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México D.F. Jueves 5 de febrero de 2004

Adolfo Sánchez Rebolledo

ƑCuál proyecto?

Que una mujer como Marta Sahagún desee ocupar la Presidencia de la República no debería extrañarnos. Las encuestas le atribuyen un alto grado de popularidad, apenas unos puntos por debajo del jefe de Gobierno del Distrito Federal, que lleva la delantera; sus cercanos descubren en ella virtudes, capacidades y carácter para lidiar con tamaña responsabilidad, lo cual de paso alegra a otras muchas mujeres, aunque sea por estrictas razones de género que parecen válidas.

Nada habría que objetar a la pretensión de vencer los obstáculos del machismo secular, salvo por un detalle: ella es la esposa del actual mandatario, no una más entre las numerosas políticas en activo que podrían eventualmente competir por el cargo. Es verdad que la ley no prohíbe a los cónyuges seguir los pasos políticos de sus parejas, pero la legitimidad de esa candidatura (y en el extremo de un gobierno dinástico) nacería dañada, pues solamente se podría comprender como un intento de relección.

Ante los hechos, la dirección panista, como ya es costumbre, se muestra confundida, incapaz de reaccionar ante la posibilidad de una candidatura "fuerte", aunque ésta diluya, al modo posmoderno, los perfiles de su mismo partido. Apenas el martes, el vocero del CEN del PAN, Juan Ignacio Zavala, afirmó que Marta Sahagún es una "líder indiscutible'' en el partido y que al expresar sus aspiraciones presidenciales "no viola ninguna norma o estatuto'' partidista (La Jornada, 1/3/04).

Otros, los menos, rechazan de plano las pretensiones de doña Marta, pero los más vivos la andan candidateando al Distrito Federal o al Senado: da igual, con tal de quitársela de en medio sin enfrentar al Presidente, quien prefiere mirar a otro lado, que enmedio de la crisis suscitada por el artículo del Financial Times sobre Vamos México atribuye la maledicencia al hecho de "hay mucha gente celosa, y mucha gente que no acepta el éxito de otros".

En fin, parece que la única que piensa en el futuro, al menos en el suyo, es la propia Marta Sahagún. En sus declaraciones a los medios, se las arregla para mantener la atención sin cerrar la puerta: prefiere la ambigüedad protectora del "veremos, veremos", pero no se descarta: "mi proyecto ideológico está con Acción Nacional, mi proyecto político está con el presidente Vicente Fox", repite con reiteración ritual. En el programa matutino de televisión En Contraste, Sahagún calificó de "irresponsable e imprudente" hablar o aceptar si le interesa la Presidencia de México o no, aunque sigue considerando oportuno que una mujer sea candidata en 2006.

Junto con esa convicción, reaparece la alusión críptica a la necesaria continuidad del (con mayúsculas) Proyecto Político que encabeza su marido, aunque ella se cuida muy bien de poner en blanco y negro cuáles son los grandes objetivos cuya realización amerita por lo menos dos sexenios más de sacrificios sucesivos de la pareja presidencial. Y ésa debiera ser la vara para medir si Marta Sahagún sería o no una buena candidata.

El foxismo, ya se sabe, nació con la promesa de poner orden en Los Pinos, borrando de un plumazo los últimos 70 años de historia. Edulcorado por la mercadotecnia y una buena dosis de demagogia y populismo, el discurso de la campaña fue efectivo, pero resultó falso.

ƑQuién no recuerda aquellas declaraciones del candidato Fox diciendo, por ejemplo, que "enchufaría" directamente la renta petrolera a la educación, por no citar los sueños en torno al crecimiento o la paz en Chiapas y tantos otros que le valieron el voto útil de las clases medias? Tal vez no pensaba ganar y por eso decía tantas barbaridades, pero al día siguiente de la alternancia las fantasías se esfumaron y ya no había más proyecto que el de hacer de México un negocio como punto de partida para alcanzar el bien común. El Presidente confiaba en la relación personal con el presidente Bush para sacar un acuerdo migratorio y resolver de una buena vez el desempleo estructural y otras herencias, pero, por razones bien conocidas, tampoco eso se pudo concretar.

La lección de la realidad fue dura porque México no era la caricatura que de él se habían forjado los publicistas al servicio del PAN: allí estaba una sociedad compleja, demandante, profundamente polarizada y desigual, cuyos límites secularizados desbordan por todas partes el imaginario de la derecha. Los sueños filantrópicos de reducir la pobreza alentando la caridad tropezaron con un universo de necesidades en ebullición, donde el atraso se reproduce más rápido que las "ayudas" oficiales. Enfrentado a la recesión estadunidense, el Presidente se quedó sin más receta que la de vender al país o lo que de él va quedando, es decir, puso por delante las "reformas estructurales" que son explicación y a la vez coartada para justificar la parálisis del gobierno. Por eso, al igual que mucha gente, pregunto con todo respeto: Ƒcuál proyecto, señora Sahagún?

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