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México D.F. Viernes 6 de febrero de 2004
Con una mansada de Julio Delgado celebran el
58 aniversario de la Plaza México
Tarde consagratoria de Rafael Ortega y holgada reaparición
de Enrique Ponce
Ambos cortaron tres orejas Primer lleno de la temporada
Desaciertos del juez
LEONARDO PAEZ
La tarde de ayer, en que por fin el desaprensivo empresario
accedió a incluir en el cartel de aniversario al tlaxcalteca Rafael
Ortega, éste se consagró definitivamente, consiguiendo una
entrega recíproca entre público y torero, al grado de que
luego de dos pinchazos a su segundo astado, una plaza a reventar demandaría
la oreja por su completa y sentida labor.
Con
el propósito de no repetir los desfiguros del festejo de hace un
año -no devolver un toro que no fue sorteado y además premiar
a Enrique Ponce, su matador, con dos orejas-, en la decimoquinta corrida
de la temporada el juez de plaza Ricardo Balderas estuvo particularmente
generoso con el valenciano, a quien toleró que rebasara el tiempo
reglamentario en su primera faena, premiándola con dos orejas, cuando
una era más que suficiente.
En el colmo de los desatinos, todavía Balderas
ordenó el arrastre lento a los restos de un toro al que apenas se
le señaló una vara, confundiendo una vez más repetitividad
con bravura, de la que careció el disparejo encierro de Julio Delgado,
una de las ganaderías "que garantizan", según la errática
empresa.
Hay que repetirlo en medio de tantas loas: Si la falta
de imaginación y sensibilidad de quienes dicen arriesgar su dinero
les permite despreocuparse de las utilidades estrictamente taurinas, menos
van a ver problema en darle la espalda al espectáculo mismo y al
público, excepto, claro, cada 5 de febrero, aniversario -luctuoso-
de la plazota y de la Constitución.
En tan bochornosa fecha para el inmueble y la Carta Magna,
tan singular empresa recurre hace ocho años a dos toreros españoles
atractivos y a dos mexicanos -por primera vez ambos poseedores de una tauromaquia
consistente-, para que los aficionados a apellidos, más que a los
toros, acudan de toda la República a formar parte de la apoteosis
taurina anual, con desalmadas corridas de ocho o diez toros.
Sin embargo, este triunfalismo pueril dista mucho de ser
una forma profesional de honrar la fiesta de toros y de dignificar un coso;
resulta, a lo sumo, autohomenaje pueblerino a la impunidad y monumento
efímero a la autorregulación más abyecta.
Pero fraudes, amenazas, complicidades, falsificación
de firmas, reventa desbocada -mil 500 pesos una localidad de 300-, incumplimiento
sistemático del reglamento y una pobre oferta de toros y toreros,
todavía no son causales de revocación de licencia de funcionamiento.
Con su actuación de ayer, Rafael Ortega corroboró
que es uno de los toreros más completos y consistentes del mundo,
así le cierren las puertas en su propia tierra y en España.
Imaginativo y variado con el capote -tafalleras, verónicas, chicuelinas,
revoleras, navarras, caleserinas-, sin terreno aborrecido en banderillas,
con una solidez técnica con la muleta que le permite expresar cada
día más y con una entrega en la suerte suprema, hizo cuanto
le vino en gana a Regalito y Cachorrito, sin duda el lote
menos malo de tan deplorable encierro. Si no pincha a su segundo se habría
llevado el rabo. A ver si con esto Rafael Ortega logra meterse de una vez
por todas en los carteles importantes.
Enrique
Ponce, con el récord mundial de más de 100 corridas toreadas
durante diez años consecutivos y consentido de la empresa de la
plazota, muleteó literalmente de salón a dos bueyes de arado
-Consejero y Legionario-, aprovechando su cansina embestida,
más que templándola. Como ha sido siempre un estoqueador
seguro, los despachó de sendos volapiés, recibiendo dos orejas,
exageradas, de su primero, pues no hizo nada con el capote, y una más
de su segundo, como si matar bien a los toros fuera mérito y no
obligación de todo matador. Repetir el cartel pero con toros bravos
y sin caballito, proponían varios aficionados.
No obstante ser el gallo del señor Presidente de
la República, El Zotoluco pechó con el peor lote,
al grado que ni él pudo sacarle partido. Sobresalió la torera
brega que dio a su segundo, el único con cara de toro, y regaló
uno de Teófilo Gómez, algo más toreable, con el que
tampoco consiguió el triunfo. Pablo Hermoso de Mendoza ya no repitió
color con dos sosillos de Bernaldo de Quiroz, e incluso escuchó
pitos. Y hasta dentro de un año.
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