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México D.F. Sábado 20 de marzo de 2004

La música del trío es ''un detergente para el alma'', compartió un espectador

Intensa y delirante velada con el sonido mágico de Painkiller

ROBERTO GARZA ITURBIDE ESPECIAL

Tenía razón Bill Laswell: como lo advirtió en estas páginas hace unos días, la noche del jueves sucedió algo mágico en el concierto de Painkiller.

Media hora antes del comienzo, una multitud abarrotaba la calle de Donceles en el Centro Histórico. Compuesta en su mayoría por jóvenes varones, la banda se congregó para cotorrear en la acera de enfrente del Teatro de la Ciudad.

A esa hora, las ocho de la noche, los boletos se habían agotado. La expectativa crecía con el paso de los minutos. Un par de revendedores, los de siempre, ofrecían entradas a precios por demás inflados.

Otros personajes repartían volantes de autopromoción, incluida una de las vocales de Munazul, agrupación mexicana producida por el sello Tzadik, de John Zorn.

El teatro lucía espléndido. Poco a poco el público ocupó sus lugares hasta que no quedaba un solo espacio. Tras la tercera llamada, tercera, el respetable soltó la tensión en un largo ¡wouuuuu! con aplauso colectivo. Apareció el trío. El público se levantó a ovacionarlos como impulsado por un resorte.

John Zorn, saxo en mano, vestía una camiseta naranja y pantalón de camuflaje; Bill Laswell, con el bajo en posición, ataviado con una chaqueta negra con botones rojos, pants negros con tres franjas rojas en cada costado, tenis y, por supuesto, con gorro negro en la cabeza; Tatsuya Yoshida apareció con camiseta naranja con ideogramas japoneses y pantalón café claro. Tomaron posiciones, mientras Zorn sonreía.

Vehementes batacazos

Desde la perspectiva del público, Zorn se ubicó a la izquierda, Yoshida al centro un poco atrás y Laswell a la derecha.

El primer impromptu comenzó con los batacazos vehementes de Yoshida, al tiempo que Laswell construía la atmósfera sonora con los graves. Zorn llevó la boquilla del saxo a la boca, cerró los ojos y comenzó su ejecución. Parado con el compás ligeramente abierto y los pies bien plantados en el piso, flexionó un poco las rodillas, inclinó el torso hacia atrás, subió los hombros con soltura, alzó los codos, se encrespó, pegó el cuerpo del saxo al abdomen y se dejó ir con un solo ascendente, que crecía en intensidad y delirio, mientras Laswell rompía el espacio físico y se alejaba, sin dejar de tocar, hacia un costado del escenario.

Zorn bajó la intensidad y Yoshida irrumpió en un solo desenfrenado. Laswell se acercó para cerrar de nuevo el triángulo; giró y se colocó de frente a la batería de Yoshida, de espaldas al público. El bajista marcó el ritmo, volteaba hacia el público, pisaba un pedal y comenzaba a improvisar. Maestro. Zorn lo observaba, sonreía por segunda ocasión y retomaba para alternar en un mano a mano con Laswell, quien ahora gesticulaba con los ojos bien cerrados y atacaba el bajo con una velocidad de dedos impresionante. Fue el delirio.

La pieza alcanzó su punto máximo de insanidad. Los músicos lo sabían, cada uno volaba por su lado, pero nunca se desligaban. Zorn hizo una pausa, se secó la cara con una toalla blanca; Yoshida goteaba sudor, sus extremidades no paraban; Laswell bajó la intensidad y remató. El público explotó. Fueron poco más de cinco minutos de impecable insania.

''¡Esto es música, carajo!" gritó por tercera vez un diletante sentado en la primera fila. ''Es detergente para el alma", respondió una voz cercana. Sea lo que sea, la música de Painkiller es una afrenta a cualquier pauta académica; pero lo hacen con tal maestría que el público quedó literalmente tocado. Es una banda que se debe escuchar en vivo.

Duelo de solos

Antes de viajar a México, en entrevista con La Jornada, Bill Laswell reflexionó sobre el tiempo: ''Pienso que estamos en el futuro y en el pasado al mismo tiempo, ya que el pasado viene del futuro". Mientras interpretaban el tercer ensamble, al observar a Zorn y Laswell en un duelo de solos, recordé un pasaje de El perseguidor, de Julio Cortázar, en el que Johnny Carter (Charlie Parker) le dice a Miles (Davis): ''Esto ya lo toqué mañana". Entonces comprendí que el jueves estuvimos en el futuro y en el pasado al mismo tiempo.

Fue, como advirtió Laswell, ''una experiencia mágica" que conectó al público con sonidos que trascienden el tiempo, el espacio, las etiquetas y hasta el concepto mismo de ''música".

Antes de iniciar el cuarto ensamble, Zorn llamó con la mano a Laswell. A pesar de tenerlos a escasos siete metros, fue imposible escuchar lo que le dijo. Lo cierto es que estos dos maestros se entienden, o si prefieren, se compenetran a la perfección cuando hacen música. Hubo momentos en que Yoshida se desenlazó; parecía afectado, tal vez por la altura de la ciudad de México y el impresionante desgaste físico. Le tundió con furia controlada. Se descargaba. Calculo que habrá perdido cuando menos dos litros en sudor.

En cambio, Zorn se mostró suelto, entregado al público. Hubo un par de momentos en los que hizo sordina al saxo con la parte interna del muslo de la pierna izquierda. El público festejó al genio. Y Laswell, perenne, firme, concentrado al cien. En persona se ve enorme. Es de complexión robusta y tiene las manos regordetas y los dedos pachones, pero los mueve con la destreza de un bajista consagrado.

Pasados 60 minutos de sensaciones, los músicos se retiraron. El respetable, de pie, gritó al unísono: ¡noooo! Todos aplau-dían, querían más, o cuando menos ''otra, otra". Painkiller regresó. El aplauso generalizado provocó otra sonrisa de Zorn, quien extendió el brazo para presentar a Yoshida. El japonés se mostraba tímido; Zorn insistió hasta que se paró en el asiento de la batería. Más aplausos.

Luego Zorn dirigió el brazo hacia Laswell y el aplausómetro alcanzó el máximo nivel de la noche. Laswell respondió con música. Comenzaron de nuevo. Se volvieron a despedir pero la gente los aclamba de pie. Regresa Yoshida a darle a la batería con fuerzas extraídas de no sé dónde. Se incorporaron Zorn y Laswell para ejecutar el último impromptu de la noche.

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