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México D.F. Lunes 8 de marzo de 2004

Armando Labra M.

El gatillo. Discrepar, necear

En su artículo de Reforma de fecha 28 de febrero Jaime Sánchez Su-sarrey, quizá deseando discrepar del contenido de unas declaraciones mías sobre la UNAM, aparecidas el 23 de febrero en La Jornada y otros diarios, lanza ataques al periódico, a la universidad, a sus funcionarios, a los economistas, a ex presidentes, a quien esto escribe.

En suma, un escopetazo que convirtió un complejo afán en necedades plagadas de juicios de valor y ataques personales, que, lejos de ilustrar a sus lectores sobre lo sustantivo, los mantiene secuestrados en el lamentable ámbito de las frivolidades que tanto distraen y dañan hoy a los mexicanos. Con rigor similar hace cinco años Sánchez afirmó que la UNAM no tenía remedio y ya entonces alguien le respondió "antes de afirmar hay que conocer". Por ello no haré referencia al disgusto que mi currículum le ocasiona al señor Sánchez; se lo puedo actualizar cuando desee. No hice la pesquisa del suyo ni la pienso hacer, porque ni a usted ni a mí nos interesan las vanidades, sino las ideas.

Un tema de fondo, que aparentemente preocupa al señor Sánchez, es una afirmación no hecha, como él mismo constata en el artículo citado. Nadie ha argumentado en contra de la excelencia académica versus el compromiso social de la universidad pública. Al contrario, toda universidad está obligada a avanzar hacia la excelencia académica y, en el caso de instituciones públicas como la UNAM, es además obligatorio el vínculo social. Veamos la ley. El artículo primero de la Ley Orgánica de la UNAM establece que tiene por fines "impartir educación superior para formar profesionistas, investigadores, profesores universitarios y técnicos útiles a la sociedad; organizar y realizar investigaciones, principalmente acerca de las condiciones y problemas nacionales, y extender con la mayor amplitud posible los beneficios de la cultura".

Al señor Sánchez no le gusta que halla elitismo en la educación superior ni que las instituciones públicas reflejen a la sociedad en que existen. Si la nuestra es pobre y desigual, es natural que tales rasgos se expresen en las universidades, pero también en muchos ámbitos de la nación y, en efecto, desaparecerán cuando México deje de ser el país estancado y miserable a consecuencia de las políticas de moda que indudablemente deben agradar a Sánchez, sus consejeros y aconsejados.

Según su artículo, la calidad del sistema educativo, su excelencia, se debe medir en la capacidad del egresado para "una mejor inserción en el mercado de trabajo". Y continúa, en defensa del elitismo antes criticado, que "la noción de un trabajo de elite debe estar, por lo tanto, asociada a aquellos que tienen las capacidades para aprender y capacitarse". Más allá de la contradicción, se trata de una tesis ultraconservadora, comprometida con los mercados, no con la sociedad. Indepen-dientemente de su misión social y filosofía humanista, ceñir a las universidades públicas sólo a las demandas del mercado es absurdo en una economía regida por políticas que constriñen el mercado laboral en aras de abatir la inflación y otros logros macroeconómicos que nos tienen estancados. Formar sólo para el mercado es educar para el subempleo y el changarrismo, en el mejor de los casos.

Si ésa es la pretensión de las universidades privadas, ciertamente no lo es en el caso de las públicas y menos aún de la Universidad Nacional. La educación superior pública está obligada a nutrir el conocimiento en todas las áreas del saber, incluyendo las relacionadas con el mercado, y así sucede ya. Para tranquilidad del señor Sánchez la UNAM prepara profesionales que al terminar su licenciatura ingresan a un mercado de profesionistas altamente competido a razón de 66 de cada 100; otros continúan estudios de maestría y posgrado y seis buscan empleo sin encontrarlo. De los que optan por trabajar, 60 por ciento lo hace en empresas privadas y del total, 90 por ciento labora en el área profesional que estudió.

No nos aporta el señor Sánchez sustancia ni soluciones, sino un remedo de sarcasmo, la verdad poco ingenioso, que no vale la pena retomar aquí. Ni modo, hay plumas a las cuales se les da la mordacidad, a otras no. Pero hay algo más de fondo. El artículo notoriamente concurre a engrosar varios hechos que buscan demeritar a la UNAM y que van desde la violencia física y la toma aparentemente inexplicable de las instalaciones hasta la violencia escrita y una variada gama intermedia de agresiones. De los extremos ultras de izquierda o derecha surge invariablemente la intolerancia contra la universidad. ƑPor qué? La UNAM enfrenta graves problemas de diversa índole, pero también es cierto que recientemente fue reconocida en letras de oro en los muros de la Cámara de Diputados; sus legisladores apoyaron aumentos al presupuesto universitario, se reconoce internacionalmente a la UNAM como la única universidad mexicana y la principal latinoamericana entre las 500 mejores del mundo, se ha recuperado de una huelga dramática y trabaja en paz; comienza una nueva etapa de la rectoría que emprende con claridad una transformación universitaria profunda; cuando todos los premios Nobel mexicanos han pasado por la UNAM, en sus instalaciones se realiza la mitad de la investigación científica del país y se forma uno de cada dos posgraduados del país. ƑA quién ofenden estos hechos que hablan por sí mismos, entre muchos otros logros? A los enemigos tradicionales de la universidad, a los ultraconservadores de dentro y fuera de la institución, a los mercantilistas de la educación superior, a otros dogmáticos con quienes coincide por azar o convicción el señor Sánchez.

Diría don Jesús Reyes Heroles -politólogo que sí fue político y sí sabía por qué decía- que don Jaime jala, sin tino, el gatillo de una escopeta que no empuña.

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