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México D.F. Martes 16 de marzo de 2004

Teresa del Conde/ y II

Toledo en el Museo de Antropología

La gran exposición de Francisco Toledo en el Museo Nacional de Antropología, que este domingo concluyó, incorporó piezas de gran formato que resultaría difícil o imposible volver a ver, pues pertenecen a colecciones inaccesibles para el común de los mortales. Una de ellas es un mural en cerámica que debe haber costado un trabajo ímprobo montar y luego desmontar. Es enorme, del color del barro y fue realizado en alta temperatura. Está integrado de cuadrángulos que al ser ensamblados forman una retícula que funciona como parte de la composición.

A su geometría la desdice el ritmo frenético de la huella de los conejos que la pueblan. Esta pieza formó el telón de fondo a la sala de exhibición y eso me pareció un acierto, lo mismo que la pintura de la vaca roja de 1976 que mide 330 x 200 y que hasta donde sé no se ha exhibido o se ha exhibido poco, a diferencia del gouache de la bombilla de flit realizado en 1974, que, como otras obras del juchiteco, posee un incontestable sentido del humor, no sé si negro o de otro color.

El ingrediente humorístico en la obra de Toledo proviene de una disposición probablemente innata para condensar dos o más significados, independientes entre sí, en uno. Es un humor ''estético" que tiene que ver incluso con el chiste y sus relaciones con los mecanismos inconscientes, como postuló Sigmund Freud en su famoso tratado. El desplazamiento, la falacia, el contrasentido, la alusión, la figuración indirecta, el símil, sean tomados por separado o en conjunto, son tan leitmotiv en la obra toledesca como el erotismo (también cómico) que no conoce distinción entre los mundos humano, animal, vegetal o el de los objetos. En la libreta de apuntes que constituye el disparador de esta exhibición hay muchos ejemplos humorísticos.

No hacen reír al modo como sucede con la caricatura, pero sí sonreír y exclamar: ''šqué puntada!" y a la vez ''šqué manejo de la línea y de las conexiones entre cuestiones inimaginables!" Así, una flor solitaria se inclina para ofrecer su pistilo erecto a un grillo agresivo que va acercándose a ella con sus cuernecillos amenazantes, simulando un embate entre ambos organismos.

En otro dibujo un hombre enorme con rasgos de ginecomastia (pene diminuto, vientre abultado y senos) está a punto de lanzar su saeta para perforar (penetrar) a un pajarraco medio humanizado que lo interpela con su ojo redondo mientras sus confrères se desplazan en parvada por el aire. En otra hoja hay una mujer gorda abrazándose a un tronco de árbol que oculta su cabeza. Se ''transparentan" sus pulmones, el tracto digestivo y su matriz, que alberga un feto todavía no a término.

Un animal con las orejitas paradas parece topetearla con su frente a la altura de las nalgas, por lo que está desempeñando una labor de comadrona. Este mismo animal, de la raza canina, pero humanizado, ofrece a una mujer más la posibilidad de realizar fellatio con una tortuga que saca su cabeza del caparazón. La mujer parece encantada con el acto: pero ya sabemos que la carne de tortuga es exquisita, por lo que lo seguro es que la tortuga, a fuer de ambiciosa, sea decapitada, terminando así su existencia terrenal.

Cada espectador pudo interpretar de manera distinta la comicidad que poseen muchos de estos dibujos sin por eso dejar de calibrar ni el color cuando lo hay, que es frecuente, ni el fluido de la línea, ni la composición, que siempre es armónica, se diría que a contrapelo.

En Cuatro frijoles (2002), dos funcionan iconográficamente por separado y los otros dos se incrustan en el vestigio de una cabeza de animal: realizada sólo en colores naturales, ocre y tierra. Resulta bellísima, aireada y a la vez cómica. Los frijoles también son motivos que aparecen con harta frecuencia en la obra de Toledo y algunas veces guardan un sentido escatológico, sea por su color o por su forma.

Circula ya la edición facsimilar de la carpeta, que contiene, además de las reproducciones escaneadas de los 80 dibujos que se exhiben, una breve presentación de Consuelo Sáizar, directora del Fondo de Cultura Económica (FCE), sello editorial que celebra 70 años.

La celebración es doble. Por un lado los 70 años del FCE y, por otro, los 35 de galería Arvil. No hay que confundir el logotipo de la carpeta original (Pentalic Corporation, Nueva York) con su edición, que estuvo a cargo de Prisma Editorial (Progreso 40, colonia Escandón).

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