México D.F. Lunes 22 de marzo de 2004
La sociedad respondió, en las urnas,
a la manipulación informativa sobre los atentados
11-M, la tragedia que movilizó a los
españoles contra la guerra y la mentira
Aznar se empeñó en culpar a ETA; ahora
deberá entregar el poder enmedio del descrédito
ARMANDO G. TEJEDA CORRESPONSAL
Madrid,
21 de marzo. Fueron cuatro días que quedarán grabados
en la memoria colectiva de España, en la conciencia política
de una sociedad que vivió momentos amargos y de profundo duelo que
se convirtieron, de súbito, en una revuelta cívica contra
la violencia, la guerra, la manipulación y la mentira.
La historia empezó a cambiar el jueves 11 de marzo,
cuando Madrid despertó con una noticia sobrecogedora: 12 bombas
colocadas en cuatro trenes de pasajeros de Cercanías, con un total
de 100 kilogramos de explosivos, propagaron la devastación y la
muerte alrededor de las 7:30, en plena hora pico, dando paso a un drama
sin precedente en Europa occidental.
El saldo provisional del atentado es estremecedor: 202
muertos y más de mil 400 heridos, la mayoría de ellos estudiantes,
trabajadores de menos de 35 años, niños y migrantes procedentes
de 13 países, muchos de ellos latinoamericanos. La mayoría
de los heridos han sido dados de alta, pero todavía permanecen hospitalizadas
más de 200 personas, 40 de ellas en peligro de muerte.
En medio del caos y el duelo, la sociedad española
se preguntó quién era el responsable de la matanza ocurrida
en medio de una campaña proselitista y a sólo tres días
de las elecciones generales. El gobierno español, del conservador
José María Aznar, comenzó entonces a cavar lo que
sería después su propia tumba política, al empecinarse
en establecer como "única" o "principal vía de investigación"
a la organización armada vasca ETA como autora de los atentados.
A pesar de que los indicios y diversos comunicados confirmaban que el responsable
era Al Qaeda, que justificó la matanza por el apoyo del gobierno
de Aznar a las guerras de ocupación contra Afganistán e Irak,
rechazadas de forma mayoritaria en el país.
Mientras
el conteo de los muertos por los atentados confirmaba los peores augurios,
las sirenas de las ambulacias no cesaban de sonar en toda la ciudad y los
hospitales se abarrotaban de personas mutiladas, con graves heridas por
la metralla o presas de crisis nerviosas; se empezó a expandir la
inquietud en una sociedad "desorientada" y ávida de información
veraz.
Para acallar este -entonces tímido- clamor, compareció
el mismo día del atentado el ministro del Interior español,
Angel Acebes, quien atribuyó a ETA la autoría de la matanza
"sin la menor duda", a pesar de que horas después informó
de un hallazgo policial clave para la investigación. El funcionario
español ofreció incluso datos, desmentidos horas o días
después, de sus propias declaraciones; como la naturaleza del explosivo,
que primero dijo que era del tipo Titadine (habitual de ETA), pero que
después se convirtió en dinamita del tipo Goma 2 eco; o que
las bombas fueron activadas por temporizadores utilizados habitualmente
por el grupo armado vasco, a pesar de que posteriormente confirmó
que los paquetes-bomba fueron hechos explotar mediante teléfonos
celulares.
Objetivo: convencer a la opinión pública
Ese jueves trágico, el aparato del Estado español
se movilizó, con Aznar a la cabeza, para convencer a la opinión
pública nacional e internacional de que ETA era responsable de los
atentados, incluso el propio presidente del gobierno español llamó
a los directores de los principales periódicos del país para
insistir en que tenían pruebas concluyentes que confirmaban su tesis.
La mayoría de los medios de comunicación españoles
y europeos propagaron que la supuesta autoría de ETA era casi un
hecho incuestionable.
El 11-M, como se denomina aquí a ese día
trágico, finalizó con llanto y duelo, pero también
con cierto escepticismo sobre la información que difundía
el gobierno español sobre los atentados, máxime cuando había
reconocido esa misma tarde que la ubicación en la localidad madrileña
de Alcalá de Henares una camioneta con restos de explosivos, temporizadores
y una cinta magnetofónica con versos del Corán.
El viernes 12 de marzo fue un día silencioso en
Madrid. Los habitantes de esta capital, acostumbrados a las sacudidas de
los atentados etarras, estaban indignados y desesperados ante la envergadura
de la tragedia. Después de que a mediodía la ciudad se paralizó
por completo durante 15 minutos, en señal de duelo y de protesta,
alrededor de las seis de la tarde la mayoría de los comercios y
las oficinas públicas cerraron sus puertas para responder al llamado
del gobierno y de los partidos políticos de oposición de
acudir a una manifestación contra el terrorismo.
