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México D.F. Jueves 25 de marzo de 2004

Soledad Loaeza

Así hablaba Echeverría

La primera reacción de Andrés Manuel López Obrador ante los escándalos en que se vieron envueltos sus allegados en las últimas semanas tiene un aire de déjà vu que alimenta el desánimo. En sus denuncias de la conspiración de la derecha resuenan los ecos de Luis Echeverría y de la izquierda universitaria que lo apoyó a tambor batiente, bajo la consigna de "Echeverría o el fascismo". Los jóvenes no lo saben y los que ya no lo son tanto tal vez no lo recuerdan, pero los estudiantes de la UNAM recibieron con insultos y pedradas en el campus universitario al presidente Echeverría. Confundido y desgañitado, el despeinado primer mandatario respondió a los ataques con gritos de "jóvenes fascistas".

Parecería que ante las revelaciones de los videos de Ahumada el jefe de Gobierno hubiera buscado en sus viejos apuntes de la Escuela de Ciencias Políticas respuestas para salir del embrollo. Los ecos del discurso echeverrista también resuenan en los lamentos de López Obrador en contra de la DEA, de Washington, del gran capital, y, desde luego, de Carlos Salinas que es el comodín al que hoy todos recurren cuando se trata de hablar de fuerzas oscuras. No hay más que imaginarse el festín que hubieran sido para Echeverría el neoliberalismo y el salinismo. Cada uno de estos temas habría sido combustible eficaz para su elocuencia interminable. Sus discursos habrían durado todavía más horas, las movilizaciones para apoyarlo ha-brían sido más nutridas, y él se habría sentido todavía más satisfecho de su capacidad para comunicarse directamente con el pueblo.

Muchos creímos que ese discurso había quedado atrás, como una mala experiencia que nadie quiere recordar, entre otras razones porque era un autoritarismo hipocritón y traidor, que con una mano saludaba a la viuda de Salvador Allende y con la otra le indicaba a Richard Nixon dónde estaba la amenaza comunista. También creímos que la izquierda se había sacudido los tics de su alianza con el echeverrismo, forjada en nombre de la defensa en contra de la derecha. Pocas dudas quedan ahora del papel que jugó Echeverría en la inmisericorde represión de las organizaciones guerrilleras; también hay abundantes pruebas de su desprecio por el voto y en general por la vía electoral.

La hegemonía del PRD en la capital de la república es el tipo de estructura de poder que Echeverría disfrutaba y alimentaba en el PRI; en ella se apoyaba para construir redes clientelares, al mismo tiempo que patrocinaba a grupos políticos ajenos a su partido y apoyaba financieramente experiencias y grupos radicales en diferentes estados de la república. Muchos hay de los perredistas que se formaron políticamente en los escenarios construidos por Echeverría; muchos también los hay entre los mismos priístas. El echeverrismo es uno de los genes que tienen en común el PRI y el PRD.

Los escándalos y los rumores políticos de las ultimas semanas han dejado la desagradable sensación de que caminamos en círculos. Como si una maldición pesara sobre nuestros deseos de vivir en una democracia, cada vez que avanzamos unos metros medidos en instituciones, un mal rayo nos regresa al punto de partida. Y si miramos la historia reciente con lentes de larga vista, veremos que el punto de partida, el lugar que queríamos abandonar para siempre era el echeverrismo, que ahora se ha convertido en el puerto de llegada al que nos quiere llevar López Obrador.

Con los videos que han exhibido corruptelas en el PVEM y en el PRD lo peor de la política ha salido a flote: los manejos indebidos, la manipulación de la verdad, la mala fe, la ambición, el narcisismo. Muchos, incluso los mismos culpables, para justificar estos penosos hechos han recurrido a afirmaciones universales que ponen en entredicho la política misma, como si ésta fuera una actividad esencialmente viciosa. Sin embargo, la política no es así, la hacen así los políticos corruptos que, en este caso particular, han sido plenamente identificados ante la opinión pública. Tienen nombre, apellido y filiación partidista. Lo único que les falta son escrúpulos.

En la búsqueda de culpables no ha faltado quien vea en la democracia -los partidos, la competencia electoral y el voto- la causa de la caída de estos muchachos. Acusar a esta forma de gobierno de los desvíos de nuestra vida política, como si la democracia despertara apetitos irresistibles, cuando en realidad el político corrupto lo sería bajo cualquier tipo de régimen. El peor daño que nos habrán hecho los amigos de Ahumada y los de Fox y todos los que son como ellos es mandarnos de regreso a los brazos de Echeverría.

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