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México D.F. Lunes 22 de marzo de 2004

Hermann Bellinghausen

Silent movie

Si en alguno, la cinta se encuentra en muy mal estado. Viejo celuloide en 16 milímetros, blanco y negro. ƑPrimeros años treinta? Ya era sonoro el cine, no las filmaciones caseras. Digo, si casera se puede llamar la escena del abuelo cazador apuntando su escopeta hacia un puma que camina sobre la gruesa rama horizontal de un árbol que se intuye inmenso, en las montañas de Guerrero o la serranía de Tamaulipas (los dos lugares a donde acostumbraba salir de caza con unos amigos que tenía. Cogían el tren del Balsas, o la ruta a Matamoros, y adiós muchachos).

La bestia ruge. En silencio. Tras la maleza se oculta un espantado campesino, quizás guía o cargador de la batida cinegética. El abuelo cazador no tiene en mente en ese trance su amado concierto para violín de Mendelssohn sino las fijezas del miedo, y sostiene firme su arma. El puma se encoge un segundo, se esponja, salta con elasticidad y elegancia. El cañón humea y la culata "patea" el hombro del abuelo sin quitarle el equilibrio. Pero al venírsele encima el animal cae de espaldas, abrazado al felino, más grande que él, tan alto. Ruedan en la tierra húmeda. La cámara se agita, los sigue, los pierde, los recupera. Aparecen otros hombres, o partes de ellos, apuntando sus rifles sin saber dónde.

En alguna calle de la colonia Juárez, en una casa más bien pobre allá en México, lo esperan seis o siete de los diez hijos que tendrá, y su fiel mujer, quien ocasionalmente debía emplearse como telefonista de la Erikson aunque odiaba trabajar. En eso se parecía la abuela a su marido: les gustaban más sus actividades del tiempo libre, como a casi todas las personas. Sólo que ellos se atrevían, contra toda lógica económica, aunque la pasaban más bien pránganas. Él estaba mejor matando pumas y osos en la sierra Madre que en su escritorio del Departamento Forestal. Ella devoraba historia y literatura, de preferencia francesas; en alguna ocasión, trabajando para Radio Educación en tiempos de Cárdenas, haría La Celestina con Tomás Perrín, el Doctor IQ y el "Bachiller" Gálvez y Nosequé, todos jóvenes, bajo la dirección de un inmigrante León Felipe a quien ella siempre vio con cierto temor. Es el único "trabajo" del que la recuerdo hablando en su vejez. (Pero esa es otra historia, y menos muda.)

Al puma no le caben los colmillos en el hocico terrible, parecen cuchillos.Sus brazos son más gruesos que los del abuelo caído. Hecho un asco de lodo y sangre. Sonríe con la confusión incofundible de quien regresa del último abismo. El ademán de sacarse un sarape no le basta para quitar el animal de encima. Sus compañeros lo auxilian. El puma está completamente muerto. Sangra del pecho. Apretones de manos, brazos levantando los rifles en triunfo. La cámara se interrumpe. Creo ver al camarógrafo unirse al alivio colectivo.

Fotos también hay. Del episodio. Claro. Pero en todas aparece el puma ya cadáver. Sus victimarios a su lado, o la bestia a solas con su muerte, como si durmiera.

Debió ser inquietante en ese tiempo registrar en vivo un momento tan grave de la existencia. Como escena de Bruno Traven llevado a la pantalla, se me figura ese trozo de imágenes. Un girón del siglo. Algo que enseñar a los nietos, como se dice.

No hablo por los otros nietos, que son un chingo; por lo que a mí respecta, el abuelo cazador nunca contó la historia ni me mostró la película. Conocería historia, fotos y película cuando el abuelo ya hubiese muerto, de viejo, en su cama, durante el sueño, treinta o cuarenta años después del puma, el tren del Balsas y otras aventuras. Me parece recordar la piel del puma convertida en raída alfombra.

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