Carlos Bonfil

Temporada de patos en Guadalajara

La edición 19 de la Muestra de Cine Mexicano e Iberoamericano en Guadalajara amplió este año su programa habitual, con 140 películas, entre largo y cortometrajes, tributos al cine de los hermanos Taviani, al trabajo del cinefotógrafo Vittorio Storaro, una sección novedosa, Puntos cardinales, con títulos recientes de Patrice Chéreau, Michael Winterbottom, Jafar Panahi o Zhang Yimou, entre otros, y una buena sección de documentales internacionales, entre ellos La pelota vasca, de Julio Medem. Además de 15 largometrajes iberoamericanos, se presentó una selección de películas mexicanas en competencia, con los nueve títulos que consideró más rescatables en la muy exigua producción de este año, y otros seis en una sección paralela llamada Panorama. En total 15 producciones nacionales, y por primera vez, la participación en competencia de dos videos digitales, @festibvercine.ron, de Gabriel Retes, y El misterio de los almendros, de Jaime Humberto Hermosillo, suerte de legitimación de este formato en los nuevos criterios selectivos de la Muestra.

Lo más sorprendente este año, sin embargo, y al mismo tiempo lo más perturbador y estimulante, fue la premiación final de la muestra. Una película, Temporada de patos, del joven Fernando Eimbcke, arrasó literalmente con reconocimientos oficiales en siete categorías, incluidas mejor película, mejor director, mejor actor y mejor actriz, y dos premios más, el de la crítica internacional, representada por segundo año por la asociación Fipresci, y el de la productora Anhelo. Los premios, ampliamente merecidos, crearon sin embargo cierta desazón en el medio por su manera de eclipsar a otras cintas mexicanas participantes y crear un fuerte desequilibrio que bien pudiera sugerir dos posibilidades: o bien, la presencia de un fenómeno fílmico estilo Amores perros o Y tu mamá también (las cintas que por un tiempo acapararon el interés local e internacional por el cine mexicano, sugiriendo por sí solas un boom totalmente falso), o un balance muy desfavorable de la calidad en la producción fílmica nacional este año. Existe otra posibilidad, menos pesimista. Desde hace tres años, la Muestra de Guadalajara se ha esforzado por ganar credibilidad y transparencia en sus criterios de selección y de reconocimiento del quehacer fílmico mexicano. Se ha premiado lo abiertamente innovador, es decir, lo que antes figuraba como categoría marginal casi desechable, y ha reconocido vigorosamente el trabajo documental -Gabriel Orozco, La pasión de María Elena, Recuerdos-, con lo que se impuso una constatación ineludible: un fuerte descrédito del cine de ficción y del trabajo de muchos guionistas y directores. La película de ficción, dueña de tantas premiaciones previas, aparecía ya como generadora infatigable de anacronismos y rutinas. El documental triunfaba, las nuevas tecnologías también, y pronto sería el turno de los trabajos de animación. Esta última categoría aún no tiene su momento de gloria, pero la ficción, en cambio, sí ha marcado en esta edición de la Muestra un regreso espectacular, con un solo título, Temporada de patos, que lamentablemente coloca en la sombra a tantos otros, pero que por su frescura narrativa y su técnica impecable, bien merece cargar con el codiciado estigma de ser toda una revelación artística.

Regresa pues, con mucha fuerza, el cine de ficción, pero no esa ficción satisfecha a la que nos ha acostumbrado ya el cine mexicano, desde sus exitosas comedias vacías hasta las páginas prescindibles de la autobiografía sentimental de tantos realizadores. La cinta de Eimbcke, filmada en blanco y negro, con actores poco conocidos, de magnetismo instantáneo, narra una historia sencillísima, casi minimalista, en menos de hora y media: la crónica de una tarde en la que un repartidor de pizzas (Enrique Arreola) queda atrapado en un departamento de Tlatelolco con dos adolescentes demasiado hábiles, una joven de precocidad maliciosa, un juego de video, dos apagones de luz, y súbitas revelaciones, entre amargas y festivas, sobre el sentido de la vida y el anhelo de libertad. Este guión que posiblemente se habría rechazado en muchas partes, lo recuperan y apoyan productores entusiastas, y sin que nadie sospeche el impacto que viene, da lugar a una película original, fuera de serie, que autoriza algunas primeras suposiciones: por un lado, que las narrativas laboriosamente innovadoras, o las certidumbres de quienes detentan desde hace décadas el monopolio del profesionalismo fílmico, no pagan tanto como la limpidez y espontaneidad de esta propuesta; y por el otro, que el reflejo burocrático y la complacencia no han logrado aún adueñarse de todo el cine mexicano. El cine es ciertamente entretenimiento -y esta cinta lo muestra con creces-, pero es ante todo resistencia cultural en un medio habituado a menospreciarlo como opción artística, y esto también se demuestra aquí de modo notable. Una vez más, la Muestra de Guadalajara es un buen barómetro de la situación y posibilidades del cine mexicano.

Temporada de patos podrá disfrutarse próximamente en la Cineteca Nacional en un ciclo dedicado a las cintas mexicanas exhibidas en Guadalajara. En esa ocasión, y con la oportunidad debida, se hablará en este espacio de las cintas restantes.

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