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México D.F. Domingo 1 de febrero de 2004

Guillermo Almeyra

El otro Bush en el Cercano Oriente

La sangrienta espiral no tiene fin. El terror de Estado israelí mata a ocho palestinos y destruye un barrio en Gaza y al día siguiente un policía palestino se suicida en un ómnibus repleto de gente inocente en Jerusalén, a 100 metros de las oficinas de Ariel Sharon, y un día más tarde al terror individual indiscriminado del kamikaze le responde nuevamente el terror estatal planificado cuando el ejército israelí se reintroduce en Belén, que es zona de palestinos cristianos y no del fundamentalismo islámico. Todo eso mientras el enésimo enviado especial estadunidense, John Wolf, está en la zona buscando al menos una reunión entre Sharon y el primer ministro palestino para discutir la famosa hoja de ruta, la cual es hace rato mero papel mojado.

George W. Bush está tan satisfecho con su virrey israelí que en su informe anual a los estadunidenses ni siquiera mencionó la matanza permanente entre los palestinos que quieren conquistar su libertad y el ocupante israelí. En su campaña electoral da por adquirido el voto de los judíos reaccionarios y por perdido el de los judíos que votan contra él y contra Sharon, de modo que en Washington ni siquiera se habla del horrible conflicto que se mantiene desde hace décadas gracias al armamento y a los miles de millones de dólares que Estados Unidos da cada año a Israel.

Ariel Sharon, el criminal de guerra de los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila, en la invasión de Líbano, el jefe del Likud prevaricador que tiene problemas con la justicia israelí porque vendía influencia, tal como Bush con la Enron o Cheney con la Halliburton, es el subBush de la región, pues sirve a la política estadunidense en el Líbano, Siria e Irak e imita al inquilino de la Casa Blanca.

Bush, por ejemplo, viola constantemente la legalidad internacional y la Convención de Ginebra sobre los prisioneros de guerra y secuestra largamente en el territorio ocupado de Guantánamo a decenas de personas a las que mantiene sin proceso y en condiciones inhumanas, pero al cabo de meses libera un puñado de adolescentes, a los que previamente había humillado y torturado, y aparece entonces como misericordioso. Sharon hace lo mismo con 400 palestinos después de haber asesinado miles, destruido sus huertos, sus casas, sus servicios públicos, cerrado sus fuentes de trabajo, clausurado sus escuelas y universidades y pretende que hace un gesto de apaciguamiento. Mientras tanto, sigue la construcción del inútil muro de la vergüenza, que no impide ni impedirá los atentados suicidas, pero agrega dolor y dificultades a la ya terrible vida de los palestinos bajo la ocupación israelí. Saca también algunos colonos fascistas, pero mantiene el grueso de las colonias que usurpan las tierras y los recursos de los árabes. E inventa una entelequia -los palestinos- a la que atribuye una homogeneidad y unidad interna imposibles, para bombardear, por ejemplo, pueblos y ciudades cuando un grupo de militantes de Hamas o de la Jihad Islámica o desprendido del control de Al Fatah y de la Autoridad Nacional Palestina comete un atentado suicida o ataca a los fascistas de las colonias ilegales judías. Aunque conoce perfectamente las divisiones políticas que existen entre los palestinos en general y entre Yasser Arafat y su entorno y los grupos fundamentalistas islámicos o extremistas del pueblo palestino, golpea a los moderados y provoca a los últimos para justificar la represión y la ocupación e impedir cualquier paz.

Esta permanecerá excluida mientras los palestinos sufran el apartheid y la ocupación colonial extranjera, con sus brutalidades cotidianas. Del mismo modo que la bárbara e ilegal ocupación y destrucción de Irak, antaño uno de los países árabes más prósperos, da como resultado también allí inmolaciones de terroristas que desean, a costa de su vida, eliminar algunos opresores, o continuas emboscadas contra los soldados ocupantes, la intifada es sólo una respuesta a las provocaciones y a la ocupación y cesará cuando ellas cesen. Pero el racismo antiárabe y la idea de la "solución final" expulsando a los palestinos por millones hacia otras tierras árabes es el cemento del Likud y la base de la política de Sharon. Esa política fracasó en Sudáfrica, que fue puesta fuera de la ley por la comunidad internacional y fracasará también en las tierras palestinas. Si Israel quiere existir como Estado debe garantizar a los palestinos la creación de su Estado independiente. Si quiere paz, debe convivir con su vecino, con el cual comparte la geografía, los recursos, y hasta en parte la economía, porque la mano de obra árabe, a pesar de todas las dificultades y exacciones, sigue siendo un aporte importante para la economía israelí. Si quiere democracia, no puede ser un Estado confesional en el que los no judíos (más de un millón de árabes, cristianos o musulmanes, y otras minorías) son ciudadanos de segunda y los rabinos ultrarreaccionarios que no salieron siquiera del medievo fomentan el racismo mientras los judíos israelíes pacifistas, civiles o militares, son violenta e ilegalmente reprimidos.

Sharon debería comprender que la aventura de George el asiático en Irak está condenada al fracaso y Estados Unidos deberá retirarse de la región. En la que quedará, por siglos, el odio a los colonialistas, estadunidenses, ingleses o israelíes. Esa es la realidad sobre la que habrá que edificar cualquier política.

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