La Jornada Semanal,   domingo 28 de marzo  de 2004        núm. 473


Isabel Vericat Núñez

De Ciudad Juárez al cielo

A Lilia Alejandra y todas las flores que se fueron

"Me dejaron 21 bolsas con huesos, gobernador".

Podría ser el inicio de Esperando a los bárbaros, de J.M. Coetzee, pero es sólo un punto intermedio, 20 de junio de 1999, de la historia de barbarie, de mujeres asesinadas sólo por serlo, que se ha vivido en Cd. Juárez desde el 23 de enero de 1993, cuando se encontró el cuerpo de Alma Chavira Farel, "una niña golpeada y estrangulada, violada por dos conductos, hematoma en mentón y en ojo. Vestía sweater cerrado blanco con figuras y pantaleta azul. Campestre Virreyes", como dice la ficha técnica. Otros dicen que la primera mujer torturada y asesinada fue Silvia, estudiante de medicina que trabajaba por las noches en un cabaret, en 1991. En realidad no se sabe a ciencia cierta cuándo empezó esta historia bárbara que, desde siempre, se aceptó y toleró como parte de la vida cotidiana. Y este es el horror.

Habían pasado más de seis años de este hallazgo cuando le comunicaban la noticia al gobernador entrante de Chihuahua, Patricio Martínez. En el transcurso de esos seis años había habido más de doscientos asesinatos de mujeres y el gobernador saliente, Francisco Barrio Terrazas, dejaba una senda sembrada de huesos y calaveras como en un cuadro de pintura clásica: Sic transit gloria mundi, así pasa la gloria de este mundo, sólo que sin tener que meditar sobre su propia fatuidad ni sobre la justicia debida a tanta muerte gratuita de mujeres. En todo este periodo y hasta que se formó la Fiscalía Mixta, no se tomó declaraciones ni se escuchó a ninguna persona relacionada con las víctimas, familiares y amigos, ni a sospechosos.

De las familias de las más de cuatrocientas mujeres de las que se sabe asesinadas hasta hoy, quedan pocas en la ciudad. No se sabe el número preciso, porque se ha hecho todo lo posible desde las instancias gubernamentales por silenciarlas, cooptarlas y amenazarlas. Muchas huyeron, perseguidas o aguijoneadas por el miedo y las amenazas, tanto si habían callado como si habían buscado ayuda en el aparato de justicia, por el dolor de una pérdida irreparable que las autoridades convertían en fatalidad y en culpa de las propias víctimas. Los asesinatos eran merecidos, ellas se lo buscaron. La imposibilidad primitiva de separar mujer joven de provocación ha sido la patraña atroz para encubrir la imposición del secuestro y la tortura por la fuerza bruta, en muchos casos hasta el estrangulamiento por razones de placer sexual de los asesinos.

El miedo es una muralla, y Ciudad Juárez es una ciudad amurallada. Ser mujer joven hoy, bonita y pobre en Cd. Juárez es peligro de muerte. Hasta que todos estemos dispuestos a convertir esta muralla en un muro de contención de este machismo sin freno que reduce a las mujeres a la inexistencia.

El pánico es que toda una cultura, todo un país, trata mal a sus mujeres, y luego dice, Ƒpor qué se dejan? Ellas. Cuando lo que sucede es asunto de hombres. El trato que la sociedad da a sus mujeres, y sobre todo a las más pobres de los pobres, la mayoría, es el origen de aberraciones como los asesinatos de mujeres. Estamos muy atrás, más de lo previsto y lo proclamado.

Ciudad Juárez es la cuarta ciudad en el país en cantidad de población. Casi un millón y medio de habitantes, con un crecimiento de casi un millón de 1993 hasta ahora: el treinta y tres por ciento menor de quince años; otro treinta y tres por ciento de quince a veintinueve años. El treinta y cinco por ciento población migrante, y veintidós de cada cien nacieron fuera del estado de Chihuahua.

Quisiera hablar de esta historia en tiempo pasado őprincipio de esperanzaő, pero hace días se encontró en Ciudad Cuauhtémoc el cuerpo de una mujer desaparecida, torturada y con las manos amarradas, y el 9 de marzo, en el ya funesto cerro del Cristo Negro, donde se han encontrado aproximadamente veinticinco mujeres asesinadas hasta el día de hoy, el cuerpo de otra mujer de unos veinte años de edad, semidesnuda y aún no identificada.

Hace pocos días renunció por fin el procurador general del Estado, llamado Chito Solís, a quien sucede otro personaje no muy recomendable para impartir justicia, el subprocurador Arturo Piñón, famoso por amenazar a las organizaciones civiles de víctimas y desprestigiar a algunas de ellas. Y ellos dicen que las mujeres provocan.

Si no se nombran, las cosas no existen

Femicidio, crimen contra la humanidad, es el nombre de estos crímenes, la palabra que nombra la barbarie cometida, con todas las connotaciones de exterminio por sexo: asesinato regular y sistemático őno de una ráfaga ni por el estallido de una bomba, métodos habituales en las masacres y en el terrorismoő, sino otro tipo de terror que satisface intereses y necesidades de los participantes.

