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México D.F. Lunes 8 de marzo de 2004
León Bendesky
Escándalo
El escándalo y la política son viejos conocidos aquí y en todas partes. Eso no debería sorprender ni mucho menos espantar; tampoco debe provocar complacencia. Este par corresponde a las cosas públicas y por ello nos concierne. Y eso por razones eminentemente pragmáticas como son el uso de los recursos que aportamos con nuestros impuestos y lo que hacen quienes desempeñan funciones de gobierno, hacen leyes o imparten justicia. Nadie ha dicho que la democracia sea la mejor forma de organización de la vida política de una nación; ése es el sistema por el que hemos optado, pero cuestionemos siquiera lo que cuesta, los privilegios que crea y lo que se hace en su nombre. Por sí misma, como un principio, la democracia no sirve y debe estar contenida en un marco claro de leyes y normas, así como en un entorno institucional suficientemente robusto que la sostenga, a pesar de sus fallas. Carecemos de todo esto.
Habríamos de evaluar de modo preciso el costo de oportunidad de la democracia en México, los resultados no serían nada favorables y exigirían un cambio profundo en el modo de hacer las cosas. Hasta ahora el cuestionamiento social del sistema político que nos rige ha sido escaso y sin bastante consistencia; acaba en la anécdota, el enojo y el hartazgo, en ocasiones lleva también a la violencia, eso lo sabemos. La impotencia ciudadana no se supera en las urnas y cada vez más podemos apreciar el estrecho límite de una democracia que se ha definido de modo muy restrictivo en la legalidad de las votaciones. Hay demasiados intereses viejos y recién creados para que esto sea así y las ventajas que se desprenden se concentran en los mismos grupos de interés de siempre y sus nuevos acólitos.
Es manifiesta la gran descomposición política que padece el país. Esta comprende a los partidos, por supuesto, más allá de éstos, de su relación con los recursos públicos y de los órganos electorales; el recuento de los casos puede reconstruirse fácilmente. Abarca al conjunto de los acuerdos que hacen viable el funcionamiento coherente de la sociedad, de una sociedad como ésta, plagada de contradicciones y desigualdades. Esta descomposición, a veces soterrada y crecientemente envuelta en el escándalo, evidencia la falta de liderazgos, de proyectos, la vaciedad de los discursos y las declaraciones. Todo esto muestra la separación que existe entre las organizaciones políticas y sus dueños y los que tenemos que soportarlos en el doble sentido de lo que cuestan y lo que hacen.
Parecería que es cada vez menos claro hacia dónde transita este país, pero no nos engañemos: el sistema político está desgastado y el cambio de partido en el poder no ha cuestionado su naturaleza y su carácter, al contrario, lo ha sostenido así porque le favorece, por eso no acierta a conducir a la nación a ninguna parte, mientras promueve el escándalo y sostiene la vieja, pero aún eficaz, estructura de poder. Eficaz en cuanto a los privilegios y beneficios que sigue produciendo. Eso indica que el tránsito sólo puede ir en la dirección de un mayor desgaste y más descomposición.
Hay todavía demasiados grupos que sacan provecho de estas condiciones: políticos y sus mafias amparados en los partidos, grandes empresarios de aquí y de fuera que siguen multiplicando sus fortunas en medio de una economía estancada, del desempleo y la pobreza, viejos líderes sindicales que se sientan al lado del Presidente, todos sin vergüenza, a condenar la corrupción.
Estos no son juicios de valor; en este sentido no se deriva de los hechos de la política y de la economía ninguna propuesta ética sobre el orden social. Todo esto no es motivo de indignación, sino de reflexión profunda. Desde la política no contamos con una "derecha" ilustrada y con visión, sino depredadora y de alcances cortos; tampoco tenemos una "izquierda" partidaria que sepa lo que quiere y represente una alternativa que sirva de algo; en cambio, participa de los mismos vicios y degradaciones que aquéllos a los que dice combatir.
El escándalo domina ahora el escenario político, le hacen el juego desde las mismas estructuras del poder y en los medios de comunicación y así sirve a muchos. Para superar el encanto del escándalo tenemos que ver más allá de la multitud, hacia el margen, a esos grandes espacios que hay al lado y en los que se puede pensar e imaginar sin sumirse en el pantano de la descomposición
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