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México D.F. Jueves 5 de febrero de 2004

Miguel Marín Bosch*

Mentiras transatlánticas

Hace un año nos preguntamos en este espacio a qué se debía la prisa del presidente George W. Bush por invadir a Irak. Tanto Washington como Londres (y luego Can-berra y Madrid) dijeron que, entre otras razones, las armas de destrucción en masa de Saddam Hussein constituían una amenaza real para muchos países, incluyendo a Estados Unidos. No les creímos entonces y nos les creemos hoy. Ahora sabemos (porque nos lo ha dicho Paul O'Neill, el ex secretario del Tesoro) que desde el primer día de su administración, Bush tenía la intención de invadir a Irak. También sabemos que sus motivos eran otros: se trataba de una asignatura pendiente de su padre y también del petróleo, como lo muestran los contratos ya adjudicados a las compañías vinculadas a su vicepresidente y secretario de Defensa.

Es obvio que Bush y Blair no sólo exageraron la amenaza, sino que quizás hasta la inventaron. Pero un juez en Londres no lo vio así. La semana pasada lord Hutton exoneró a Blair y lanzó duras críticas contra la BBC, causando una cadena de renuncias. Blair aplaudió esas renuncias, diciendo que los dirigentes de la televisora tenían que pagar por los errores de uno de sus corresponsales. ¿Bueno para Blair y malo para los medios de comunicación que dudaron de las supuestas pruebas? Ahora, siguiendo el ejemplo de Washington, el primer ministro inglés se ha visto obligado a pedir una investigación de cómo y de dónde surgió el error de sus fuentes de inteligencia sobre Irak. Y, cuando tenga los resultados, ¿creen que seguirá el ejemplo de los dirigentes de la BBC? El caso de Irak provocó hace un año la renuncia de dos miembros de su gabinete y mucha turbulencia dentro de su partido. Por ahora Blair se ha salvado. El tiempo nos dirá qué tan pírrica fue esta victoria sobre la BBC.

El tiempo también nos ayudará a aquilatar en su justa medida el grado de cinismo que ha surgido en Washington. Hace exactamente un año el secretario de Estado, Colin Powell, acompañado del director de la CIA, George Tenet, afirmó ante el Consejo de Seguridad de la ONU que Irak tenía grandes arsenales de armas químicas y biológicas, estaba reconstituyendo su programa de armas nucleares y construyendo misiles tecnológicamente avanzados. Agregó que lo que había presentado eran "hechos y no conjeturas".

La semana pasada, David Kay, el encargado de las inspecciones en Irak tras la invasión, confesó que se habían equivocado al pensar que Saddam Hussein tenía armas de destrucción en masa. Días antes, Powell había dicho lo mismo. Y ahora resulta que el propio Bush quiere conocer "los hechos" acerca de cómo surgió la información sobre esas armas. El acusado es ahora el acusador. No es mala táctica política en este año de elecciones. Pese a su resistencia inicial, Bush ha tenido que aceptar que se investigue el caso. Pero lo ha hecho con maña. Entre las personas que él mismo ha designado como miembros "independientes" de la comisión investigadora se encuentran amigos de su familia y, desde luego, el informe correspondiente no se presentará hasta mucho después de las elecciones del próximo 2 de noviembre.

Hace más de seis décadas que Estados Unidos y el Reino Unido tienen lo que Winston Churchill, tras su primera entrevista con Franklin D. Roosevelt en 1941, bautizó de una relación especial. Esa relación ha tenido sus altibajos, casi todos derivados del uso de la fuerza. La lista de ejemplos de colaboración incluye la Segunda Guerra Mundial, la guerra de las Malvinas (en la que, después de un titubeo, Washington proporcionó armamento e información que aseguraron la victoria británica), la primera guerra del Golfo, la invasión de Afganistán y ahora de Irak.

Los casos más notorios en que hubo serias diferencias entre los aliados fueron la crisis del canal de Suez en 1956 y la guerra de Vietnam. El primero causó una enorme tensión transatlántica. Cuando Nasser decidió nacionalizar el canal, Israel, Francia y el Reino Unido trataron de retomarlo por la fuerza. La campaña militar británica fue montada sin consultar a Washington. El presidente Eisenhower se quejó públicamente de que no fue consultado, ni siquiera informado. Agregó que Estados Unidos estaba en contra del uso de la fuerza para resolver los problemas entre países. Retiró su apoyo a la libra esterlina y, pocos meses después, el primer ministro Anthony Eden tuvo que renunciar. En cuanto a Vietnam, sucesivos gobiernos británicos hicieron caso omiso de las reiteradas peticiones de Washington para que Londres enviara tropas.

La relación personal entre los presidentes estadunidenses y los primeros ministros británicos ha ido de muy mala (Eden y Eisenhower) a muy buena (Thatcher y Reagan). John Major la llevó tan bien con Bush padre que intervino descaradamente en favor de su relección en los comicios de 1992. Clinton nunca se lo perdonó. Con Blair, tuvo una excelente relación, al grado que lo reclutó para que lo defendiera cuando surgió el escándalo de la Lewinsky. Con Bush hijo, Blair ha desarrollado una curiosa relación de dependencia mutua. Ahora se encuentran unidos en la defensa de unos argumentos espurios para justificar su aventura militar en Irak.

Hace casi siglo y medio Abraham Lincoln dijo que se puede engañar a todo el mundo durante cierto tiempo y que también se puede engañar a unos cuantos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.

* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana

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