riesgo en la vida sexual de los varones. Uno de estos intentos es el
realizado por Claudio Stern y colaboradores en zonas marginales y populares
de la Ciudad de México. De acuerdo con los autores del estudio "Masculinidad
y salud sexual y reproductiva: un estudio de caso con adolescentes de la
Ciudad de México", los adolescentes viven una "conciencia contradictoria"
entre una concepción dominante de masculinidad que define al "hombre
verdadero" como aquel que trabaja, es responsable, fuerte y proveedor,
y lo que realmente practican, pues la banda, en el barrio, es la
que finalmente determina lo que es "ser hombre", ahí aprenden a
"llegarle a una chava" o cómo imponerse verbal y físicamente
a otros varones. Por ejemplo, en el sector marginal "dan al hecho de dejar
la escuela tempranamente un significado de poder transformarse en 'verdaderos
hombres'. Seguir en la escuela es seguir siendo niños", según
adujeron algunos de los entrevistados.
En el proceso de hacerse "hombres", el sexo juega un rol
de primer orden, los especialistas afirman que los adolescentes "se inician
en el sexo para afirmarse como hombres adultos". La presión del
grupo de amigos los empuja a probarse en ese terreno, pues como apuntó
uno de los informantes, "sólo un maricón no ha tenido sexo".
En este sentido, pesa más el imperativo de tener sexo que el riesgo
de un embarazo. Por ello, la mayoría no usó anticonceptivos
en su primera relación sexual, y no lo hicieron porque esta relación
fue espontánea, no planeada, y depositaron en la mujer la responsabilidad
de su uso. El condón lo relacionan más con la anticoncepción
que con la protección de infecciones. Y "su uso está determinado
por la demanda o no de su pareja", lo cual generalmente no sucede.
Dentro de este discurso imperativo de masculinidad, se
va abriendo paso tímidamente otro que pregona la igualdad de géneros,
la no violencia y la educación y salud sexuales. Los encuestados
señalaron a la escuela como la principal fuente de información
formal sobre sexualidad. Gracias a esa información, pudieron identificar
a algunos anticonceptivos, el nombre de infecciones transmitidas sexualmente
y las características de la pubertad, pero dicha información,
concluyen los autores, no logra impactar las prácticas sexuales
de riesgo de los adolescentes. En contraste, la pornografía tiene
un peso importante como fuente informal de información sobre el
sexo.
Una de las más perniciosas consecuencias de la
manera como se concretiza esta ideología de la masculinidad es la
violencia sexual. El ejercicio del modelo de masculinidad hipervirilizada
descansa en mucho en el ejercicio de la violencia. Para analizar los significados
de estos actos de violencia sexual adolescente, las especialistas Martha
Villaseñor y Jorge Castañeda realizaron una serie de entrevistas
con estudiantes de secundaria y preparatoria de la zona metropolitana de
Guadalajara. Para los autores del estudio "Masculinidad, sexualidad, poder
y violencia: análisis de significados en adolescentes", la violencia
sexual "es esencialmente una cuestión de ejercicio de poder en un
contexto de relaciones no equitativas de género", y por tanto, su
percepción y experiencia está condicionada a la pertenencia
de un género u otro. Así, mientras los varones entrevistados
"no se asumen como sujetos violentos ni mucho menos como victimarios",
ellas sí los perciben de esa manera, porque es más fácil
para la persona que está siendo violentada percibir la violencia
que para quien la ejerce, aunque tanto los varones como las mujeres identificaron
las distintas formas de violencia más allá del uso de la
fuerza, como la amenaza, el chantaje, la presión, el abuso de confianza,
etcétera. Por ejemplo, para ellos las mujeres tienen la culpa por
"no marcar el alto" o por "andar de coquetas". "Te dicen que no, pero están
queriendo", "no hay que hacerles caso cuando dicen no", "si tú quieres
y ella dice no, pues de capricho a la fuerza", argumentan. En contraste
ellas afirman que "no te niegas porque te sientes amenazada, tienes miedo",
o "temes perderlo" o "por sentirse comprometida".
Uno de los motivos de violencia sexual señalados
por los entrevistados es la presión que ejercen los pares o grupo
de amigos: lo haces "para quedar bien", "que digan, sí pudo", "para
llamar la atención", o por "diversión".
A pesar de estas diferencias de percepción, ambos,
las mujeres y los hombres, comparten conceptos, mitos y argumentos que
tienden a legitimar la violencia sexual: "A las mujeres se las visualiza
como víctimas reales y potenciales por su condición femenina
de debilidad, y a ellos, como violentos por naturaleza", apuntan las autoras
de este estudio. Y en esta legitimación se encuentra en parte la
explicación del porqué no se denuncia este tipo de violencia,
aunque saben que constituye delito. Las víctimas no denuncian porque
"les gustó", "les gusta la mala vida" o "por vergüenza, miedo
y pena". Pero otra parte de la explicación está en la desconfianza
al sistema de justicia: "si denuncias, te echan la culpa y te tratan bien
mal".
Los investigadores de la Unidad de Investigación
Epidemiológica y en Servicios a la Salud del IMSS concluyen que:
"La inculpación de las víctimas y la impunidad de los victimarios
son dos importantes mecanismos que sostienen la violencia sexual." Los
especialistas advierten que el combate a la violencia sexual no tendrá
éxito y si no se hace partícipes a los y las adolescentes
"en la construcción de nuevos modelos de relación y proyectos
de vida y sociedad".
