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México D.F. Sábado 20 de marzo de 2004
IRAK: UN AÑO DE GUERRA E INJUSTICIA
Al
cumplirse un año de la injusta e imperial invasión emprendida
por el presidente George W. Bush contra Irak, el panorama en ese país
árabe es significativamente peor que el que prevalecía antes
de la incursión de los ejércitos angloestadunidenses. De
igual manera, el mundo se encuentra actualmente en una indeseable situación
de incertidumbre y desasosiego inducida directamente por la política
militarista y unilateral de Washington.
En primer término, es claro que las motivaciones
de Bush, Tony Blair y su ahora derrotado aliado español, José
María Aznar, para intervenir en Irak y derrocar a Saddam Hussein,
nada tuvieron que ver con la lucha contra el terrorismo o la defensa de
la democracia. Por el contrario, la depredación y el saqueo de la
riqueza energética iraquí -para beneficio de los inquilinos
de la Casa Blanca y de sus corporaciones cercanas-, el frenesí por
ampliar las posiciones geoestratégicas de Washington en Medio Oriente
y, sobre todo, la imposición de un modelo totalitario e intervencionista
-basado en el miedo y el garrote- a escala internacional constituyeron
las verdaderas razones que condujeron al arrasamiento, la ocupación
y la humillación de Irak.
La muerte, la inseguridad y la zozobra campean en Bagdad
y otras ciudades iraquíes como nunca, y las pérdidas humanas,
la indignación y el dolor van en aumento, como lo comprueban la
feroz resistencia al invasor emprendida por diversas guerrillas y la obstinación
y la ceguera estadunidenses ante las enormes bajas que sus propios ejércitos
han sufrido desde que culminaron las hostilidades formales. Ciertamente,
Saddam Hussein era un dictador sanguinario y despótico que mantuvo
a su nación oprimida durante décadas, pero las condiciones
de vida, la confrontación social y la inseguridad en el Irak ocupado
son, de lejos, mucho peores que en cualquier momento del régimen
derrocado. Cabe señalar que la existencia de armas de destrucción
masiva en suelo iraquí y los vínculos de Saddam con Al Qaeda,
argumentos utilizados por Bush, Blair y Aznar para justificar su inmoral
agresión a contrapelo de Naciones Unidas, son sólo mentiras
y manipulaciones groseras por las que los ciudadanos, como ha acontecido
ya en España, podrían pasarle factura electoral a los actuales
gobiernos de Washington y Londres.
Por añadidura, la invasión de Irak no ha
aportado nada a la estabilidad mundial y, por el contrario, ha sido origen
de nuevas y ominosas amenazas: se han agudizado el odio y la determinación
criminal de los grupos extremistas islámicos -los atentados en Madrid
son la dolorosa prueba de ello-, los precios internacionales del petróleo
y los indicadores económicos mundiales auguran posibles crisis en
el futuro próximo, se ha torcido peligrosamente el ideal de la democracia
para utilizarlo como ariete de dominación y conquista, y se han
minado el modelo de negociación y diálogo multilateral y
la autoridad de Naciones Unidas.
La improcedencia e ilegalidad de la invasión de
Irak es evidente a escala planetaria y muchos gobiernos que se sumaron
inicialmente a la fuerza invasora comienzan, por razones morales, políticas
o meramente pragmáticas, a abandonar a sus antiguos aliados, Estados
Unidos y Gran Bretaña. España podría ser la primera,
pues el próximo presidente español, José Luis Rodríguez
Zapatero, ha anunciado que cumplirá con sus promesas de campaña,
acatará la voluntad mayoritaria de sus conciudadanos y retirará
sus tropas de Irak. Otros países, como Polonia, Corea del Sur y
diversas naciones centroamericanas, retirarán también presumiblemente
sus efectivos, que nada tienen que hacer allí y que sólo
son utilizados como carne de cañón por los ejércitos
angloestadunidenses y como una falaz comprobación de la existencia
de una "coalición" internacional en Irak.
La devastación, la ocupación y el saqueo
perpetrados en Irak por Bush y sus secuaces deben finalizar cuanto antes,
y el pueblo iraquí debe recuperar a la brevedad las riendas de su
destino y el usufructo de su riqueza natural. Sólo así podrán
verdaderamente disiparse los fantasmas del terrorismo de cualquier signo,
incluido el afán totalitario de Washington y su clan económico-militar,
y será posible que la democracia basada en la libre determinación
de los pueblos y la convivencia civilizada entre las naciones se impongan,
por esta vez, a la depredación y la barbarie.
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