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Argumento del demonio
La reciente polémica desatada por la presunta
mala calidad de los preservativos que distribuye la Secretaría de
Salud, situación desmentida por las autoridades cuestionadas, puso
de manifiesto, una vez más, la persistencia de la desinformación
o de la utilización sesgada de los datos científicos disponibles
relacionados con la eficacia del condón. Sobre esto ya se ha dicho
mucho, pero es necesario volverlo a repetir: en las infecciones de transmisión
sexual, los preservativos son el método preventivo más eficaz.
Así lo han probado infinidad de estudios realizados por diversos
organismos, que afirman incluso que un condón de mala calidad ofrece
mil veces más protección que una relación sexual desprotegida.
Carlos Bonfil
En 2002, el Population Action International elaboró
un estudio sobre la resistencia y utilización adecuada de los preservativos,
el cual arrojó una primera y contundente conclusión: "la
mala calidad rara vez es causa del fallo de un preservativo". La función
primordial del condón, que consiste en bloquear el contacto de cualquier
flujo que contenga partículas del VIH con el organismo humano, está
garantizada en casi cien por ciento, siempre que su utilización
sea la correcta. Una educación integral sobre el uso del preservativo
reduciría considerablemente los episodios de falla, deslizamiento
o rotura del mismo. Esto lo saben los investigadores y los educadores sexuales,
así como los grupos conservadores y la jerarquía eclesiástica,
pero estos últimos siempre fingen ignorarlo y regularmente arremeten
contra el condón, al que incluso han calificado de "instrumento
del demonio".
Durante casi dos décadas se ha insistido, en los
círculos científicos y en las campañas de prevención
del VIH, sobre algunas cuestiones elementales, que al parecer será
preciso repetir incansablemente: el índice de episodios de rotura
del condón es bajísimo. En una muestra del programa de Tecnología
Adecuada en Salud se señala que de 3,300 consumidores apenas uno
por ciento reporta una falla de rotura del condón, relacionada siempre
con una colocación inadecuada del mismo. Otro estudio revela que
en el caso de deslizamiento accidental, menos del uno por ciento de 237
condones se zafaron durante la penetración o en el momento de retirar
el pene. En ninguno de estos casos se cuestiona la calidad del látex
y sí las fallas en la información o adiestramiento del usuario
respecto al uso del preservativo.
La rotura del condón no conduce siempre a la transmisión
de enfermedades infecciosas, apenas un caso de cada diez en contactos anales,
y uno de cada cien en contactos vaginales, con factores que pueden agravar
la situación de riesgo como la presencia de úlceras genitales.
Añade la investigación que no es lo mismo una rotura en la
base del preservativo que en la punta, siendo la segunda un riesgo mayor
y la primera una falla a menudo sin consecuencias.
Juego de pudores y machismo
Se ha enfatizado en múltiples ocasiones la fragilidad
del látex cuando se le aplican lubricantes que lo deterioran (vaselinas,
cremas, aceites vegetales), en lugar de lubricantes hidrosolubles, los
únicos recomendados. Las sustancias grasas deterioran la superficie
del preservativo al punto de provocar una rotura durante el coito. Y aunque
la dimensión del virus del sida es más pequeña, apenas
0.1 micras de diámetro, que las 3 micras que mide la cabeza de un
espermatozoide, los condones impiden su paso, pues si muestran una gran
eficacia en la prevención de embarazos no deseados, en el caso de
la transmisión del virus del sida la eficacia preventiva es similar,
ya que el virus está contenido en el semen, y al no poder de modo
alguno atravesar ese líquido la superficie del látex, se
descarta por consiguiente el paso del virus. Por si esto fuera poco, y
admitiendo que ningún tipo de prevención garantiza una protección
absoluta, queda una cuestión que los grupos conservadores opuestos
al uso del condón insisten en soslayar dolosamente, y esto es que
incluso el condón de fabricación "más defectuosa"
ofrece mil veces más protección contra el virus de inmunodeficiencia
humana que una relación sexual desprotegida.