No deseaba embarazarme ni supe qué sucedió
A diferencia de sus madres y abuelas, las jóvenes
de hoy acuden ante el altar a edades más avanzadas, lo que necesariamente
implica la prolongación del lapso de la actividad sexual y de la
posible fecundidad antes del matrimonio. El bajo uso de anticonceptivos
en las primeras experiencias sexuales de las jóvenes las lleva a
embarazarse sin desearlo. El resultado alarma: uno de cada dos bebés
nacidos de madres menores de 24 años no es deseado, y 17 por ciento
de todos los nacimientos son de madres adolescentes. Esta situación
ha producido múltiples investigaciones abocadas a analizar el problema.
En dos municipios semiurbanos de Morelos, especialistas
del INSP y de la Secretaría de Salud del DF, entrevistaron a madres
adolescentes de 13 a 19 años de edad. Lo que encontraron es revelador:
más de una quinta parte de las 220 adolescentes entrevistadas durante
el posparto manifestó no haber deseado el embarazo. Las autoras
del estudio "Embarazo no deseado en adolescentes, y utilización
de métodos anticonceptivos posparto", publicado en la revista mencionada,
señalan que el porcentaje sería mayor si la entrevista se
hubiera verificado antes del nacimiento del bebé o antes del embarazo.
El cuadro se completa con el siguiente dato: casi 60 por ciento de ellas
señaló que no recurría a ninguna práctica anticonceptiva
a las seis semanas del parto, a pesar del conocimiento expresado sobre
la existencia de métodos anticonceptivos. Estos datos indican la
existencia de una brecha entre el conocimiento y el uso de anticonceptivos,
y el bajo impacto de las campañas educativas y preventivas.
Los especialistas señalan que algunas adolescentes
deciden embarazarse para salir de una situación familiar conflictiva.
Otra explicación apunta hacia el abandono de la escuela y las condiciones
asociadas a la pobreza, lo que dejaría a la adolescente "ante pocas
alternativas de desarrollo", y la expondría a la maternidad temprana
como una forma de alcanzar cierto reconocimiento o status.
Las autoras del estudio, coordinado por Rosa María
Núñez, recomiendan diseñar estrategias educativas
que promuevan la deliberada planeación de la fecundidad más
que aquellas estrategias que promueven la abstinencia sexual o la postergación
del inicio de la práctica sexual. Los programas de planificación
familiar, apuntan, deben prestar particular atención al "grupo considerado
de alto riesgo reproductivo", es decir, a las adolescentes en periodo de
posparto, las que habitan en áreas suburbanas y las no derechohabientes
de las instituciones de seguridad social.
Tanto tengo, tanto me prevengo
Otro problema que ocupa a especialistas y a autoridades
de Salud es el creciente riesgo de infecciones por VIH en la adolescencia.
Se calcula que al menos 30 por ciento de las infecciones por VIH/sida ocurren
durante ese periodo. Para conocer el nivel de conocimientos sobre el VIH/sida
y su correspondencia con el uso del condón, especialistas del IMSS
y de la Secretaría de Salud aplicaron cuestionarios a adolescentes
de Guadalajara de diferentes estratos socioeconómicos y de ambos
géneros. Los resultados encontrados en ambos estudios divergen en
cuanto al nivel de conocimientos encontrados. Mientras el estudio "Conocimientos
sobre VIH/sida en adolescentes urbanos: consenso cultural de dudas e incertidumbres",
realizado por Ramiro Caballero y Alberto Villaseñor, encontró
niveles de conocimiento homogéneos en todos los estratos socioeconómicos
y en ambos géneros, el estudio "Conocimiento objetivo y subjetivo
sobre el VIH/sida como predictor del uso del condón en adolescentes",
coordinado por Alberto Villaseñor, encontró mayores grados
de conocimiento en los estratos socioeconómicos alto y medio y en
los varones más que en las mujeres. Sin embargo, ambos estudios
concuerdan en señalar que el nivel de conocimientos sobre el VIH/sida
es más homogéneo dentro de los estratos con características
socioeconómicas similares.
Entre las respuestas a los cuestionarios destacan las
dudas manifestadas sobre la seguridad que proporciona el condón.
Los y las adolescentes encuestados piensan que el VIH traspasa el látex
del condón. Y en general no atinaron a definir bien a bien el significado
del concepto "sexo seguro". Quizá sea esa la explicación
del bajo número de adolescentes que reportaron usar condón
"siempre". Entre los varones el porcentaje fue de 35 por ciento, y entre
las mujeres que reportaron el uso del condón por su pareja fue de
15 por ciento. Además, hubo una mayor frecuencia en el uso constante
del condón en estratos socioeconómicos alto y medio que en
el bajo y marginado. De acuerdo con los autores del segundo estudio, estos
resultados indican que las campañas de prevención han tenido
un impacto "modesto y diferencial a favor de los jóvenes de estratos
socioeconómicos alto y medio".
Una ausencia notable en ambos estudios es el factor orientación
sexual. Si bien es verdad que como apuntan los autores del primer estudio
existe "una mayor probabilidad de que los hombres transmitan el VIH a sus
parejas sexuales mujeres", la realidad es que lo están transmitiendo
a sus parejas sexuales masculinas. De acuerdo con los datos epidemiológicos,
más de 50 por ciento de las infecciones se transmite por sexo entre
hombres, y este dato incluye a los adolescentes. Y sin embargo, este importante
dato no fue tomado en cuenta en ninguno de los dos estudios, lo que debilita
el alcance de sus resultados.
La conclusión que extraen los especialistas va
en el sentido de diseñar estrategias de información y prevención
segmentadas o diferenciadas de acuerdo a los estratos socioeconómicos
al que pertenezca la población adolescente objetivo. Sólo
de esa manera, concluyen, se garantizará una mayor eficacia de los
mensajes. |