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México D.F. Miércoles 11 de febrero de 2004

Luis Linares Zapata

Mambrú americano

La popularidad del presidente Bush entre sus futuros electores ha resistido, no sin algunas mermas, los golpes asestados por sus rivales demócratas, pero quizá sucumba a las propias autodefiniciones del republicano. Sin recato, el texano se adjudica el sombrío título de señor de la guerra y con ello abre un flanco de ataque por el que se le colarán varios miles o millones de sus adherentes.

A diferencia del célebre Mambrú francés, el guerrero americano sí tiene varios padrinos que lo amparan en sus correrías por el oriente musulmán. Ahí están su vicepresidente Cheney y el secretario de la defensa Rumsfeld para acercarle las voces de las poderosas compañías petroleras, las reales motivadoras de la invasión a Irak.

Las razones estratégicas que impulsaron a su gobierno a iniciar las guerras preventivas nada tienen que ver con la existencia o no de armas de destrucción masiva. Lo que se propone es dar continuidad del modelo de dominación estadunidense en el mundo y, para ello, deben asegurar primero las fuentes de la energía. Pero esto no puede ser publicitado sin caer en cinismos que la mojigata opinión pública de su país no toleraría por más que lo admitan en lo privado. De ahí la insistencia de Bush ante sus electores en jugar un papel de hombre recio y confiable a quien recurrir en las difíciles horas de los conflictos. De manera acostumbrada, los republicanos han sido preferidos a los demócratas cuando su país es dominado por un ambiente de miedos e incertidumbre. Bush bien lo sabe y quiere exprimir ese sentimiento azuzando el fantasma terrorista ante su ya de por sí amedrentada audiencia.

Sin embargo, la ruta planteada por los estrategas de la Casa Blanca no ha resultado lo eficaz que se pretendió. El surgimiento, ya bastante delineado en el horizonte electoral, del senador John Kerry como su contendiente principal le ha dado en la línea de flotación a Bush. Es decir, le va quitando la primacía, antes indiscutible, en la confianza de los estadunidenses para que los dirijan y orienten para sortear los peligros que avizoran en sus aventuras imperiales.

La experiencia del senador Kerry en los temas de política exterior, aunada a su participación en la guerra de Vietnam (donde fue condecorado en repetidas ocasiones), le ayuda a presentarse como un serio contendiente, pues sus coterráneos lo ven como un hombre fuerte y, por su edad, con las dosis de serenidad que exigen a su máximo líder.

Los demócratas han hecho en el transcurso de la precampaña, y durante las primarias que se van celebrando en estos días, una labor de zapa en la popularidad de Bush II. El primero que le abolló su cartilla militarista fue el general Wesley Clark, un soldado probado en misiones tan delicadas como las de la OTAN y su intervención en la pasada guerra en los Balcanes.

Con impecables credenciales, Clark comenzó a verse como una alternativa de mejor corte para los duros menesteres de los conflictos armados. Después apareció Howard Dean, un liberal, ex gobernador de Vermont, que tocó las fibras populares que siempre han respaldado con éxito a los demócratas. De esta manera la bola de apoyos masivos comenzó a tomar cuerpo y todavía sigue creciendo. Pero una sobrexposición de su enérgica personalidad, un poco antes de las primarias, lo ha hecho palidecer en la contienda hasta el punto de visualizar su posible abandono de la carrera por la candidatura de su partido. Este acomodo de simpatías y respaldos dio lugar al surgimiento de Kerry, posiblemente un liberal un tanto más a la izquierda que Dean, como el prospecto más adelantado en la contienda. Y ahí se ha mantenido hasta el presente, en el que las encuestas recientes le dan mayor oportunidad de ser el final triunfador en las venideras elecciones.

El repunte de la economía de Estados Unidos, poderoso aliado para los intentos releccionistas de cualquier presidente en funciones, quizá no tenga el peso suficiente para opacar las dudas que han despertado las palabras del texano. La brecha de credibilidad de Bush crece y no se ha podido detener su caída entre los votantes. La afirmación que acaba de formular en la que se califica de un presidente de la guerra no lo llevará agua adicional a su molino. Por el contrario, todo indica que lo perjudicará cuando se le compare con un aventajado Kerry.

Sin embargo, el perfil del senador por Massachussets falta ser reforzado en su flanco conservador para no ser vulnerable a la arraigada tendencia de ese signo, que es la dominante entre la sociedad gringa. Un compañero de fórmula, tal vez salido del sur, como el mismo John Edwards (tercero en la contienda demócrata), pudiera darle ese cariz que va a necesitar Kerry para enfrentar a la terrible pareja de Bush y Cheney. Por lo pronto, una densa sensación de espanto recorre los espacios abiertos del mundo cuando se repara en el contenido de la definición de un presidente, tan poderoso como el americano, al presentarse a sí mismo como un señor de la guerra. Ojalá sus compatriotas se sumen a este sobrecogedor ambiente y se espanten aún más de lo que ya están.

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