.. |
México D.F. Sábado 20 de marzo de 2004
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
La mudanza
Una batalla conyugal filmada hace 14 años por
Gabriel Retes
HASTA NUEVO AVISO, Gabriel Retes es el cineasta
mexicano más inclasificable e imprevisible, y sin lugar a duda el
que mejor rompe con la solemnidad y acartonamiento que caracterizan hoy
a nuestro cine. Considérese su filmografía reciente (El
bulto, Bienvenido/Welcome, @festivbercine.ron), y también su
temeridad y desenfado cuando acepta presentar en esta muestra un video
suyo filmado hace 14 años, en súper VHS, remasterizado luego,
con sonido digital y edición nueva, pero en una copia de fuerte
saturación cromática que del primer al último minuto
semeja una copia pirata. Habrá que repetir la información:
La mudanza se filmó en 1990, y casi tres lustros después,
en plena era de sofisticación tecnológica, se presenta al
público en una copia video apenas aceptable. ¿Quién
justificará la exhumación, quién disfrutará
el aspecto de lo exhumado?
IMAGINEMOS
SIN EMBARGO, un momento, esta misma cinta en un formato y una copia
menos ingratos: la aventura fílmica se vuelve entonces muy rescatable.
En La mudanza (1990-2003) Retes recupera la intención humorística
y el buen oído de la obra teatral homónima de Vicente Leñero,
quien también elabora el guión, y lo que seduce y divierte
es la agilidad y destreza con las que el director maneja los diálogos
y los reducidos espacios escénicos. La trama es sencilla: la pareja
de casados en crisis permanente, Jorge (Alonso Echánove) y Sara
(Patricia Reyes Spíndola), estrenan casa en una colonia popular,
en compañía de Mary (Lourdes Elizarrarás), la mejor
y más fiel amiga del matrimonio; mientras tanto, un grupo de cargadores
penosamente instalan, donde pueden, los muebles de la mudanza. Una batalla
conyugal se avecina, el día es feriado: 20 de noviembre.
LA MUDANZA Y la carga conyugal. El tratamiento
fílmico que hace Retes de la obra de Leñero anticipa la moda
en el cine comercial mexicano de comedias centradas en el conflicto de
pareja, y cuyo producto emblemático sería Cilantro y perejil,
de Rafael Montero, de 1995. Desde entonces se han multiplicado, en tono
muy light, pequeñas radiografías del malestar conyugal
en la clase media, con una visión falsamente alivianada, y en definitiva
conservadora.
EN ESTE CONTEXTO, la originalidad de La mudanza
no radica, evidentemente, en la calidad de sus actuaciones ni en la excelencia
técnica de su factura, sino en algo por fortuna más importante:
en ese desenfado ya aludido del director y en su opción humorística
por el absurdo y el slapstick -con los cargadores y su coreografía
de tropiezos y encontrones en los pasillos-, que continuamente sugiere
un lenguaje de tira cómica. Absurda y divertida como la clasificación
que hace un cargador de un mueble de estilo "autrefois" (en francés,
antaño), o los achaques de cintura de otro trabajador, o el lenguaje
infantil de la pareja, con sus muebles "fávoris" o su planta "préferi",
o los arranques de contrición de la esposa atribulada ("¡Somos
bien impulsivos, George!").
ALGUNAS CARACTERIZACIONES SON estupendas, como
la de los cargadores, y en particular la de su jefe, practicantes todos
del cachondeo alburero y el desfogue en la pachequez. Hay una trama paralela,
tan delirante como algún videohome superocho de los años
60, con un secuestro exprés y una vendetta pasional estilo
Casos de alarma. Todo cabe en esta mudanza de Retes: ironía,
desparpajo, absurdo y parodia de la nota roja.
ALGO MAS: EL tono festivo que imprime el director
a la trama contrarresta y aligera la carga dramática, potencialmente
solemne, de los temas recurrentes: la frustración conyugal, el fracaso
profesional, el adulterio, o la disfunción sexual, todo eso que
aquí es sólo pretexto para un desfile fársico que
jamás se toma en serio. Hacerlo en su lugar sería realmente
un desatino.
|