El criterio para nombrar estos crímenes es la gravedad, y no sólo la cantidad de crímenes sexuales, tan disputada por todas las autoridades públicas, como en subasta. Cualquiera de las cantidades publicadas documenta un exterminio regular y sistemático o un ataque a un sector de la población civil.

Cuando se creó la nueva Fiscalía Especial, la PGR, a través de su Procurador, habló de "crímenes de envergadura", y la propia Fiscal especial de "casos paradigmáticos de violación de los derechos humanos". Eufemismos y paliativos para evitar un lenguaje consagrado como universal para esta clase de crímenes: femicidio, exterminio por discriminación sexual, crímenes contra la humanidad. Todos ellos sexuales porque los asesinos, desconocidos para la víctima, la escogen sin conocer siquiera su nombre, sólo por tener cuerpo de mujer, que ellos utilizan con fines de "celebración" de jugosas transacciones de dinero, de "erotización" y satisfacción de sus necesidades, de sacrificio para sellar pactos de lealtad entre miembros del grupo. Las interpretaciones posibles varían, pero todas coinciden en el carácter gratuito de los crímenes. Ni la forzada tesis del comercio de órganos, ni la del negocio siniestro de los videos snuff őgrabación del asesinato de una mujer ante la cámaraő las han podido sostener ni los propios asesinos ni sus cómplices en puestos de autoridad.

ƑEs posible el erotismo, el lenguaje poético de los cuerpos, después de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez? Las resonancias, para muchos, son estremecedoras. Los asesinatos sexuales de mujeres en Ciudad Juárez por hombres ajenos a la vida de las víctimas son gratuitos, sin ánimo de lucro. Aterrador.

Si la línea divisoria entre agresión sexual y abuso es la intimidación, es ineludible que todos los asesinatos de mujeres con secuestro, tortura, mutilaciones y hasta descuartizamiento, son sexuales.

Las mujeres jóvenes y pobres asesinadas en Ciudad Juárez no mueren por una causa, por un ideal, político u otro, que les merezca el respeto y el reconocimiento de la sociedad; mueren por ser mujeres y, simple y esforzadamente, querer vivir.

El género, un concepto, una categoría de análisis, un lugar en la jerarquía de poder y dominación entre los sexos, cubre como un tupido velo la realidad cruenta de estos asesinatos, que son de cuerpos, de vidas, de mujeres. No hay asesinatos del género. Pero el mal empleo del concepto lo convierte en un salvoconducto, sirve para distanciar, volver más contemplable una realidad que es, y debemos fomentarlo, intolerable. Amnistía Internacional lo dijo muy claramente en su informe: Muertes intolerables, violencia contra las mujeres. Femicidio porque se mata a una mujer sólo por serlo, mujer, y no para poner en femenino homicidio, y en singular por la connotación de regularidad y sistematicidad de todos los femicidios en su totalidad.

Cada secuestro, tortura, descuartizamiento, maltrato de mujer por serlo es sexual, y es tan oscurantista y grotesca la lucha por las cifras como la clasificación de estos crímenes por móviles: desconocido, accidental o imprudencial, narcotráfico, pasional, riña, robo, sexual, venganza, como se hace en la auditoría periodística que encargó el Instituto Chihuahuense de la Mujer, dirigido por Victoria Caraveo, y que se titula Homicidios de mujeres. Cuando se reduce el sexo femenino a un orificio, el masculino a una espátula y la pasión es letal, algo anda muy mal en los fundamentos de la vida.

Coautoría, participación y encubrimiento

En la organización del trabajo criminal que implica la delincuencia organizada őque abarca desde los delitos de cuello blanco, pasando por cualquier atraco o asalto, hasta todo tipo de contrabando y actos criminales de los bajos fondoső hay grados de culpabilidad y castigo, lugares y funciones para todos: coautores, partícipes, cómplices y encubridores.

En el caso de Ciudad Juárez se ha dado especial relevancia al encubrimiento hasta conseguir el efecto especial, como en el cine, de que todo es atribuible al aberrante funcionamiento del sistema de procuración de justicia que, como es sabido, en nuestro país pertenece al poder Ejecutivo. El encubrimiento ha pasado a ser el problema, mientras cuestiones de fondo como la misoginia, el machismo, la discriminación letal de mujeres pasan a ser burbujas y flatulencias cuando se destapa alguna de las cloacas en las que confluyen, como en la corrupción política que nos domina, las aguas negras de la política, los intereses empresariales y los procedimientos jurídicos. ƑO es que cuando se trata del derecho a la vida de las mujeres no se aplican los mismos criterios?

El Informe de la Comisión de Expertos Internacionales de la ONU, Oficina contra la Droga y el Delito, sobre la misión en Ciudad Juárez, de noviembre de 2003, es producto de la presión y solidaridad internacionales ejercidas por la sociedad, que obligó al gobierno mexicano a lavar parte de la ropa sucia, sólo la perteneciente al sistema de procuración de justicia de Cd. Juárez y Chihuahua. Los resultados del informe, a cuyos expertos se prohibió entrar en contacto o escuchar a las propias víctimas, obligaron a la Secretaria de Asuntos Globales de Relaciones Exteriores a declarar en España que "tenemos un sistema de justicia del siglo XVIII". No suena mal como prefacio.

