México D.F. Lunes 8 de marzo de 2004
Muchas perdieron sus casas, viejos vagones de
tren, en horas
El incendio en Azcapotzalco revela drama de 100 familias
La única respuesta inmediata de autoridades fue
la invitación para desayunar en un albergue, se quejaron los afectados
MIRNA SERVIN VEGA
Un
viejo vagón de ferrocarril calcinado fue el hogar de Jorge Regis
Martínez hasta las primeras horas del sábado pasado y desde
hace 20 años. Sus ojos rojos de llanto delatan su dolor frente a
los restos de metal y madera que eran parte de los apenas 30 metros cuadrados
que guardaban su patrimonio y vida familiar.
De este modo, a la luz de las llamas de casi 12 horas
que duró el incendio ocurrido anteayer en un almacén de Azcapotzalco,
apareció la marginación en que viven más de 100 familias
desde hace décadas.
Fue sólo entonces que distintas autoridades delegacionales
recorrieron a pie los callejones formados entre uno y otro vagón.
Saltaron las piedras y los durmientes de las vías de tren, todavía
llenas de lavaderos, macetas con flores y un gato quemado, para dar paso
al discurso sobre revisar y regularizar la situación.
A mediodía, cuando la delegada de Azcapotzalco,
Laura Velázquez, visitó la zona -en compañía
del subsecretario de Gobierno del Distrito Federal, Martí Batres-,
fue interceptada por don Jorge Regis.
El aún no sabe, ni le explicaron, que el predio
ocupado por decenas de vagones con aire imitador a casas con cortinas y
pintura de colores, pertenece a la delegación Miguel Hidalgo. El
límite entre las jurisdicciones es marcada por las vías que
alojan el predio, las cuales pertenecen a la empresa Ferrovalles, lo que
las hace propiedad federal.
Regis Martínez les explica que él vivía
allí, como la mayoría de los vecinos, porque es trabajador
de lo que entonces era Ferrocarriles Nacionales de México y que
no tiene recursos para ir a otro lugar.
La parte de la historia que ya no se escucha en medio
de flashes y reflectores, es que este hombre de 41 años, con puesto
en el área de maquinaria de vía, gana sólo 3 mil 600
pesos al mes, con lo que mantiene a su esposa y tres hijos adolescentes.
Que sin más ropa que la que lleva puesta, tendría que presentarse
a trabajar hoy lunes en avenida Ceilán 702 bis en Azcapotzalco.
Ruega que le den permiso para arreglar su situación, pero teme que
además de perder su casa, también pierda el empleo.
Sólo
cuenta con la secundaria terminada, estudios que terminó a los 35
años en el sistema abierto del Instituto Nacional para la Educación
de los Adultos. Pero ahora, ni siquiera tiene un papel oficial que demuestre
quién es él.
Eso dice, lo arreglara, pero sus lágrimas reaparecen
al recordar que el incendio también le quitó unos pocos ahorros
para celebrar este mes el cumpleaños 15 de su hija menor.
Llora y ve alejarse a los funcionarios en los que, como
le prometieron, confía que le puedan ayudar.
Durante el resto del día, en medio de la lluvia
de ceniza de papel quemado que inunda las calles y que obliga a los que
pudieron conseguir un cubreboca usarlo permanentemente, las historias como
estas se repiten y se incrementan por la indignación de comprobar
que algunos de sus domicilios fueron saqueados durante la noche, dicen,
por los policías que resguardaron el lugar.
Otros vecinos eluden la vigilancia para rescatar documentos
y cerciorarse del estado de sus vagones. El caos y la falta de información
fue el común denominador en medio de los numerosos elementos de
vigilancia que no sabían nada "por que acaban de llegar" para el
cambio de turno.
Entonces les ordenaron replegarse en la acera de enfrente.
Lo único que les quedó a los padres, madres y un grueso grupo
de personas de la tercera edad fue intentar conformar un censo, pero la
ausencia de las familias y los niños que se quedaron en los albergues
abiertos para enfrentar el siniestro dificultaron la tarea.
La llegada de Fernando Aboitiz, titular de la delegación
Miguel Hidalgo, causó un nuevo movimiento. Otra vez les ofreció
albergues y atención médica, pero la preocupación
de la mayoría de los afectados iba más allá.
Aboitiz revisó cada vagón afectado. Observó
los vasos y muebles destruidos en los pequeños espacios divididos
en dos por pedazos de triplay. Ordenó a sus colaboradores auxiliar
a los vecinos para guardar sus pertenencias previamente etiquetadas en
la delegación y "analizar la posibilidad de activar uno de los programas
de vivienda del gobierno local" para ayudarlos.
Sin embargo, la única respuesta inmediata, se quejaron
los afectados, fue la invitación para acudir a un albergue a desayunar.
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