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México D.F. Viernes 26 de marzo de 2004
Horacio Labastida
18 de marzo y contrarrevolución
La expropiación de las compañías petroleras estadunidenses, inglesas y otras, decretada por el presidente Lázaro Cárdenas el 18 de marzo de 1938, fue en su momento y para siempre hondo símbolo de los sentimientos nacionales contra la salvaje expoliación que sufrió el país en los decenios últimos del Estado porfirista, caracterizado por el compromiso con las elites nacionales y extranjeras que indujo generalizada miseria en el pueblo.
Con el pretexto de las leyes de colonización, deslinde y baldíos -la más importante fue publicada en diciembre de 1883 por Manuel González-, las compañías encargadas de ejecutarlas saquearon la pequeña propiedad y las comunidades de campesinos e indígenas y las concentraron en latifundios de extensiones increíbles. En Chihuahua la hacienda Lagunita de Dosal tenía más de 158 mil hectáreas, en Coahuila la llamada San Blas alcanzó 396 mil hectáreas, y en México La Gavia medía 133 mil hectáreas, en la inteligencia de que otras de menos tamaño iban entre 50 mil y 81 mil hectáreas, haciendas que también cayeron en manos extranjeras: la Compañía Richardson poseía un total de 330 mil hectáreas en el norte y sur del río Yaqui; The Palomas Land Co, en Chihuahua, se extendía por más de 776 mil hectáreas; y en este tenor levantábanse otros feudos que Díaz entregó y propició sin límite alguno. La otra faceta de ese problema creado por los vendepatrias estuvo escenificada en las tiendas de raya, las masas trabajadoras sujetas a una condición servil y las guardias rurales encargadas de acosar y asesinar las rebeliones de los pobres.
Aparte del feudalismo mexicano estimulado por la dictadura, Díaz fomentó las inversiones extranjeras afirmando que sólo con ellas sería posible el desarrollo de México. Francisco Bulnes nos recuerda que con motivo de una enmienda constitucional que pretendía garantizar la independencia del Poder Judicial, obstaculizada e impedida por el presidente, en Palacio Nacional y ante el propio Bulnes, Rosendo Pineda, Joaquín Cassasús y Justo Sierra, Díaz declaró estar convencido de que la única manera de asegurar paz y algún progreso en México era abrir las puertas al capital extranjero, y que oyendo la opinión de sus abogados de confianza había intervenido e intervendría cuantas veces fuera necesario en los tribunales de apelación para impedir sentencias que vulnerasen los intereses de las subsidiarias foráneas.
Los resultados de todo esto fueron estudiados por el eminente economista José Luis Ceceña en un análisis de la situación: México en la órbita imperial, y también por Jules Davis en su libro sobre la penetración económica estadunidense en nuestro país, evaluaciones que en conjunto muestran cómo los renglones vitales de la infraestructura económica fueron otorgados por Díaz al patrimonio extranjero, desde los ferrocarriles y minas hasta las grandes industrias y las finanzas, advirtiendo Ceceña, por otra parte, que los más prominentes porfiristas eran accionistas y empleados de las compañías del exterior.
Es decir, en los años de Porfirio Díaz la patria de Hidalgo y Morelos fue adquirida por capitalistas estadunidenses, ingleses, franceses, holandeses y alemanes con el aplauso de las autoridades mexicanas, y contra este pillaje se levantó el pueblo hacia 1910, derrotó a las tiranías de Díaz y Huerta y sancionó en el artículo 27 constitucional de 1917 el recobramiento de los recursos en manos extranjeras y un principio de explotación justa de la riqueza, mandamiento cumplido en nuestra historia precisamente el mencionado 18 de marzo con el decreto expropiatorio leído al pueblo por el insigne Lázaro Cárdenas.
Pero la contrarrevolución que desató Santa Anna desde su golpe de Estado de 1834 hasta el presente no ha cejado en sus esfuerzos por entregar a México a las multinacionales, ahora refugiadas en Washington. La liberación de 1938 se ha metamorfoseado en la creciente y contemporánea dependencia que mina los valores mexicanos y busca hacer de la República una gran maquiladora de los supermonopolios del Tío Sam. En nuestros días esta política acata las órdenes de los acaudalados y su gobierno en la Casa Blanca; se trata de poner en venta al capitalismo monopolista los hidrocarburos que nos restan, la energía eléctrica y otras riquezas que pertenecen al pueblo y no al Estado.
La contrarrevolución y su neocolonialismo se han tonificado en México y frente al grave peligro sólo nos queda un instrumento espiritual: la fuerza moral del pueblo que viene acuñándose en la conciencia patria, unificada y política de una gran mayoría de mexicanos. Son muchos los ejemplos históricos propios y no propios que acreditan que el hombre y su poder moral pueden vencer al suprapoder económico ajeno y su asociación con el aparato gubernamental interno. Exaltemos estos valores y sin duda venceremos a la barbarie.
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