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México D.F. Martes 9 de marzo de 2004
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Amarillo mango
Extraña farsa polifónica de Assis
Propone una voz diferente
EL COCINERO, EL carnicero, su esposa y su amante.
Amarillo mango (Amarelo manga), primer largometraje de Claudio
Assis, realizador brasileño, nacido en Pernambuco, desarrolla una
extraña farsa polifónica, construida menos como un relato
lineal y más como reunión y cruce de viñetas y anécdotas
en una favela de los suburbios del puerto de Recife. El cineasta
ha reunido a varios personajes pintorescos en el muy desvencijado Hotel
Texas (título de un cortometraje suyo, filmado tres años
antes, del cual Amarillo mango es derivación caótica).
LA
TRAMA CENTRAL bien podría inspirarse en alguna telenovela brasileña:
el afeminadísimo cocinero Dunga (Matheus Nachtergale -también
Zanahoria, temible gángster en Ciudad de Dios), suspira
por los favores de Wellington (Chico Díaz), empleado en un matadero
de reses, casado con una ferviente evangelista, Kika (Dira Pires), y amante
de la incontinente Dayse (Magdalena Alves). Dunga jura conquistar a su
macho indiferente ("Nunca subestimen a una loca con determinación",
sentencia) y se propone desquiciarle su vida amorosa. Otras tramas paralelas
incluyen las peripecias eróticas de Isaac, apodado el alemán,
sádico necrófilo entusiasmado con la seductora e irascible
Ligia (Leona Cavalli), dependienta del bar del hotel, cuya arma de intimidación
favorita es mostrar su sexo, en primer plano, al seductor impertinente,
provocándole luego ansiedad e insomnio. Este mismo hombre compra
cadáveres frescos para degustar su sangre y utilizarlos después
como tiro al blanco. Hay un cura católico, bebedor empedernido,
resignado ante el ascenso incontenible de la fe evangelista, y que ya sólo
predica frente a varios perros famélicos. Una mujer obesa vive pegada
a su máscara de oxígeno, misma que en el azote máximo
del calor, o los calores, se coloca sobre el sexo.
EL RECUENTO ANTERIOR da una idea muy aproximada
del culto que profesa Claudio Assis a una estética de la desmesura.
Su gusto por la caricatura y el trazo grueso en personajes y situaciones
tiene poco que ver con la descripción realista o con el tremendismo
social que caracteriza a cintas brasileñas recientes, de Ciudad
de Dios a Carandirú, y absolutamente nada con el lirismo
melancólico de un Walter Salles (Estación central,
Detrás del sol). Más cerca del desenfado de Bruno
Barreto (Doña flor y sus dos maridos) o del de tantos otros
relatos de Jorge Amado, el novelista de Bahía, Amarillo mango
ensaya el barroquismo visual y la dislocación del relato. La cámara
del estupendo Walter Carvalho (A la izquierda del padre) somete
a escrutinio a los personajes de un modo voyeurista e inclemente, y en
su misma calidad dispareja la sucesión de viñetas forma un
mosaico a ratos irritante, a ratos inclusive conmovedor.
LOS EXCESOS DE la cinta, su afición por
la caricatura y su franca desinhibición en el manejo de la sexualidad,
también la conducen al terreno de la incorrección política,
con lo que en ocasiones semeja un desahogo de homofobia y misoginia. Habría
que ver, sin embargo, en escenas tan delirantes como aquella en la que
Dunga invoca el poder de la santería local contra las mujeres rivales,
o en la imagen de Aurora, la matrona obesa y solitaria, abandonada por
todos, acompañada siempre de su tanque de oxígeno, más
que un regodeo en una obscenidad morbosa y ofensiva, las instantáneas
de un humor local, ciertamente excesivo, pero continuamente entrelazado
con la descripción atenta de otras "vidas secas" (Pereira dos Santos)
del abandonado noreste brasileño, tan estilizado antes, tan volcado
al barroquismo visual o la mirada compasiva y comprometida del realismo
social, y recuperado hoy en este Amarillo mango, rompecabezas estilístico
y narrativo que, con el riesgo de irritar a algunos espectadores, se anima
a proponer una voz diferente.
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