Olga Harmony

La vida conyugal

A diez años de su estreno, Teatro Sunil trajo a México Tratado sobre la vida conyugal escrita y dirigida por Daniele Finzi Pasca, quien esta vez no sube a escena y cede su lugar al percusionista Nicola Marinoni. Este y la bailarina y coreógrafa María Bonzanigo recrean ese nuevo concepto de la clownería, el teatro de la caricia, que es creación de Finzi Pasca. Aunque no ignoro que es más bien tarde para escribir de este espectáculo, la movilidad de Teatro Sunil, que hace constantes giras -ya ofrece la reposición de Te amo y su exitoso y casi emblemático Icaro ha tenido diversas temporadas entre nosotros- me lleva a pensar que tarde o temprano lo volveremos a ver. Además de que se presta para un par de generalidades que me gustaría compartir con el lector.

En el programa de mano el director de Sunil nos explica que su compañía había establecido dos líneas de trabajo, una orientada al clown actor y otra a la danza. Tratado sobre la vida conyugal o Percossi Obbligati, como se llamó en un principio, inicia la fusión de ambos, en una muestra más de la flexibilidad de las artes escénicas. Por otra parte, la clownería de Daniele es delicada y emotiva, muy propia de su denominación de la caricia, y aquí cuenta sin palabras una historia más de la pareja, con alguna pequeña crisis, pero con amor entrañable y que se antoja duradero. Posiblemente esta misma anécdota narrada en un texto dialogado y realista carecería del encanto de este espectáculo mudo -con la gracia de percusionista y coreógrafa que esta vez nos impide casi echar de menos la presencia del director y de Dolores Heredia- lo que significa que no es tanto lo narrado, después de todo no existen tantas variantes (y hay que recordar Las 36 situaciones dramáticas de Georges Pólti), sino la manera de hacerlo lo que finalmente cuenta.

Esto último se pone de relieve con otra obra, también acerca de la vida conyugal, en un contexto totalmente diferente, Día de campo del dramaturgo y crítico Fernando de Ita en escenificación de un nuevo grupo, Sombrero azul, que dirige David Hevia es un ejemplo de lo que ocurre cuando las intenciones del autor van por un lado y las del director discurren por otro. Según expresa Fernando de Ita en el programa de mano, su idea era hacer una historieta, a la manera de las tiras cómicas, acerca de Adán y Eva y el incesto -o los varios incestos, que el Antiguo Testamento es bastante prolífico en ellos- del que los creyentes hacen descender a la humanidad. Luego, siguiendo a De Ita, ''la densidad germana (por adopción, acoto yo, porque es mexicano) de Hevia convirtió la sátira de amor prohibido en un melodrama oscuro..." Añada usted la declarada intención, pero escénicamente no lograda, de que Maximiliano de Habsburgo saltara de un paisaje de José María Velasco a la realidad de una mesa en el campo y estará ante un híbrido sin mayor interés, excepto la muy buena escenografía de Mónica Raya que comprende el paisaje de Velasco y un mobiliario que recuerda a Magritte en deliberada contraposición, que ojalá hubiera sido la del montaje.

Fernando de Ita es un crítico de teatro excelente y un gran conocedor de lo que ocurre en éste y en otros países y sin embargo su texto se siente inacabado, un poco por el exceso de términos como coño (y sorprende que el inteligente Fernando confunda éstos con el erotismo lo que estaría muy lejos de hacer el viejo indecente Charles Bukowski, por ejemplo, al que nadie erige como autor erótico, sino como el último ''maldito" e ignoro si ésta sea la apuesta de De Ita), un mucho por el mal oficio que Hevia muestra esta vez, quizás porque se autodirige aunque lo vimos muy bien no hace tanto tiempo como El doliente designado de Wallace Shawn bajo la batuta de Juan José Gurrola. El tema del incesto da para un tono trágico o extremadamente duro -como sería el caso de Tatuaje de Dea Laher- que en este texto y este montaje no se encuentran, así como está lejana la ironía o un pretendido humor negro en el tratamiento de amor condenado y crimen pasional. Hubiera sido muy interesante que el texto original cayera en manos de un director que tuviera las mismas intenciones del dramaturgo para poder analizarlo con mayor propiedad.