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México D.F. Miércoles 11 de febrero de 2004
Arnoldo Kraus
Suicidios frustrados
Impedir la muerte voluntaria es un tema filosófico escabroso y un problema humano muy complejo cuyas respuestas nunca serán precisas por dos razones fundamentales: Ƒtienen derecho terceras personas de actuar y detener la decisión de un ser que optó por quitarse la vida?, Ƒtiene derecho un ser humano de suicidarse?
El suicida frustrado -en estas líneas me refiero a aquellos individuos cuyo acto fue evitado por otros- plantea, además, otros bretes existenciales engorrosos. Si aceptamos que el ser humano es dueño de su vida, y que tiene la posibilidad de hacer con ella lo que le plazca mientras no lastime a otras personas, es válido concluir que el suicida tomó esa decisión porque eso es lo que más le convenía. Sin embargo, es evidente que en muchas ocasiones quien se suicida deja una estela de daño difícil de resarcir, que no debe ni puede soslayarse.
Egoísmo, irresponsabilidad y menosprecio por la familia o por los amigos son los términos que más usan los allegados al referirse a un familiar o conocido que se suicida. Cuando el suicidio no se asocia a locura, enfermedad, soledad, abandono, autonomía y depresión son las referencias que más utilizan quienes deciden interrumpir voluntariamente su existencia. Empalmar, bajo un mismo techo y bajo un mismo discurso, egoísmo con enfermedad, irresponsabilidad con soledad y silencio con depresión, puede ser tarea imposible. La distancia entre la visión del suicida y la de la comunidad suele ser inmensa y, en ocasiones, insalvable. La resumo con otra pregunta: Ƒes la autonomía del ser humano "suficiente" para permitir el suicidio a pesar del daño que genere en sus seres cercanos?
El dilema previo es más complejo cuando se interrumpe o se detiene un suicidio. Sintetizo esa diatriba con otras cuestiones: Ƒquién se hará cargo de la persona? Justo después del suceso, Ƒdebe hospitalizarse a quien intentó suicidarse? En caso de internar al afectado, Ƒdebe ser con su anuencia o sin ella?, Ƒcuánto tiempo deberá pasar en el sanatorio? ƑSe tratará como lo dispongan los médicos o deberá existir el consentimiento expreso del afectado? ƑRegresará a su hogar tras el internamiento o deberá alojarse en otro sitio? ƑCómo incorporar a la normalidad al afectado si no lo desea o no puede? ƑSe modificará la vida de los familiares o allegados después de haber "salvado" al suicida?
Estas preguntas son tan sólo algunas de las inquietudes que emergen después de que se ha impedido la muerte de una persona. Todas son cuestiones muy intrincadas, ya que mezclan la independencia del ser humano con los marcos "morales" que impone la sociedad. La condena del pensamiento occidental contra el suicidio es válida cuando se asume que otras personas se verán afectadas por no haber detenido el proceso, pero, por otra parte, las sociedades modernas, y sus integrantes, son incapaces para lidiar con este tipo de problemas.
Conozco y conocí a más de un suicida que tras haber sido salvado lamentó profundamente haber fracasado, pues consideró que su deseo había sido traicionado por quien detuvo el acto.
El discurso de los suicidas se fundamenta en el principio de permiso, una de las máximas en bioética que deben caracterizar a cualquier sociedad pluralista secular. Sucintamente, el principio de permiso vincula moral y autonomía e implica respeto al individuo y a la comunidad. Grandes pensadores, entre otros, Freud, Séneca, el Nobel Percy Bridgman y Hume, fortalecieron ese principio y actuaron en consonancia.
El filósofo David Hume incluso lo consideraba como un deber para con uno mismo: "Que el suicidio sea con frecuencia congruente con el propio interés y con el deber hacia nosotros mismos no lo puede poner nadie en cuestión que reconozca que la edad, la enfermedad o el infortunio convierten la vida en una carga, y en algo peor que la aniquilación". Sus ideas -independencia, dignidad, congruencia- se empalman adecuadamente con el principio de permiso, cuyo leitmotiv es otorgar al individuo el derecho de decidir acerca de su propia persona. El ideario de Hume y el principio aludido sugieren que es inadecuado interrumpir el camino de un suicida.
Las cuestiones antes emitidas están alejadas de todo maniqueísmo. Las formulé como preguntas porque, a pesar de que atisbo las respuestas, entiendo que plantean incontables bifurcaciones. Son preguntas abiertas que invitan al diálogo. Son preguntas que devienen preguntas y que exigen, al igual que otros temas urgentes -aborto, clonación, eutanasia- discutirse con inteligencia, siempre, bajo una mirada laica y secular.
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