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México D.F. Domingo 1 de febrero de 2004
Jioí Pehe*
La nueva cara del fascismo
Aparentemente, los partidos posfascistas y de extrema
derecha, cuya creciente popularidad provocó alarma en Europa occidental
hace algunos años, están desapareciendo de la escena electoral.
Pero, ¿significa eso que el radicalismo político, los sentimientos
de extrema derecha y el fascismo se están extinguiendo en Europa?
Difícilmente. Al tiempo que tanto los grupos posfascistas y de extrema
derecha se debilitan en Europa occidental, los partidos de ese signo han
resurgido ominosamente en Europa oriental, sobre todo con el éxito
de los nacionalistas radicales en las recientes elecciones de Rusia y Serbia.
Al mismo tiempo, los costos del debilitamiento de los
partidos de extrema derecha, nacionalistas y posfascistas en Europa occidental
y central han sido altos: las fuerzas políticas convencionales se
vieron obligadas a adoptar parte del vocabulario y la agenda de la extrema
derecha. Muchos políticos y partidos convencionales europeos ahora
defienden políticas en contra de la inmigración, expresan
mayor escepticismo hacia la integración europea o manejan una forma
de antisemitismo que disfrazan como crítica a las políticas
de Israel.
Los partidos extremistas también se han visto marginados
debido a su débil postura en la política paneuropea. Los
electores en Italia, Francia, Holanda y Austria (aquellos países
en los que los partidos posfascistas o de extrema derecha generaron las
mayores preocupaciones) se dieron cuenta gradualmente de que las fuerzas
democráticas convencionales sólo le darían a los partidos
ex-tremistas una influencia limitada en el Parlamento Europeo y otras instituciones
de la Unión Europea (UE). Algunos (por ejemplo, los Demócratas
Libres, de Jörg Haider, en Austria, o los posfascistas italianos de
Gianfranco Fini) tuvieron que moderar su radicalismo cuando pasaron a formar
parte de coaliciones de gobierno.
Mientras que la xenofobia (provocada por temores sobre
la inmigración, la ampliación de la UE y las presiones de
la globalización) ha sido el motor del extremismo en Europa occidental,
el radicalismo xenófobo de la parte oriental tiene causas distintas.
Los recientes éxitos electorales del Partido Radical Serbio, de
Vojislav Seselj, de los partidos nacionalistas rusos y la sólida
posición del Partido de la Gran Rumania, de Vadim Tudor, son resultado
principalmente de una combinación entre nacionalismo ra-bioso y
las presiones de la modernización.
Esos países, después de algunas demoras,
están siguiendo los pasos de algunas naciones poscomunistas de Europa
central, don-de partidos nacionalistas-populistas, como el Movimiento por
una Eslovaquia Democrática, de Vladimir Meciar, retrasaron la democratización
y la reforma de mercado hace una década. Como en Europa occidental,
en la mayoría de los países poscomunistas que se convertirán
en miembros de la UE, en mayo de 2004, el costo de neutralizar el radicalismo
y el nacionalismo ha sido que los partidos políticos convencionales
han tenido que adoptarlos hasta cierto punto.
Actualmente se pueden escuchar versiones más moderadas
de los lemas nacionalistas, euroescépticos o xenófobos, provenientes
de partidos como el Cívico Democrático, de la República
Checa, o el Fidesz, de Hungría, las más importantes fuerzas
opositoras en esos países. Los partidos convencionales se han apropiado
tanto del lenguaje como de la agenda que pertenecía originalmente
a la extrema derecha.
Pero en el caso de Rusia, Serbia y Rumania, el camino
que les espera para mantener a raya a sus extremistas tal vez sea más
abrupto. Primero, a diferencia de los países poscomunistas de Europa
central, carecen de las tradiciones políticas y filosóficas
de Occidente. Los fuertes vínculos entre el Es-tado y la Iglesia
ortodoxa forjaron religiones de Estado que contribuyeron a crear un profundo
sentido de mesianismo nacional. Así, los nacionalistas en Rusia,
Serbia y Rumania se nutren de creencias muy arraigadas en el sentido de
que sus naciones tienen misiones históricas especiales.
Segundo, debido a que el papel del Estado tradicionalmente
ha sido fuerte en esos países (la separación democrática
de poderes y los esfuerzos para introducir el imperio de la ley son acontecimientos
relativamente nuevos) las tendencias corporativistas que caracterizaron,
por ejemplo, al fascismo italiano de los años 30, siguen siendo
poderosas. Por último, la globalización, las presiones que
surgen de las reformas de mercado, la modernización de las instituciones
y otros fenómenos nuevos alteran y confunden a esas sociedades.
Un fuerte sentimiento de misión histórica,
problemas sociales y económicos y una estatura internacional disminuida
se combinan para formar una mezcla explosiva que favorece a los radicales.
Así, al menos en esos tres países, el auge de las tendencias
posfascistas, del nacionalismo y el extremismo político podría
no ser temporal, como en Europa central, o mantenerse como un fenómeno
marginal, como el que se experimentó recientemente en Europa occidental.
Pero es necesario resaltar algunas diferencias importantes
entre Rusia, Serbia y Ru-mania. El último de estos tres países
es candidato para ingresar a la UE en 2007, y el proceso de adhesión
ha tenido efectos mo-deradores sobre la política rumana.
Los 2 millones de húngaros étnicos de Ru-mania,
blancos políticos principales de los nacionalistas rumanos, representan
un puente hacia la UE, ya que Hungaría será miembro tres
años antes. Transilvania, que es don-de esos húngaros se
concentran principalmente, también es el puente cultural de Ru-mania
hacia Occidente, porque esa región perteneció durante siglos
al imperio de los Habsburgo. La esperanza de la membresía en la
UE le da a políticos tradicionales y al pueblo rumano un fuerte
incentivo para no sucumbir ante sentimientos nacionalistas.
Serbia y Rusia plantean casos más difíciles
debido a que el orgullo nacional de am-bos (por razones distintas) ha sido
lastimado. Mientras Rusia ha perdido casi por completo su estatura de superpotencia,
Serbia fue humillada por la OTAN en 1999. Muchos serbios también
se sienten ofendidos por los juicios de la Corte Penal Internacional de
La Haya en contra de sus ex líderes.
La comunidad internacional, especialmente la UE, puede
ofrecer muy pocos incentivos para promover políticas moderadas en
esos dos países. Además, las experiencias que el ruso común
ha tenido del liberalismo económico y las reformas políticas
desde la caída del comunismo han sido más bien negativas.
Aunque la mayoría parece darse cuenta de que los comunistas ya no
pueden "rescatar" a su país, muchos quisieran un gobierno semiautoritario
y el renacimiento nacional basado en los valores tradicionales. Esa fusión,
sin embargo, sigue siendo la otra tentación letal para la política
moderna.
*Ex asesor político en jefe del ex presidente
checo Václav Havel, es analista político y director de la
New York University de Praga.
Copyright: Project Syndicate, enero de 2004. Traducido
del inglés por Mario de Gortari Rangel
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