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México D.F. Lunes 22 de marzo de 2004
LA REFORMA ELECTORAL, NECESARIA
El
Congreso de la Unión debe atender esta semana un proyecto de reforma
electoral elaborado por el Ejecutivo federal y cotejarla con la propuesta
de modificaciones al Código Federal de Instituciones y Procedimientos
Electorales (Cofipe) que se prepara en el seno del propio Legislativo y
que, a decir de diputados opositores, contiene todos los aspectos importantes
de la iniciativa presidencial más otros no previstos en ella, y
cuenta con el aval del conjunto de las fuerzas políticas registradas,
incluido el PAN. Más allá de desencuentros coyunturales y
formales, como el pretendido madruguete del gobierno al grupo plural
de legisladores o la inutilidad de intervenir por dos vías -la de
la fracción parlamentaria panista y la de la propia Presidencia--
en la reforma electoral, debe saludarse la existencia de condiciones propicias
para aprobar, por consenso, las adecuaciones legales imprescindibles en
la actual circunstancia del país.
Sería por demás ingenuo sostener, a estas
alturas, que el tránsito nacional a la plena democracia se consiguió
con la alternancia partidaria en la titularidad del Ejecutivo federal,
lograda hace casi cuatro años. Ciertamente, la llegada a la Presidencia
de la República de un candidato no priísta fue un hito de
gran importancia en el desarrollo político de México, pero
ese hecho no se tradujo en una normalidad institucional intachable, y no
habría tenido por qué ser así. Muchas de las enormes
deficiencias del sistema representativo previas a 2000 siguen vigentes
hoy en día, y a ellas hay que agregar los nuevos problemas derivados
de la creciente irrupción de intereses económicos en el ámbito
de la gestión partidaria. Este fenómeno, que no es exclusivo
de nuestro país, ha impreso un alarmante e inaceptable sentido mercantil
a la acción política y ha acentuado la corrupción
en las formaciones partidarias y en muchos de sus dirigentes. Otro fenómeno
nacional y mundial preocupante y nocivo es la persistente pérdida
de identidad ideológica de los partidos en general, su corrimiento
al centro y su obsesión por remplazar el análisis y la práctica
política por instrumentos propios de la mercadotecnia, la publicidad
y la imagen corporativa. En esa perversión se manifiesta la tendencia
general de las sociedades a instaurar el comercio como patrón y
referente único de los vínculos sociales, tendencia que no
sólo distorsiona la política, sino también otras relaciones
humanas: la información, la religión y los lazos afectivos,
familiares y sexuales, todos los cuales acaban volviéndose objetos
de compraventa.
El país requiere, en la época presente,
de una legislación que resuelva los defectos históricos de
su sistema de representación, como la grave desigualdad de los partidos
en el acceso a los medios -especialmente los electrónicos-, los
tiempos y los gastos excesivos en las campañas y la regulación
financiera de las precampañas; pero necesita, asimismo, de instrumentos
legales para impedir el flujo de dineros corruptos y corruptores a dirigentes
y candidatos, así como de disposiciones para evitar la proliferación
de membretes partidistas que esconden negocios pingües a expensas
del erario. Con todo, el desafío principal de los legisladores consiste
en idear fórmulas legales que garanticen la representación,
por parte de los partidos, de posturas ideológicas definidas y singulares
y de programas de gobierno, plataformas y propuestas concretas para enfrentar
los problemas nacionales. De otro modo, los institutos partidarios acabarán
volviéndose marcas comerciales, empaques llamativos y productos
orientados no a la ciudadanía sino al mercado, no a los votantes,
sino a los consumidores.
Finalmente, la erradicación de la corrupción
en la política pasa necesariamente por la formulación de
leyes que conviertan en delito lo que hoy es mera inmoralidad y que refuercen
la fiscalización y la transparencia en el manejo de los recursos.
Pero eso no basta. Se requiere, además, que los políticos
mismos recuperen la dignidad de su oficio y entiendan que éste no
es el ámbito correcto para hacer negocios personales o de facción.
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