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México D.F. Sábado 31 de enero de 2004
Ilán Semo
El voto nómada
ƑCuántos mexicanos viven en la actualidad en Estados Unidos? La cifra es un misterio. O mejor dicho: un misterio doble. Las estadísticas oficiales del Immigration report distinguen una población compuesta por dos grupos distintos: a) mexicanos nacidos en México (9.9 millones) y b) estadunidenses de origen mexicano (16.5 millones). Ninguno de estos números dice mucho en sí. Si se revisan los reportes de principios del siglo XX, la costumbre se repite. Italianos, irlandeses o polacos son clasificados entre quienes han desempacado las maletas recientemente y quienes datan su origen en sus padres o abuelos. En cierta manera es comprensible. La sociedad estadunidense debe su nacimiento a gigantescos flujos migratorios que provinieron principalmente de Europa y de Africa, al igual que (en menor escala) de otras partes del mundo. La de Africa fue una diáspora forzada de esclavos que eran destacados originalmente a los estados del sur. Con el paso del tiempo la distinción entre nacidos y no nacidos en Estados Unidos llegaba previsiblemente a su fin. Los emigrantes europeos acababan por integrarse a una sociedad donde perdían sus lenguajes y culturas de origen, sus lazos familiares y su memoria nacional. Cada nueva cultura de recién llegados aportaba sus peculiaridades a esa barroca mezcla y terminaba dejando atrás su propio pasado.
El fenómeno de la migración mexicana ha adoptado un carácter radicalmente distinto. Por primera vez en la historia de Estados Unidos, un grupo de migrantes no sólo se opone a renunciar a su identidad de origen sino que decide afirmarla y continuarla. Ya sea por la discriminación a la que son sometidas o por las lazos culturales, familiares y sociales que entrecruzan subterráneamente la frontera, las comunidades mexicanas han impuesto una cultura bilingüe, una nueva religiosidad, otra politicidad y, en fin, una manera inédita de ser ciudadanos -o ciudadanos a medias, para ser más precisos- en su nueva casa. Lo que emerge desde los años 80 en los dispersos territorios que ocupan es una identidad trasnacional que no encaja ya en su pasado de origen ni en el horizonte de espera que la cultura estadunidense atribuía habitualmente a sus inquilinos recién desempacados.
Es imposible saber, por ejemplo, cuántos de los 14 millones de mexicano-estadunidenses estarían dispuestos a ejercer su voto en una elección presidencial mexicana. Teóricamente hoy, gracias al derecho a la doble nacionalidad, lo podrían hacer. ƑSerían pocos? Tal vez no. La segunda y la tercera generación de hijos y nietos de michoacanos y zacatecanos que emigraron hace ya décadas han vuelto a preguntarse por sus raíces en México. No todos, por supuesto. Ni siquiera una mayoría. Pero sí un grupo suficientemente politizado y consolidado para crear un estado de ánimo que irrita a la normalidad pública.
La cifra de migrantes nacidos en México es más dudosa aún. Probablemente más de la mitad son ilegales: seres-fantasmas, incontables. Una parte de ellos son pendulares. En los ciclos agrícolas, pagan de 2 mil a 3 mil dólares para ser cruzados por la frontera. Después regresan. Así que su demografía depende de la estación del año. ƑCuántos de ellos estarían dispuestos a votar? Otro enigma.
En estos días, Francisco Paoli realiza una gira por varias ciudades de Estados Unidos para someter a discusión con algunas organizaciones mexicanas una iniciativa de la Secretaría de Gobernación sobre cómo organizar la participación de ese complejo electorado en las elecciones de 2006. Finalmente, un gobierno emprende una acción, pendiente desde hace décadas, para poner en vigor derechos electorales a quienes de facto habían sido despojados de ellos. Dados los enormes costos que significaría organizar la elección en un territorio tan disperso como el que ocupan las comunidades mexicanas, dice Paoli, se trata de una propuesta mínima o minimalista: 1) Sólo podrían elegir Presidente de la República; 2) tendrían que contar con credencial electoral vigente; 3) no se emitirían credenciales del IFE en Estados Unidos; 4) los partidos no podrían realizar campañas en territorio estadunidense; 5) las urnas serían colocadas en las ciudades mexicanas fronterizas, no en los consulados.
En tanto que una iniciativa que rompe la inercia gubernamental que había distinguido a los regímenes priístas, la propuesta merece atención. Seguramente surgirán otras. La discusión será larga. Sin embargo, habría que detenerse en dos aspectos de esta temprana especulación. ƑPor qué no instalar urnas en los consulados? Casi nadie acudiría desde Nueva York o Chicago a la frontera para votar. Menos, si son indocumentados que han renunciado a la idea de regresar a México. La otra. ƑPor qué no promover que los partidos políticos emprendan campañas en Los Angeles o Houston? Es obvio que tendrían que financiarlas ellos mismos con otro tipo de presupuestos. Una de las formas más eficaces que prevé la sociedad moderna para producir ciudadanía se halla precisamente en los procesos electorales. La actividad partidaria fomentaría organizaciones, lazos políticos y culturales, un nuevo uso del español, etcétera. Los republicanos en Estados Unidos deben seguramente aborrecer la idea de ver a partidos mexicanos en sus calles. ƑSo what?
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