México D.F. Miércoles 10 de marzo de 2004
La "entrega de la soberanía", el 30 de
junio, pero las fuerzas de ocupación no se irán
Soldados de EU se pertrechan; el trabajo sucio lo
hará el nuevo ejército iraquí
Por ahora, ya se ven menos patrullas estadunidenses
vigilando las calles de Bagdad
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Me dirijo en auto hacia el antiguo aeropuerto internacional
Saddam Hussein para encontrarme con un colega. Los estadunidenses han derribado
las palmeras del camino para quitar a los francotiradores lugares donde
ocultarse, y obsequiaron la madera a iraquíes para que la vendieran
como leña a panaderías de Bagdad.
En
un polvoriento estacionamiento del aeropuerto encuentro ocho reclutas del
nuevo ejército iraquí pasando lista. Visten uniformes que
sería mejor tirar. Algunos llevan pesadas ropas caqui del viejo
ejército iraquí de los años 60, que bien pudieron
ser antes del británico, y algunos pantalones viejos de camuflaje.
Dos de ellos usan barba, dos ríen y otro mira compungido
a su oficial iraquí, un hombre gordo que fuma un cigarrillo y lleva
tres grandes estrellas doradas sobre los hombros. "¡Firmes¡"
Los ocho se ponen tiesos, con las manos a los costados, sin soltar las
bolsas de plástico en que llevan sus ropas de civiles.
Un soldado estadunidense con el nombre "Wilkins" escrito
en el casco y que en la manga lleva la insignia Old Ironsides -nombre
del buque artillado más bombardeado durante la guerra civil estadunidense-
observa el desfile.
"Cuando presencio esto, no me gusta lo que veo", me dice.
Cuando le comento que prefiero mi empleo al suyo sonríe y me responde:
"No lo dudo".
Los hombres marchan levantando polvareda hasta un edificio
prefabricado, donde se detienen. Wilkins se vuelve hacia los dos oficiales
iraquíes: el gordo de las estrellas y otro joven, encorvado y con
un bigote diminuto, y les ordena abordar un camión que va al aeropuerto.
"Súbanse", les dice. El de las estrellas dice que quiere ir al edificio.
"Por favor, suban al camión", repite Wilkins con amabilidad y gesticula
suavemente usando la tabla con sujetapapeles que lleva en la mano. Lo obedecen
lentamente. Luego se vuelve hacia mí y me dice con expresión
significativa: "Y eso que son los oficiales".
Me cruzo con un nepalés que lleva un rifle al hombro,
miembro de los ejércitos de mercenarios que ahora usan los estadunidenses
-no digamos que como costales de arena- para proteger el perímetro
del aeropuerto. Duerme en las instalaciones y lleva cinco meses aquí.
Le pregunto si le gusta. "Aunque es muy aburrido, no duermo mucho", sonríe.
"Hay demasiado ruido de morteros y de tiroteos."
Se alcanza a ver en el cielo un enorme tretamotor de transporte
militar que vuela rugiendo en apretados círculos de mil metros de
diámetro para mantenerse fuera del alcance de misiles. Si los círculos
se abren más de mil metros, puede recibir un impacto. Los motores
dejan cuatro sucios rastros de humo mientras luchan por ganar altura.
En la terminal está un cuarentón teniente
coronel estadunidense vestido de civil, pero con un chaleco antibalas forrado
de tela de camuflaje. ¿Le gusta el aeropuerto? "Nos vamos a ir pronto
de aquí. Vamos a salir del aeropuerto. Los iraquíes van a
asumir el poder." En otras palabras, le sugiero, ¿esto quiere decir
que los estadunidenses van a dejar que el ejército, la "defensa
civil" o cualquier otra formación de iraquíes elegantemente
vestidos y entrenados por estadunidenses se enfrenten al fuego nocturno
de la resistencia en el aeropuerto? "Así es", responde.
No acabo de creerle. Mientras las fuerzas de ocupación
estadunidenses envíen sus naves de transporte al aeropuerto de Bagdad,
no dejarán la seguridad en manos de iraquíes. Lo que sí
pueden hacer es dejar que el nuevo ejército iraquí se encargue
del trabajo sucio, cazando y patrullando entre el pasto y el lodo más
allá del perímetro de mil metros y custodiándolo por
la noche, separados de la masiva presencia de los ocupantes, para poder
salvar vidas estadunidenses.
Luego me acuerdo de esa fecha famosa entre todas, 30 de
junio, cuando la "soberanía" iraquí será entregada
por los estadunidenses a un "consejo de gobierno" que ellos mismos nombrarán,
y todo empieza a tener sentido.
Los estadunidenses no se irán el 30 de junio, por
supuesto, pero ya se están replegando hacia cuarteles seguros, rodeados
de concreto. El aeropuerto quedará bajo responsabilidad iraquí.
Me doy cuenta de que eso ocurrirá en otras mil
áreas de Irak. En las presas del Eufrates, en el oeste de Fallujah,
por ejemplo, o en los muros de la vieja base aérea británica
de Habbaniya, que ahora alberga a la 82 brigada aerotransportada, cuyos
elementos patrullan Bagdad. Incluso hoy se ven menos patrullas estadunidenses
en la capital del antiguo califato. No está mal para un pueblo que
no quiere estar bajo ocupación.
Excepto que los estadunidenses no se irán de Irak
y los iraquíes lo saben. En mi trayecto de regreso a Bagdad veo
a dos de los nuevos reclutas en el polvoriento estacionamiento. Delante
de los estadunidenses están quitándose los pantalones militares
para ponerse unos de mezclilla. Es hora de irse a casa a pasar la noche;
la guerra ha terminado por las próximas doce horas. Hasta que los
estadunidenses se vayan. ¿Por qué esto me recuerda a Afganistán?
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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