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México D.F. Domingo 28 de marzo de 2004
BM: ¿PRAGMATISMO O SOLIDARIDAD?
Ayer,
el vicepresidente para América Latina del Banco Mundial (BM), David
de Ferranti, realizó en Lima, Perú, una serie de declaraciones
que implicarían, de concretarse en hechos, un cambio en las orientaciones
y los modos de operación que han definido la actividad de las instituciones
financieras internacionales durante, al menos, las últimas dos décadas.
De Ferranti afirmó que el BM y otros organismos
multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) se encuentran
"listos y dispuestos" para apoyar una nueva política social en la
región. Ciertamente, cabe dudar que el eventual viraje "social"
del BM y de instituciones similares responda a una actitud solidaria frente
a las ingentes necesidades de la población latinoamericana, golpeada
severamente por las crisis recurrentes, el desempleo, la erosión
de las expectativas de vida digna, las devaluaciones y demás lacras
potenciadas por las políticas de ajuste neoliberal impuestas precisamente
por el BM y el FMI a prácticamente todo el subcontinente. Por el
contrario, este supuesto cambio estaría inscrito en el patente agotamiento
del modelo actual, el llamado Consenso de Washington, y en la necesidad
de los propios organismos multilaterales de apalancar su posición
y sus inversiones en América Latina. La actitud del actual gobierno
argentino, por ejemplo, de no volver a hipotecar el desarrollo social en
aras de cumplir con la injusta y desmesurada deuda externa -posición
avalada por el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva,
en el marco del Consenso de Buenos Aires- habría encendido los focos
rojos en la banca internacional y motivado un realineamiento pragmático
de las políticas de las instituciones financieras. En este contexto,
las afirmaciones de De Ferranti serían la nueva carta del BM y del
FMI: incidir en el desarrollo social de los países latinoamericanos
-y no sólo en las cuestiones macroeconómicas-, a fin de prevenir
la repetición, a escala generalizada, del caso argentino.
Con todo, siendo las formulaciones de De Ferranti, hasta
el momento, meras promesas, resulta imperativo señalar que cualquier
apoyo a los programas sociales de los gobiernos latinoamericanos tiene
que incluir la reducción de la deuda externa -la cual es un obstáculo
para el desarrollo- y el impulso decidido a la actividad productiva, a
la generación de empleos, a la creación de infraestructura
y a la competitividad de las economías regionales. La apertura de
los sectores agrícolas de las naciones desarrolladas, por sólo
poner un ejemplo, tendría que acompañar necesariamente a
cualquier nueva aportación del BM y del FMI a América Latina,
pues mientras subsistan las actuales asimetrías y los proteccionismos
estadunidense y europeo, las exportaciones y los mercados internos de la
región seguirán acotados y limitados.
De igual manera, todo apoyo de índole social debe
enfocarse a revertir, en primer término, los peores efectos del
neoliberalismo: la desigualdad extrema, la concentración de la riqueza
en manos de las oligarquías, la corrupción y la entrega del
patrimonio público a las empresas trasnacionales. Mientras no se
corrijan tales problemas, los cuales mantienen atado el desarrollo social
en América Latina, cualquier nuevo desembolso del BM o el FMI tendrá
poco efecto y sólo engrosará el indeseable capítulo
del endeudamiento externo. Así las cosas, convendría a los
organismos financieros multilaterales pasar de la retórica a los
hechos y explicar con claridad las características, los alcances
y las exigencias inherentes a su supuesto viraje social, de tal forma que
los gobiernos y los pueblos de la región puedan evaluar la pertinencia
de recibir tales apoyos y, sobre todo, mantenerse alertas para que no se
repita, con una nueva cara, la subordinación y la rendición
ante el extranjero que han caracterizado, dolorosa y escandalosamente,
a las políticas económicas del neoliberalismo en América
Latina.
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