El informe tiene muchas virtudes, entre ellas la de señalar no sólo la negligencia e ineptitud de los funcionarios de la procuración de justicia, sino su complicidad y corrupción en el desdén a las víctimas, en la eliminación de pruebas, en el trato inhumano de los cadáveres.

Resulta obvio que si se ha manejado dinero ha sido para encubrir a las cabezas, manos y beneficiarios de los asesinatos de mujeres. Para amordazar bocas, cuando el periodismo serio de investigación ha mencionado a fuentes imprescindibles de información hasta con nombres y apellidos, personas connotadas que podrían declarar y, así, contribuir a esclarecer la oscura trama.

Los asesinatos de mujeres en Cd. Juárez se normalizaron, forman parte del riesgo y de la cotidianeidad de vivir en una ciudad de frontera, donde el narco, y no la delincuencia organizada que abarca mucho más, es el rey. Terroríficamente normales, como la banalización del mal que vio Hannah Arendt en el rostro de Eichman en el proceso de Jerusalén.

El tipo de asesino serial que se ha promovido y propagado en boca de expertos para controlar el horror, es psicópata, anormal, monstruo, como diría la criminología tradicional y desdirían Foucault y la criminología crítica. Los asesinos, estos asesinos, son producto de la sociedad, ella los engendra, ella los cultiva. En este sentido, lo que sucede en Ciudad Juárez no sería un tumor a extirpar en un cuerpo sano. Es todo el cuerpo el que está enfermo, pero la enfermedad es su estado normal. El asesino serial unido indisolublemente al psicópata, al monstruo, provoca hasta un atractivo en los medios de comunicación, fomenta imitadores. La aceptación de que se mate a mujeres sin vínculo previo con ellas, sin nada que ver con la violencia llamada doméstica o familiar, y que la vida social continúe como si fuera normal, es un síntoma grave y hasta terminal de la descomposición del cuerpo social.

La serialidad, en el caso de Ciudad Juárez, es una característica de los crímenes, no de los autores. Con una organización del trabajo delictivo debidamente eficaz, podría suceder en cualquier otro terreno propicio, como ya es un hecho en el caso de asesinatos de mujeres en todo el país y en Guatemala y El Salvador, según la relatora de Naciones Unidas que está elaborando una investigación también en Ciudad Juárez.

Los dolientes, las flores y sus hijos

Todos los intentos de organización de las personas afectadas se han disgregado, los han atomizado. Desde Voces sin Eco, la primera organización de familiares en Cd. Juárez, la misión de las autoridades públicas ha sido la compra del silencio, amedrentar, disolver. Ofrecer dinero, siempre sumamente necesario en la pobreza de los familiares, como pauta, y canalizar los asesinatos femicidas a la violencia familiar, más comprensible porque sucede en todas partes y no compromete como partícipe a ningún intocable.

Si hace poco se debatió en nuestra sociedad si es ético o moral dedicar grandes cantidades de dinero őque en la jerga "social" oficial se llaman recursoső para ir a Marte cuando hay tanta pobreza en el mundo, la pregunta sería Ƒpor qué gastar tanto dinero en salarios para nuevos puestos que se supone que previenen y erradican la violencia a la mujer y no dárselo a las familias de las víctimas que tanto lo necesitan?

En el sórdido embrollo de los asesinatos de dos abogados defensores de inocentes, de los confesos culpables a través de la tortura, de uno de ellos descubierto muerto en su celda después de una "operación" de hernia, todo subproducto de la gran operación, ésta sí, de encubrimiento caiga quien caiga, están los dolientes: las madres, las hermanas y hermanos, familiares y amigos cercanos, y sobre todo, las hijas y los hijos que la madres jóvenes y asesinadas por serlo dejaron huérfanos, en los casos conocidos con padre ausente o abstencionista. Kaleb tenía seis meses y Jade dos años cuando asesinaron a su madre, Lilia Alejandra, a los diecisiete años. Su madre, Norma, abuela de los niños, ha pedido la patria potestad, que todavía no le conceden realmente. Entre ella y Malú, la hermana de Lilia Alejandra, con dos hijos en pareja, crían, cuidan y sobre todo aman a las criaturas. Formas diversas de familia, como se proclama hasta en conferencias internacionales de población y desarrollo, pero que en la realidad todavía no se admiten. Resistencias de directoras de institutos, comisionadas, organizaciones encargadas de recomponer el tejido social. Pamplinas, el dinero nunca va a dar a quienes lo merecen. La justicia tampoco, como ya es sabido.

Los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez son crímenes de Estado no sólo por omisión, sino por complicidad, y generan una proliferación de organigramas y planes integrales que chupan del gasto público. Y ante este telón de fondo: Cada mujer desaparecida es un fantasma errante por la ciudad. Cada cuerpo no identificado un grito para que lo nombren. Cada mujer asesinada un clamor de justicia y de alguna reparación del daño a sus seres queridos.

De Ciudad Juárez al cielo, Ƒporque adónde si no fueron todas estas flores?