México D.F. Lunes 8 de marzo de 2004
Asesinan por "colaboracionismo" a traductores
iraquíes
La situación en el nuevo Irak empeora
cada día
Muros en la capital para proteger hoteles, ministerios,
cuarteles...
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Bagdad, 7 de marzo. Cada vez que regreso a Irak
es lo mismo: como encontrar una hoja de afeitar en una tablilla de chocolate.
En el momento en que empezamos a creer que el "nuevo Irak" podría
funcionar -apenas- recibimos pruebas de que es el mismo Irak de siempre,
sólo un poquito peor que el mes pasado.
Esta mañana en la frontera todo eran sonrisas.
Las formalidades del pasaporte acabarían en minutos, pero unos 10
dólares podrían servir. Y así fue. Es lo que solíamos
hacer en tiempos de Saddam Hussein: son los mismos funcionarios iraquíes,
claro, sólo que sin llegar a sus anteriores marcas de venalidad.
Pero pronto, sin duda, estaremos en 15 dólares o más.
El
bombardeado puente que conduce a la carretera de Bagdad ha sido reparado,
pese a que el propietario de la compañía constructora que
lo reconstruye fue asesinado hace cinco semanas. Un convoy de nuevos soldados
estadunidenses que se extiende a lo largo de casi cinco kilómetros
avanza zumbando hacia el oeste -se pueden distinguir las unidades nuevas
porque sus vehículos de transporte y blindados son de color verde
bosque: los tanques de la invasión siguen siendo amarillo desierto-
y todo parece bien hasta que nos detenemos a charlar con el jeque de la
pequeña mezquita que está junto a la última gasolinera
antes de Ramadi. Nos contó que había tres autos "de Alí
Babá" en espera de automovilistas para asaltarlos. Se lanzaron sobre
un auto civil y lo sacaron de la carretera dando tumbos y volteretas hacia
el desierto. Nosotros emprendemos la marcha a 180 kilómetros por
hora.
La radio -el servicio en árabe de la BBC, la emisora
iraní en árabe, cualquier cosa menos la de las autoridades
de ocupación- anuncia un acuerdo con el ayatola Alí al-Sistani
respecto de la constitución que supuestamente se firmará
la mañana del lunes. El principal clérigo chiíta no
quiere que los kurdos cuenten con poder de veto sobre la constitución
permanente y demanda que haya más chiítas en el consejo,
integrado por cinco miembros. Luego un chiíta del consejo de gobierno
-todos, por supuesto, son seleccionados directamente por los estadunidenses-
pronuncia esas palabras que siempre me llenan de temor en Medio Oriente
porque invariablemente resultan falsas. "Hemos llegado a un acuerdo", dijo.
"Pronto habrá muy buenas noticias." Bueno, ya veremos.
Bagdad está gris y amarilla bajo un fuerte viento
y el corazón se me va a los pies cuando veo nuevos muros. Ya conocía
las enormes murallas de concreto alrededor del cuartel consular de Paul
Bremer, de los hoteles donde se alojan occidentales, del "consejo de gobierno"
y de todos los cuarteles estadunidenses. Ahora también los ministerios
de gobierno estarán ocultos por bardas de concreto. Se ha colocado
un vasto muro en torno del nuevo Ministerio de Educación Superior
e Investigación Científica. Y, ¡ay de los iraquíes,
incluso mujeres, que trabajan de traductores para los estadunidenses y
no prestan oídos a las advertencias sobre el "colaboracionismo"!
Tres de ellos, todos intérpretes, desoyeron la amenaza. Una, cristiana,
murió de un disparo en su automóvil, en el barrio de Zeyouna;
otra mujer que iba con ella resultó herida, y el chofer también
fue asesinado.
Llego a mi sórdido hotel y me entero de que otro
traductor ha muerto. Trabajaba para un periódico estadunidense y
se dirigía en auto con su madre y su hija, de dos años de
edad, cuando pistoleros con silenciadores detuvieron el vehículo
y dispararon a sangre fría a los tres, incluso a la niña.
Luego se sabe que en días anteriores habían dañado
dos veces el auto del traductor con disparos de advertencia. Hay el rumor
de que fue un asesinato por venganza. De no ser así, ¿por
qué matar a la niña? Así pues, a la vez que nos indignamos
con los asesinos, en secreto abrigamos el cruel deseo de que haya sido
una venganza, y no un asesinato de "colaboracionistas", lo que contaminó
nuestro hotel.
Me inclino sobre el balcón de mi cuarto y observo
a cuatro miserables iraquíes de la "defensa civil" que patrullan
la calle. Apenas si les queda el uniforme; dos llevan las viejas camisolas
de camuflaje moteado que los estadunidenses usaban en el desierto hace
un cuarto de siglo. Uno renguea. Aprietan sus rifles y el de atrás,
el que cojea, camina de espaldas mirando hacia las azoteas.
Las tiendas de abarrotes de Karada Kharaj forman un vasto
emporio atestado de los nuevos ricos iraquíes, de clase media, claro:
los pobres no pueden darse el lujo de ir a ese lugar. Hay mantequilla y
queso frescos de Dinamarca, jugo de naranja de Austria, galones de agua
mineral Perrier, agua embotellada jordana. Y luego los puros: Churchills
a la cuarta parte de su precio en una tienda europea libre de impuestos,
Cohibas a menos de un tercio de su costo. ¿Será con estas
importaciones libres de impuestos con lo que las autoridades de ocupación
intentan reanimar la economía? ¿O serán parte del
botín obtenido en las tiendas de Saddam y de su finado hijo Ouday?
Al anochecer estalla fuego de fusilería en Jadriya,
cerca de la universidad; lo escucho alejarse mientras escribo esto, y dos
helicópteros estadunidenses pasan con estruendo en la oscuridad.
Me siento a escuchar esta batalla de la que nadie informa, contento de
no haber comprado una tablilla de chocolate en la tienda de abarrotes.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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