A esta descalificación sistemática del condón
se añaden otros factores de desinformación. Uno de ellos,
la supuesta inhibición que provocaría el látex de
la sensación de placer durante el coito. Contra esta suposición,
muchos educadores sexuales han propuesto erotizar el condón y procurar
estímulos sensuales muy variados a la pareja antes de la penetración,
o en reemplazo de ésta. Erotizar el cuerpo en su conjunto y no privilegiar
una genitalización excesiva del contacto, es un modo de propiciar
un disfrute mayor del sexo con condón.
Los preservativos han inspirado a menudo desconfianza.
Se les considera instrumentos alejados del orden natural y, por ende, del
goce espontáneo. El rechazo instintivo del condón, por parte
de la pareja masculina, tiene que ver con el mito de considerar que su
utilización de algún modo disminuye la virilidad e inhibe
una respuesta sexual efectiva. En contra de este mito, hay quienes recomiendan
un juego previo con el látex, utilizándolo, por ejemplo,
en prácticas de sexo oral protegido, como preámbulo de la
penetración. Otro problema es la dificultad de negociar el uso del
condón, la renuencia de muchas mujeres a proponerlo, y de paso a
protegerse, por temor al estigma que supone ser objeto de suspicacia y
recelo por parte de la pareja ("Si es tan buena para exigir condón,
es que a muchos otros se lo habrá ya exigido"). La situación
deviene un círculo vicioso: si el hombre no propone, la mujer tampoco
dispone, y en este juego de pudores y machismo se juega la salud de muchas
parejas.
De vez en cuando sí hace daño
Pero aun suponiendo que las condiciones para una aceptación
del condón estuviesen dadas, quedan todavía otros factores
de riesgo. Uno de ellos, tal vez el más importante, es la discontinuidad
en el uso del preservativo. Al ser consultados, muchos jóvenes afirman
que utilizan el condón sin ningún problema: ellos parecen
haber superado las limitaciones del machismo, manejan bien su autoestima,
e incluso lo consideran un juego divertido ("me protejo y me divierto");
ellas afirman mayor aplomo en la negociación del uso del condón
("si mi pareja se niega a usarlo, entonces yo no le entro"). Y hasta ahí
todo va bien. Pero al consultarlos sobre la periodicidad de su uso, algunos
se sorprenden y señalan: lo utilizo cuando me acuerdo, o cuando
tengo una relación con alguien que no se ve muy sano, o con una
trabajadora sexual, o cuando no le tengo confianza a quien acabo de conocer.
En definitiva: lo utilizo de vez en cuando.
Este uso discontinuo, y prejuiciado, del condón
reduce en mucho no la eficacia del mismo, sino la confiabilidad de quien
reporta usarlo. Considérese la información que arroja la
Revista del Consumidor en su número de enero. A la pregunta,
¿Con qué frecuencia usas el condón?, los hombres responden:
Siempre (31%), casi siempre (19%), a veces (24%), casi nunca (26%). Esto
es, el porcentaje de quienes usan el condón de manera irregular
es de 69 por ciento.
Ante esta situación de vulnerabilidad frente al
VIH y otras infecciones de transmisión sexual, siempre será
conveniente informar científicamente sobre los riesgos que implica
el uso inadecuado del condón, y sobre la garantía (hasta
el momento la más sólida) que ofrece para prevenir las infecciones
sexuales. La desinformación dolosa sólo tiene éxito
frente a las lagunas y los rezagos educativos en materia sexual. Se ha
visto recientemente la ineficacia de esta desinformación conservadora
en el caso de la píldora del día siguiente, recién
autorizada. En el caso del condón, el esfuerzo requerido será
todavía mayor y más tenaz sin duda la resistencia de la jerarquía
eclesiástica. |