Juan Saldaña

López Obrador

Conocí a López Obrador hace ya algunos años. Fuimos presentados por un entrañable amigo común: Arturo Núñez, paisano suyo, por cierto. Recuerdo con toda claridad la aguda mirada observadora del tabasqueño, adobada por comentarios que ilustraban con precisión expresiones críticas sobre el entorno político del momento. Núñez y yo trabajábamos para el PRI de Adolfo Lugo, que ensayaba un vasto programa de identificación y comunicación con la militancia básica del partido. Sobre ello discutimos buen rato. Recuerdo solamente algunos comentarios agudos de López Obrador.

Pasaron varios años antes de que volviera a saber del líder tabasqueño. Todo había cambiado. Yo trabajaba en Pemex, en el área de comunicación social, y hasta mi escritorio llegaron las noticias fulgurantes de un López Obrador entregado plenamente a la lucha de los campesinos tabasqueños contra el monstruo petrolero que devoraba tierras, extinguía pesquerías e inutilizaba para siempre amplias tierras de labor.

Durante el desempeño de este liderazgo al frente de sus paisanos campesinos, López Obrador no encontró límites para su acción personal. Le recuerdo en algunas fotografías corriendo entre matorrales de su tierra y escapando ágilmente a la persecución de cabos y soldados del ejército destacados para la guarda y custodia de las instalaciones petroleras.

No se trata aquí de realizar ningún ensayo sicológico sobre la personalidad del tabasqueño. Lisa y llanamente deseo entregar al muy selecto grupo de mis lectores las impresiones externas que me creaba la observación distante de López Obrador. Algo me interesó de su actuar político. En todo caso, observé desde entonces que él reservaba un tono o acento divertido y risueño, por graves y serias que fueran sus actividades. Hombre de sonrisa fácil que no evade la seriedad de los compromisos sociales y políticos.

Salvo un saludo fugaz al término de su campaña para jefe de Gobierno, no he vuelto a tener contacto de ninguna naturaleza con él. Sigo informalmente el desarrollo de su gobierno a través de los medios de comunicación que difunden su obra de gobierno y sus casi ya famosas conferencias de prensa matinales.

No somos amigos. No me compromete con él nada que no sea el seguimiento de sus tareas desde el punto de vista de un ciudadano habitante de esta enloquecida capital. No estoy en proceso de hacerme el "aparecido" para firmar este artículo y pedirle audiencia después. Lo aseguro. Sin embargo, y aun cuando sea desde el seguimiento parcial de las noticias, no pueden dejar de indignarme las torpes añagazas y las francas mentiras que han intentado en fechas recientes manchar la labor del jefe de Gobierno del Distrito Federal. Desde afuera se ha advertido la bajeza del ataque, su oportunismo, su torpeza.

Nada facilita más conocer el alcance de la infamia que el pesaje de los intereses en juego. Nada clarifica más el nivel y calidad de los procedimientos utilizados que la calidad moral de los actores, sus hechos, sus historias.

Destruye la legitimidad de los ataques, la ínfima calidad moral de los agresores. Sorprende hoy en día que aún exista alguien que otorgue el menor crédito moral al grupúsculo agresor. Pero todo esto es superado, de manera clara y distinta, por la limpia y solidaria expresión de nuestro pueblo.

Adelante, señor jefe de Gobierno. Continúe trabajando para esta capital. Tiene el apoyo de su pueblo. Que aúllen los perros.