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Las clonaciones domésticas
Jorge Ricardo
Más barato por docena,
de Shawn Levy, pretende criticar el ideal estadunidense de la familia pequeña
presentándola como el lugar donde la obsesión por las "buenas
maneras" dificulta la unión, la felicidad y el interés genuino
por el futuro de los hijos, y propone en cambio a la familia numerosa como
el centro de una comicidad tan caótica como simpática. La
familia ensanchada y reproducida en serie generaría, de este modo,
situaciones de humorismo sano para acompañar muy eficazmente las
reprimendas veladas a la sexualidad precoz y al comportamiento juvenil
irresponsable.
Cheaper by the dozen, título original, se
basa en la cinta homónima y más creíble de 1950, del
director Walter Lang. Su argumento es muy sencillo: luego de vivir en un
pueblo de Illinois, la familia Baker debe mudarse a la ciudad de Chicago.
Ahí, Tom Baker (Steve Martín) tendrá que hacerse cargo
de sus 12 hijos de entre cinco y 22 años, más una rana y
un perro, ya que su esposa Kate (Bonnie Levy) tiene que promocionar su
libro autobiográfico, de cuyo título se extrae el de la película.
El resto de la trama se intuye: la justificación
de la familia grande como consecuencia lógica de que el 12 haya
sido siempre el número de la suerte y tradición en el árbol
genealógico; la hora del desayuno como día de campo y la
identificación del interlocutor que habla con altavoz; a esto se
añade la vida hogareña donde los problemas son sólo
confusiones, y el final feliz su expiación cómica; abundan
también los problemas laborales y amorosos, pero todos respaldan
y garantizan la unión entre los miembros de la familia y preservan
la unidad doméstica.
Si de verdad el director intentó modificar el ideal
de la familia (¿y qué otra cosa podría significar
la confrontación de los Baker con sus vecinos retraídos y
prejuiciosos, culpables de haber engendrado un solo hijo, y que amenizan
sus fiestas con violines y música religiosa?), su propósito
apenas se cumple, pues, aun feliz y unida en su tumulto numérico,
esta familia hace crecer a sus doce hijos en la ignorancia programada o
en la comprensión mojigata de lo que son, o deben ser, las relaciones
sexuales. Aun viviendo en pareja, las personas no pueden dormir juntas;
los adolescentes deben taparse los ojos frente a los besos, y el deseo
sexual sólo se concibe en el humorismo de la mala conciencia y de
la culpa. El ideal inconfesado es que antes del matrimonio la abstinencia
sexual debe ser la disciplina máxima, y después de la unión
sagrada la procreación en serie, y en medio de un marasmo divertido,
como manera ideal de cumplir en tierra los designios celestiales. El efecto
final de la película parece ser, sin embargo, el contrario del deseado:
entre gags muy burdos y sketches muy trillados, lo que se
insinúa es que el caos sólo puede ser la consecuencia, y
parodia, de una embestida conservadora contra la planeación familiar,
cuyo propósito sería promover, absurda y paradójicamente,
una suerte de clonación humana en un mundo ya muy poblado. |