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México D.F. Domingo 28 de marzo de 2004

Octavio Paz

Preliminar*

Este segundo y último volumen de mi obra poética reúne los poemas que he escrito desde 1969 hasta ahora. Después de mucho dudarlo, decidí incluir los poemas colectivos que he escrito con algunos amigos: Renga, Hijos del aire, Poema de la amistad y Festín lunar. En las dos primeras colecciones aparecen, frente a frente, los textos originales y mi traducción; en la última se reproduce únicamente mi traducción: mis amigos escribieron sus versos en hindi y en caracteres devangari, que muy pocos entre nosotros conocen. Ellos mismos, después, los tradujeron al inglés. En cuanto a las traducciones: se publica únicamente el texto en español porque, como lo digo en el prólogo a la primera edición de Versiones y diversiones, mi propósito fue hacer, a partir de poemas en otras lenguas, poemas en la mía.

Mis versiones del sánscrito, del chino y del japonés, apenas si necesito repetirlo, fueron hechas con la ayuda de amigos que conocen y escriben esas lenguas; también con la de un número considerable de traducciones de esos poemas al inglés, al francés y al italiano. Muchas son, más que traducciones, recreaciones e incluso imitaciones, en el sentido tradicional de la palabra. Al compararlas con las de otras lenguas, comprobé que había logrado cierta fidelidad. Por supuesto, esas versiones no tienen valor filológico sino, si alguno tienen, literario y quizá poético. No necesito justificar la inclusión en este libro de mis traducciones de poesía. Las diferencias entre creación y traducción no son menos vagas que entre la prosa y el verso. La traducción es una recreación, un juego en el que la invención se alía a la fidelidad: el traductor no tiene más remedio que inventar el poema que imita.

En el "Preliminar" al volumen anterior apunté que mis poemas han sido respuestas a los accidentes de mi vida, tejida como todas las vidas de momentos afortunados y desdichados. Respuestas nunca inmediatas sino filtradas por el tiempo. Así, los dos tomos que reúnen mis tentativas poéticas pueden verse como un diario. Sólo que es un diario impersonal: los momentos vividos por el individuo real se han convertido en poemas escritos por una persona sin precisas señas de identidad. Cada poeta inventa a un poeta que es el autor de sus poemas. Mejor dicho: sus poemas inventan al poeta que los escribe. Siempre me ha parecido brumosa la distinción entre el poeta épico y el lírico. Se dice que el poeta épico -y su descendiente: el novelista- cuenta sucesos ajenos e inventa personajes mientras que el poeta lírico habla en nombre propio. No es así: el poeta lírico se inventa a sí mismo por obra de sus poemas. En no pocos casos ese "sí mismo" está compuesto por una pluralidad de voces y de personas. Como todos los hombres, el poeta es un ser plural; desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, vivimos en diálogo -o en disputa- con los desconocidos que nos habitan.

La verdadera biografía de un poeta no está en los sucesos de su vida sino en sus poemas. Los sucesos son la materia prima, el material bruto; lo que leemos es un poema, una recreación (a veces una negación) de esta o de aquella experiencia. El poeta no es nunca idéntico a la persona que escribe: al escribir, se escribe, se inventa. Sabemos que Catulo y Lesbia (su verdadero nombre era Clodia) existieron realmente: son personajes históricos. También lo fueron Propercio y Cintia (Hostia). Sabemos asimismo que ni el poeta Catulo y su amante ni el poeta Propercio y su querida son exactamente los individuos que vivieron en Roma en tales y tales años. La heroína de esos libros y los autores mismos, sin ser ficticios, pertenecen a otra realidad. Lo mismo puede decirse de todos los otros poetas, cualesquiera que hayan sido su época, sus temas y sus vidas. La poesía, el arte de escribir poemas, no es natural; a través de un proceso sutil, el autor, al escribir y muchas veces sin darse cuenta, se inventa y se convierte en otro: un poeta. Pero la realidad de sus poemas y la suya propia no es artificial o deshumana; se ha transformado en una forma a un tiempo hermético y transparente que, al abrirse, nos muestra una realidad más real y más humana. Los poemas no son confesiones sino revelaciones.

Entre humilde y resignado, con esperanza y con escepticismo, dejo este libro, como el anterior, en manos de mis lectores próximos o lejanos, de hoy o de mañana, son la personificación del tiempo. Un juez simultáneamente sabio y caprichoso. Sus juicios, con frecuencia, nos sorprenden; sin embargo, a la larga no se equivoca.

México, 1996

*Nota preliminar del Nobel de Literatura mexicano al segundo tomo de Obra poética, último de los 15 volúmenes de sus Obras completas, que el Fondo de Cultura Económica presentará el miércoles 31

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