.. |
México D.F. Sábado 13 de marzo de 2004
ƑLA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Lomelín: ser novio de la muerte
''Y TE ENSEÑARE el secreto de andar con la frente en alto/ y a ser novio de la muerte/ que es la novia de los guapos", rimó el poeta costumbrista.
RESUELTO Y BIEN parecido, amante indoblegable de peligros, guapo en sentido amplio pues, fue el matador Antonio Lomelín. Algunas mujeres, de las que por igual saben ver toros que toreros, afirmaban que en México, después del potosino Gregorio García, ídolo de la afición portuguesa a mediados del siglo XX, no ha habido otro torero más apuesto que Lomelín.
Y SI EN la vida diaria se dice que la suerte de la fea la bonita la desea, en la vida del torero, donde dizque "lentejuela mata carita", cuando llega a enfundarse en un traje de luces un rostro agraciado, el mismo diablo parece volverse taurino. Tanto Gregorio como Antonio en el fondo desearon, taurinamente hablando, haber tenido la suerte de los toreros feos, menos asediados, más metidos en la técnica del toreo y menos renuentes a ser administrados.
Y SI AL rostro afinado vestido de torero se añade un valor temerario en el ruedo como sello distintivo, entonces se está frente a una personalidad trágica en la que tan encontrados atributos, tanta energía interior y exterior, necesitan explotar, convirtiendo la vida de ese ser en un calvario, más que por voluntad propia por exceso de dones.
LA EXISTENCIA DE Lomelín fue un auténtico y privilegiado calvario, con los toros, con sus semejantes y consigo mismo, desde aquel 20 de octubre de 1944, en que en su Acapulco natal los ojos se le llenaron de inmensidad y el alma de anhelos, tan intensos como las experiencias y la soledad terrible que habrían de acompañarlo.
CALVARIO NO SOLO por su coraje dentro y fuera de los ruedos o por el hecho de haber recibido 40 cornadas, no sólo por su aguante -en ambos sentidos-, su bohemia e inevitable fama de enamorado -si los feos nos valemos-, así como los consabidos líos con la justicia, sino por la marca de un destino que, con una intensidad extrema, le permitió brillar y conocer la gloria al lado de las desventuras.
A LOS 23 años y ya con varios percances, toma la alternativa; a los 25 se enseñorea de la madrileña plaza de Las Ventas, abre su puerta grande al cortar tres orejas la tarde de su confirmación y obtiene el premio a la mejor estocada de la feria de San Isidro, lo que ningún otro mexicano ha conseguido; a los 26, en Tijuana, le parte el hígado un toro al intentar un par de cortas; a los 30 sufre una de las cornadas más impresionantes que se hayan visto en la Plaza México al poner un par al quiebro y recoger los intestinos de la arena.
Y JUNTO A las carnes desgarradas, las tardes triunfales, los reconocimientos, el dinero, los amores, las broncas, los desengaños, las envidias y la bien ganada fama de ser uno de los últimos grandes estoqueadores de la historia, "porque hay que tener una convicción profunda para matar dignamente a los toros".
HOMBRE Y TORERO intrépido, con la estética del arrojo, de sentimientos arrebatados más que de razonamientos y de reflexión, con Antonio Lomelín se fue también la figura del torero romántico, del que está dispuesto a consumirse en su propio fuego, rebelde, anárquico y macho, comprometido, cortejador y tierno, apasionado e impetuoso siempre. A falta de mejor administración, supo vivir y sentir la vida profundamente. Lujo de elegidos.
|