Ese día, más de 11 millones de españoles
salieron a las calles a pesar de la lluvia y del temor latente a un nuevo
atentado. En esas movilizaciones gritaron consignas de repudio a "cualquier
tipo de terrorismo", pero también instaron al gobierno de Aznar
a aclarar "¿quién fue?"
Aznar aseguró, de nuevo, que las fuerzas y cuerpos
de seguridad del Estado confirmaban que la "principal vía de investigación"
seguía siendo ETA, que ese mismo día, se desmarcó
de la matanza en un comunicado y a pesar de que los presuntos autores reivindicaron
la matanza en un mensaje enviado a un periódico londinense. El propio
ministro del Interior señaló entonces que "no" daba "ninguna
credibilidad" al comunicado de ETA.
El sábado 13 de marzo era el día de la jornada
de reflexión previa a los comicios generales, sin embargo, la sociedad
española estaba todavía conmocionada por los atentados de
Madrid y acumulaba dudas e incertidumbres sobre el origen de las más
de 200 muertes.
En la tarde de ese sábado comenzó de forma
espontánea una intensa movilización social en busca de la
transparencia informativa. Inició la etapa de la "revuelta cívica"
de estos cuatro días de marzo que cambiaron la historia de España.
A través del correo electrónico y de mensajes de teléfonos
celulares, miles de personas decidieron concentrarse ante las sedes del
Partido Popular (PP) para reclamar información veraz antes de acudir
a las urnas: "Queremos saber la verdad, antes de votar".
El gobierno y los dirigentes del PP respondieron con amenazas
a los partidos de oposición y con descalificaciones que rozaban
el insulto dirigidas a los ciudadanos que exigían "la verdad".
Las protestas y los reclamos cada vez más firmes
de las fuerzas políticas de oposición obligaron al Ejecutivo
español a reconocer alrededor de la una de la madrugada del domingo,
el mismo día de las elecciones, que en una llamada anónima
se informó de la existencia de una cinta magnetofónica en
la que Al Qaeda se atribuía los atentados por la política
de apoyo a la ocupación de Irak por parte de Aznar.
El domingo 14 de marzo, la mayoría de los medios
de comunicación españoles consideraban la pista "islámica"
como la más viable, si bien el gobierno todavía sostenía
que la "principal vía de investigación" seguía siendo
ETA, a pesar de que ese mismo día se ordenó la detención
de cinco personas, tres marroquíes y dos ciudadanos indios, presuntamente
implicados en los atentados.
La respuesta ciudadana, entonces impredecible, se expresó
a través de las urnas. Desde primeras horas de la mañana
los colegios electorales se vieron repletos de ciudadanos que querían
mostrar su sentir por los recientes acontecimientos, a través del
voto. En la memoria de la sociedad también estaban presentes hechos
cruciales recientes, como el desastre ecológico y socioeconómico
provocado por el hundimiento del buque petrolero Prestige, en noviembre
de 2002, las movilizaciones masivas en contra de la guerra de ocupación
de Irak desdeñadas por Aznar, las denuncias de manipulación
informativa contra el aparato público o la incertidumbre suscitada
por la reacción del gobierno ante los atentados, al sembrar más
dudas que certidumbres.
La jornada electoral del domingo 14 de marzo culminó
la "revuelta cívica" de la sociedad española, que contra
todo pronóstico decidió echar del poder a la derecha de Aznar
después de ocho años de hegemonía, los últimos
cuatro con mayoría absoluta. La vocación de paz, el firme
grito contra la guerra, la indignación por la "manipulación"
y la "mentira" de los ciudadanos españoles, sumidos todavía
en el dolor de la matanza, provocó este cambio histórico
que derivó en la elección como presidente del gobierno español
al socialista José Luis Rodríguez Zapatero.
Aznar, que deberá entregar el poder a mediados
de abril, estaba convencido antes del 11 de marzo de que entregaría
su "legado" a su delfín Mariano Rajoy, de que los últimos
días de su gobierno estarían plagados de homenajes y condecoraciones.
Pero su derrota, aunada a la convicción internacional y nacional
de que "mintió" e intentó utilizar los atentados en favor
de intereses electorales, le condenaron a una retirada amarga, incluso
trágica, de la vida política.
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