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México D.F. Sábado 27 de marzo de 2004

Marcos Roitman Rosenmann

La mentira en política

Los llamados especialistas en comunicación política saben que en la lucha por apropiarse de la realidad lo importante no es decir la verdad. Por el contrario, se trata de hacer verosímil un mensaje. Fabricar mentiras es labor diaria del creador de imagen. Sin escrúpulos éticos los equipos publicitarios, contratados por los partidos, tratan de dar credibilidad a cualquier argumento. Su objetivo consiste en manipular hechos para justificar decisiones. Hacer que el receptor se identifique con el emisor y su discurso. Si se logra, se obtiene un rédito de poder que permite orientar la conducta de los ciudadanos hacia los intereses del manipulador. Pero no sólo se trata de doblegar la voluntad de quien recibe el mensaje. Se busca su conformidad. Penetrar la conciencia de los sujetos hasta la asimilación total del mensaje. Y una vez conseguido este propósito, la mentira política se reproduce socialmente. Gana la primera batalla, imponerse como opinión común generalizada. Una mayoría social está satisfecha; sus dudas e incertidumbres desaparecen. La paz interna llega y la confianza en el emisor del mensaje se renueva. Todo está en orden. Sin embargo, para vencer totalmente, aún debe recorrer un camino no exento de riesgos. Está obligada a superar la prueba del tiempo. La fabricación de la mentira en política no difiere, en este proceso creativo, de la hechura en la mentira publicitaria comercial. En ambos casos su imposición necesita romper la barrera del corto plazo. Salvo en situaciones límite, donde juegan otros factores, además de los señalados, la mentira política debe perdurar, no puede tener vida efímera. Descubrir rápidamente su trama tiene un costo muy elevado. El primer efecto es una pérdida de legitimidad.

Asimismo, recordemos que la publicidad engañosa, cuando se descubre, suscita un rechazo social generalizado, con el consiguiente descrédito inmediato para el responsable de su emisión, sean grandes almacenes o dirigentes políticos. Descalificar un buen nombre bajo la acusación de corrupto no requiere mucho esfuerzo. Lanzar un rumor y posteriormente divulgarlo a viva voz tampoco es complejo. Basta encontrar el sitio idóneo y hacerlo correr. Las técnicas para ello son antiguas y su vigencia se comprueba día a día. Sólo el escenario es diferente. Ya no son los baños públicos de Grecia y Roma o el ágora. Ahora es un ascensor, un autobús, un tren, el Metro, las aulas de clases o las fiestas. Lugares perfectos donde anida el rumor. Resulta habitual levantarse con bulos que hablan de los o las amantes del presidente y su esposa o viceversa. También nuestros oídos están atentos cuando nos informan de los comportamientos lujuriosos, encuentros secretos o reuniones inverosímiles de figuras políticas. Igualmente, no faltan quienes alertan acerca de productos alimenticios de dudosa fiabilidad sanitaria. En lo inmediato estas prácticas alteran comportamientos y provocan alarma social. Actuar con celeridad es la respuesta a este tipo de mentira o rumor político. El silencio no es aconsejable, salvo en casos flagrantes de inconsistencia, donde la mejor respuesta es no darse por enterado. Pero si el caso lo amerita, hay que actuar contundentemente y utilizar todos los medios de comunicación social posibles, buscando contrarrestar los efectos negativos del momento.

En este juego de mentiras fabricadas no hay cuartel ni tregua. Todo vale y no existe código ético. En lo contingente, la luz roja permanece encendida, desmintiendo y contratacando. La valoración política de un candidato, de un dirigente, la concesión de un préstamo o inversión pública de hondo calado social, pueden estar pendiendo de una declaración tendenciosa bien construida y avalada con entrevistas ad-hoc corroborando la mentira. Si la reacción tarda en llegar los problemas se acumulan. Se juega en campo del enemigo, provocando desorientación, ganando tiempo, y se hace retroceder al adversario. En el peor de los casos, se neutraliza, y se obliga a contestar, quedando en entredicho su comportamiento. Hay que nadar a contracorriente.

No hay engaño bien intencionado. No se trata de ocultar, como el médico a un paciente terminal lo grave de su enfermedad. Tampoco es una novela donde la imaginación es cómplice de una mentira aceptada como parte de un relato de ficción. Menos aún de avalar palabras piadosas donde la voluntad del perjuro se transforma en juiciosa bondad por evitar males mayores. Nada de ello se da en la mentira política. En ésta, todo responde a una voluntad consciente, deliberada, de ocultar datos y pruebas, sobre todo si coadyuva a debilitar al enemigo. Sea oposición, gobierno, grupo de presión, personalidad relevante o formador de opinión política.

La necesidad de creerse la mentira forma parte de la trama. Es necesario repetir de manera consistente el argumento hasta lograr vencer las resistencias del receptor. Un empacho de mentiras bien organizadas culmina en un autoengaño colectivo de consecuencias desastrosas para una ciudadanía ajena a todo este montaje. Cuando se descubren las malas artes y el sentido manipulador, la eficacia disminuye, aunque no por ello deja de funcionar. La resistencia provoca malestar. En los extramuros, el ciudadano se ve sometido a un bombardeo de mentiras políticas donde se vulnera constantemente su derecho a una información veraz. Sin muchas defensas, su descontento suele manifestarlo espontáneamente. Las grandes manifestaciones gritando "No a la guerra" o asumiendo un "šTodos somos Marcos!", en referencia al portavoz del EZLN, son ejemplos de actuación frente a la ignominia y la manipulación. Lamentablemente la posibilidad de difamar y construir mentiras políticas sigue estando al alcance de quien paga grandes cantidades de dinero. Intelectuales institucionales, políticos corruptos y sin decencia, así como formadores de opinión, directores de revistas y periódicos, se prestan para urdir mentiras donde expresar su total desprecio a la ética política y la democracia. Ahora, ponga usted los ejemplos.

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