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E C O N O M I A
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México D.F. Sábado 20 de marzo de 2004

Gustavo Gordillo

Enredando

El tráfico de mensajes de texto (SMS) por medio de los teléfonos móviles creció en España 20 por ciento el sábado pasado. El País reportaba que "el sábado el móvil fue la herramienta fundamental para convocar a las manifestaciones frente a las sedes del Partido Popular en distintas ciudades españolas con el fin de protestar por la falta de transparencia informativa en torno a la autoría del 11-M". En estas páginas, Jenaro Villamil consignaba cómo el domingo, al conocerse los resultados electorales en España, "en una multitud de celulares comenzaron a circular mensajes como šOlé, Urdaci a Infojobs!, en referencia a Alfredo Urdaci, principal conductor de TVE, quien deberá poner su solicitud en la página cibernética de búsqueda de empleo". Urdaci se había convertido en el símbolo de la manipulación mediática.

Hace casi 20 años, en las horas y días posteriores al terremoto de septiembre de 1985 en el Distrito Federal, la principal forma de comunicación entre la gente fue el corre-la-voz. Con frecuencia, al recorrer diversas partes del país, me ha tocado presenciar lo siguiente: en un pueblo relativamente apartado, digamos de Nayarit, alguien hacía referencia con una anécdota, a la necesidad de la acción solidaria entre los ciudadanos. Dos días después, en otro apartado pueblo, pero ahora de la sierra de Chihuahua, alguien repetía la anécdota contada a 2 mil kilómetros de distancia y se refería a la que me fue contada en Nayarit. En ninguno de los dos poblados había teléfono.

Lo anterior nos lleva al tema del capital social que en su definición clásica se refiere a las características de la organización social, como la confianza, las normas o reglas y las redes sociales que pueden mejorar la eficiencia de una sociedad al facilitarle la acción coordinada. Putnam vincula las características de la estructura social con el desempeño al nivel macro. Yo prefiero enfatizar el concepto de capital social en relación con la teoría de la acción colectiva.

La definición que propone Woolcock, de acuerdo con la cual el capital social "abarcaría las normas y redes que facilitan la acción colectiva en beneficio mutuo", me parece en este sentido más amplia. Bordieu define al capital social como "la suma de recursos actuales o virtuales que pertenecen a un individuo o a un grupo en virtud de formar parte de un red permanente de relaciones personales". Por su parte, Bebbington enfatiza el rol que juega el capital social en el acceso y la transformación de activos productivos, culturales, educativos en posesión de la gente.

Se podría, por tanto, implicar que con una mejor dotación de capital social se desarrollarían políticas de interés público más eficientes, comprometidas con la cohesión social y con la resolución constructiva de conflictos y discrepancias.

La realidad, sin embargo, dista de esa visión idílica. El verdadero redescubrimiento de la sociedad civil reside en haber reconocido sus limitaciones. Aunque es justo reconocer que esas limitaciones fueron evidentes porque previamente se sobrecargó de significados al propio concepto de sociedad civil. En sus expresiones extremas fue utilizado como instrumento de debate ideológico para subrayar por contrapartida las distorsiones del Estado interventor.

Las limitaciones provienen, a mi juicio, de dos factores. Uno, las sociedades latinoamericanas han estado y más todavía actualmente, cruzadas por una gran variedad de redes y de pocas, pero poderosas, franjas de grupos de interés organizados en medio de la dispersión y de espacios muy amplios marcados por la anomia social. O sea, mas que pluralismo, fragmentación.

Dos, las conductas anti sociales, individualistas, oportunistas, así como los diversos atavismos -como la cultura de la impunidad y de la ilegalidad- también moldean los comportamientos de los diversos actores que componen la sociedad civil. Es decir, la cultura cívica no puede florecer en medio de un contexto antidemocrático y antiliberal.

Así como podemos encontrar redes sociales que fortalecen la cohesión y la solidaridad entre comunidades migrantes, en zonas indígenas o entre mujeres de barrios populares, también éstas existen -y vaya qué son poderosas- entre narcotraficantes, secuestradores y estafadores sofisticados -de bienes raíces, por ejemplo.

La pregunta sería qué factores marcan la diferencia entre redes sociales que sustentan comunidades cívicas y redes sociales articuladas por sociedades criminales o por agrupamientos que se mantienen en franjas de la ilegalidad.

Dos cuestiones parecen útiles retener para la reflexión. Las redes sociales juegan un papel relevante en la solidaridad ciudadana o en la acción política democrática cuando se han nutrido de un ambiente cívico que favorece valores como la tolerancia, la concertación y el debate civilizado. Son redes abiertas a la sociedad y no enclaustradas en sí mismas. Por otra parte, las redes sociales son formas de agregación de intereses. Para pensar más allá del interés particular, gremial o local requieren de un contenido discursivo.

Quizás aquí está el germen de nuevas formas de organzación democrática. Redes sociales dotadas de cultura cívica, volcadas hacia la sociedad y con un discurso que transite del interés particular al general.

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