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México D.F. Lunes 1 de marzo de 2004

Poco a poco los haitianos regresaban a las calles, pese a la presencia de grupos armados

Antes de renunciar, Aristide había logrado imponer cierta tranquilidad

Los comercios están cerrados y las gasolinerías desiertas por falta de combustible

FRANCOISE ESCARPIT ESPECIAL DE L´HUMANITE

Puerto Principe, 29 de febrero. Después de la difícil jornada del pasado viernes, cuando las quimeras (chimeres) de Jean Bertrand Aristide dominaron las calles de esta capital, Puerto Príncipe recuperó cierta calma. La vida ha retomado su curso en esta ciudad de 2 millones de habitantes -de los 8 millones que tiene Haití-, aunque aún no hay electricidad, combustible ni agua, y la crisis política imprime sus huellas en todos los aspectos de la vida cotidiana.

haiti_unrest_vicLa noche del sábado corría el rumor de la dimisión de Aristide y este domingo, en efecto, los haitianos amanecieron sin presidente. El ahora ex mandatario -uno más de la larguísima lista de gobernantes que no terminan su mandato constitucional- llegó a República Dominicana con la intención de buscar asilo político en Marruecos. En el palacio nacional ahora despacha un nuevo mandatario interino: el presidente de la Corte de Casación, Boniface Alexandre, según dicta la Constitución.

El fin de semana, en el aeropuerto Herrera de Santo Domingo, el precio de una avioneta charter de 12 plazas de Caribair, línea que normalmente presta servicio a Puerto Príncipe, subió en apenas unas horas de mil a mil 500 dólares. Avionetas pequeñas que normalmente circulan por el archipiélago antillano ofrecían tarifas al mejor postor, a los -muy pocos- pasajeros que querían volar a la capital haitiana pese al caos que se reportaba en los alrededores del aeropuerto internacional L'Ouverture.

Pero en sentido contrario la calma relativa del sábado provocó un nuevo flujo de viajeros hacia el aeropuerto de la capital haitiana: personas deseosas de abandonar el país a cualquier costo, indiferentes al eslogan propagandístico del entonces aún presidente Aristide, quien llamaba al sentimiento patriótico para evitar el éxodo: lakay sé lakay, es decir, "la casa es la casa". Todavía la mañana del domingo brasileños y canadienses eran evacuados de la ciudad.

En las calles de la capital haitiana, barricadas de todo tipo, formadas con deshechos, neumáticos en llamas, esqueletos de camiones y bloques de hormigón, levantadas la víspera por los chimeres, permanecían en sus sitios, pero parcialmente abiertas. A pesar de que la noche anterior personal haitiano de las embajadas de Francia y Estados Unidos había padecido algunas agresiones, desde el sábado empezaron a ausentarse de la geografía urbana las camionetas rebosantes de hombres fuertemente armados que días antes habían mantenido la capital en vilo, asaltando, hostigando y saqueando comercios y bodegas del puerto. Era como si en el curso de la noche esas milicias al servicio del presidente hubieran atendido la voz del amo que les ordenaba sosegarse.

Si bien a lo largo de la jornada del sábado no se registraron incidentes dignos de mencionarse, las calles mostraban rastros de una semana turbulenta. "Como si hubiera pasado un ciclón", señala Milton, quien observa el cascajo esparcido sobre la avenida. Las cosas volvieron a la normalidad incluso en Canapé Vert, bastión de los chimeres, quienes la noche del viernes atacaron un hospital cuando perseguían a estudiantes que pretendieron refugiarse ahí; en Bourdon y Lalue, la ruta de acceso a Puerto Príncipe, y en el centro de la capital.

Por doquier, el mismo espectáculo: hombres y mujeres en cuclillas, bajo sus enormes sombreros de paja, vendiendo montoncitos de aguacates, plátanos y naranjas, un puñado de papas o carbón, a dos pasos de un montón de basura que es visitado por gallinas y cabras, y a veces por niños que buscan algo de comer. En la parte baja de la ciudad, entre el palacio nacional y el puerto, como siempre, una multitud camina por las calles. Ahí los rótulos de los establecimientos: Optica Divina, Restaurante Bouchefine (bocafina), Banco Fraternidad, peluquería, masajes, cursos de informática o francés. Los comercios, escuelas, supermercados y pequeños almacenes permanecieron cerrados, incluidos el bingo y la lotería, esos juegos de azar que son la pasión de los haitianos pobres.

Las gasolinerías siguen desiertas por la falta de combustible, y por las calles únicamente circulan vehículos de organismos internacionales o de la prensa, así como pocos minibuses. Los coloridos tap-tap, autobuses urbanos de la ciudad, han desaparecido. A diferencia de la soledad del viernes, desde el sábado la gente ha vuelto a ocupar sus lugares en portales y plazas, donde juga dominó o conversa, mientras las cascaritas futboleras han regresado a los parques. Pero a pesar de las apariencias, el ambiente sigue tenso. Por momentos los grupos que se cruzan intercambian miradas agresivas y se enseñan como por casualidad las pistolas que llevan al cinto.

La hostilidad de los partidarios de Aristide contra los extranjeros es más que evidente. El sábado fue necesario mandar a un grupo de gendarmes franceses, recién enviados como refuerzos, al rescate de dos religiosas y un sacerdote amenazados de muerte en un orfanatorio en el que trabajaban.

En general, entre la población aumentaba el sentimiento de urgencia de ver partir a Aristide.

En sus últimas horas de gobierno, Aristide había pronunciado un discurso en el que reiteró su voluntad de permanecer en el puesto hasta 2005. Pero por lo visto, durante la noche escuchó consejos y cedió a presiones internacionales y a la mañana siguiente partió.

En la bahía de Puerto Príncipe, librada a sus propias reglas, aparecieron tres guardacostas de la Armada de Estados Unidos. Dos días antes la Casa Blanca había anunciado el envío de 2 mil 200 marines para "resguardar" las cosas de Haití. En el aeropuerto, ni un avión. Ni una fuerza internacional en el terreno.

Mientras tanto, los insurrectos, quienes controlan cinco departamentos de los nueve que conforman el país, consolidan sus posiciones y se dicen listos para el asalto final a Puerto Príncipe. Incluso Guy Philippe, comandante de estas fuerzas, anunció que estaría este domingo en la capital para celebrar su cumpleaños número 36. Estos -a quienes Colin Powell llamó "fuerzas armadas del norte", otorgándoles un reconocimiento desusado y sorprendente en boca de un jefe del Departamento de Estado- parecen haber frenado su marcha, en espera, evidentemente, de sentarse a negociar.

La partida de Aristide era la condición previa que habían exigido la oposición armada y política y la sociedad civil para discutir la salida negociada a la crisis. Hoy, por lo tanto, se puede empezar.

Traducción: Blanche Petrich

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