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México D.F. Jueves 5 de febrero de 2004
Olga Harmony
Furor divino
La mayoría de las mujeres que se dedican a la poesía tienen una obra tan sólida que se han ganado el respeto de todos, muy lejano el tiempo en que el término de poetisa era utilizado con burla, como un ve-hículo de descalificación. No se entiende, entonces, que se les siga llamando poetas por temor a un ridículo que ya no existe. Entre las poetisas mexicanas del pasado siglo, Concha Urquiza ha sido un tanto olvidada, aunque en la actualidad se empiece una reivindicación y cada vez su nombre sea más conocido, así su obra todavía no sea leída extensamente. Víctor Hugo Rascón Banda estrenó en 1992 una obra biográfica con el título de Alucinada y ahora Mauricio Jiménez escribe otro texto acerca de Urquiza, Furor divino, que no intenta ser una biografía de la trágica vida de la poetisa -que osciló del partido comunista de su extrema juventud hasta el catolicismo más acendrado antes de su muerte, que muchos suponen suicidio, en las costas de Baja California- sino una doble búsqueda, la de Dios por parte de la escritora y la de la imagen de ella, o mejor su esencia, por parte de un escultor.
Concha Urquiza vivió y fue docente largos años en San Luis Potosí, por lo que no es extraño que haya interesado muy vivamente a los miembros de El rinoceronte enamorado, uno de los grupos más sólidos de la provincia mexicana y cuyo nombre sigue siendo un misterio para mí, que encomendó al dramaturgo y director la tarea de escribir y dirigir el texto que ahora comento. Mauricio Jiménez utiliza muchos poemas de Concha Urquiza en su obra y hace convivir a la angustiada mujer con la jovencita que fue, precoz escritora, muy diferentes y hasta antagónicas una de otra, como para marcar el viraje ideológico de la protagonista. El misterio de Urquiza es subrayado por Mauricio en su texto y su montaje, con esa figura que interpreta Manuel Poncelis, presente en las historias de Concha y del escultor alcohólico -Edén Coronado- a quien le da una fotografía de la poetisa en el Distrito Federal que es reliquia del cura enamorado. Este otro personaje, me imagino que inventado y que se encomienda a Alvaro Flores, es utilizado para contraponer su falta de fe con la apasionada búsqueda de la mujer, que por momentos se siente abandonada por Dios, pero que no cesa de clamar por El.
En el escenario del teatro del IMSS, que el grupo tiene en comodato, vuelto espacio recoleto y de cámara, con sille-rías para los espectadores y con una ambientación de la artista plástica potosina Rosa Luz Marroquín, que consiste en una puerta con ventana transparente, una mesa y una base de escultor, con vestuario de Teresa Alvarado y música original de Armando Corado, el director cruza tiempos y personajes, hace yacer al escultor bajo una sábana y de pronto quien yace es Concha niña, o Concha adulta y de vuelta al escultor alcohólico. La sábana sirve para estos actos de transformismo, pero también para el juego de sombras chinescas que ofrece la precoz escritora con la historia del sacrificio de Isaac. Mauricio Jiménez regresa a la magia de sus montajes, con ese personaje ubicuo que interpreta Poncelis, aplaudiendo en el patio de butacas cuando se abre fugazmente el telón y con el espléndido mar al que se dirige Concha instalado en el butaquerío. Tanto Nidia Verástegui como Isabel Dávila interpretan con todo acierto los dos momentos de la protagonista.
En cambio, las tres escenificaciones que vi de la temporada de Invasión Excéntrica en La Gruta muestran las deficiencias que todavía sufre el teatro en los estados. El Quijote de Eonardo Costa, con dirección y actuaciones de él y del también queretano Manuel Naredo, es una versión para un público adolescente que al adulto no convence por la puerilidad de las soluciones y por estar impostado en el grito. Etcétera, el primer nombre que tuvo Al pie de la letra, una de las obras menos afortunadas de Oscar Liera, es presentada en adaptación de Jissel Arroyo, que también la dirige, por el grupo La Butaca de Chihuahua; a la falta de calidad de los actores se suman estilizaciones que poco tienen que ver con el realismo del texto y de situaciones como el sangriento aborto. En tono clownesco la Compañía del Sótano escenifica Rebelión de Gerardo Mancebo del Castillo Trejo, cuyo director Herbert Axel González, estuvo más atento a la excelente condición física de sus actores que a los matices de voz.
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