.. |
México D.F. Sábado 31 de enero de 2004
Alfonso Morales
Edén
Si ropajes, tocados y adornos señalan una posición en la sociedad, la pertenencia o la aspiración a alguno de sus estratos, Ƒhacia dónde conduce la piel desnuda, el íntimo encuentro con un cuerpo develado? Desvestirse, desdeñar los signos de la cultura, parecería un retorno al lugar en que todos los hombres son Adán y todas las mujeres Eva. Pero tal edén, libre de contagios visuales, no es fácil de hallar. El desnudo es otra más de nuestras utopías. Robert Doisneau la buscó en un jardín botánico. Cecil Beaton en la jungla de un set de Hollywood, Lola Alvarez Bravo en una playa de Acapulco. Flor Garduño la entrevió en un riachuelo, medio cubierta con una toalla del Instituto Mexicano del Seguro Social. Otros creen haberse encontrado con alguna de sus manifestaciones en una azotea, un parque, un automóvil o en una pista de baile.
Como tela de finísimo tejido, la mirada -tentáculo del deseo, apropiación simbólica- también envuelve. Las imágenes que se desprenden del cuerpo desnudo, un modelo tan inerme como poderoso, descubren a su vez a sus autores y espectadores. Todo desnudo es, por fuerza, una indiscreción. La inocencia o la perversión, el placer o el escándalo, no están en los oficiantes de una celebración de la carne que es o finge ser indiferente a los testigos.
La cultura moderna, para la que no hay conocimiento ni amor que no pase por los ojos, ha hecho de la desnudez una moneda corriente. En el escaparate de las imágenes fotográficas, los cuerpos desnudos se ofrecen con las cambiantes etiquetas de espectáculo, arte, pornografía, obra exquisita o vulgar. ƑQué novedad es posible entre la cháchara de tantas desnudeces? Ni este ni aquel atrevimiento en particular, sólo los momentos en que un cuerpo expuesto y un fotógrafo indiscreto alcanzan una imagen del deseo.
|