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México D.F. Martes 13 de enero de 2004

Teresa del Conde

MAM: el salón Bancomer

Coordinado por dos especialistas: la notable investigadora, curadora y profesora Karen Cordero Reyman, y la también curadora y crítica Itala Schmeltz, esta versión del Salón Bancomer se denomina Aparentemente sublime, título tomado de una de las obras participantes, la de Richard Mosca alusiva a la tragedia de las Torre Gemelas.

Para el el contexto de conjunto (no así para la obra aislada) se soslayó el significado etimológico de la palabra ''sublime", ni siquiera en su acepción sicoanalítica (derivada de la química) y por ello la lectura de la muestra resulta dificultosa, debido sobre todo a la profunda trivialidad que caracteriza a la mayoría de las obras congregadas en la galería Fernando Gamboa del Museo de Arte Moderno (MAM).

La trivia no se refiere a los posibles mensajes que las obras pretenden transmitir, sino sobre todo a las Ƒcoincidencias? o apropiaciones que producen esa conocida sensación de déjà vu, acompañada de la impresión insoslayable de un envejecimiento prematuro que ataca a buena parte de las propuestas de los jóvenes, debido a su deficiente estructuración. Hay raras excepciones.

El ensamble de sillas de Plinio Avila realmente funciona como pieza autosuficiente, lo mismo que la apropiación espacial -un puente de madera- de Mauricio Rocha, que ocupa en su arranque 1/32 del perímetro de la sala. Otros pocos productos se salvan, con todo y las explicaciones adheridas a las mamparas, mismas que pretenden hacer que los objetos allí dispuestos hablen al espectador.

ƑQué sucede?, quizá haya que acudir a filósofos como Schopenhauer, quien en El mundo como voluntad y representación afirma que el ser humano posee una pulsión que provoca que lo meramente fenomenológico trascienda esa condición.

Para armar el mosaico se necesitaría que la impresión de pedacería estableciera conexiones entre esos elementos aislados, personalizados y a la vez comunes y corrientes. Una dificultad más es que artistas consagrados, como Helen Escobedo, Pedro Friedeberg, en cierto grado Antonio Luquín y desde luego Boris Viskin conviven con estas generaciones emergentes.

No se trata, por tanto, de un salón de propuestas recientes de gente joven, cosa que pudo haber paliado la situación. Para colmo, una de las obras ''adultas" que más me movieron a visitar la muestra resultó invisible, porque no se proyectaba. Se trata del video de Lourdes Grobet que abre la exposición recreando desde la contemporaneidad el Hombre de fuego, de Orozco. Y lástima que en este rubro de adultos no fue incluido Felipe Ehrenberg.

Los approaches multiculturales fallan porque el proyecto de amalgamar, mediante retacería visual, arte, historia, sociología, politología, denuncia, feminismo, economía , multimedia, ecología, etcétera, se colocan en una línea de hiperinterpretación difícilmente asimilable. No es que yo rechace lo movedizo o lo que está en vilo entre el simple testimonio y la expresión seudoartística, pero existe un abismo entre, pongamos por caso, Bill Viola y hasta Demian Flores, y las propuestas ready made, tan viejas como Duchamp, pero sin su ingenio y ni siquiera su reciclamiento, que aquí vemos.

Además, la carencia de humor imposibilita siquiera la sonrisa. Sólo Viskin la provoca con Monumento al caballito, pirámide de metal muy esbelta rematada por el consabido vaso tequilero.

Entre lo que vi inscrito en el rubro "nuevas propuestas" (tan antiguas como el Galván) destaco la instalación de la estadunidense Sofía Poeter con base en marcos de retrato y portarretratos que ostentan pliegues realizados con telas de diferentes patterns configurando vaginas.

La subrayo sobre todo porque la mesita de caoba que sostiene los portarretratos es hermosa y dan ganas de poseerla. También las tintas de Patricia Henríquez sobre papel y posiblemente los consabidos árboles bronquiales de Yolanda Paulsen simulando nubes que flotan en cajas de acrílico. Al menos son acordes con el título: El cielo que llevamos dentro.

El sábado que asistí a la muestra encontré deambulando a público muy joven, inclusive un grupo japonés. Eso es lo que preocupa. ƑDónde está el modelo artístico que ellos pueden obtener? Dejaré que respondan las palabras de mi amigo Hugo Hiriart: ''El reino del arte es desesperadamente etéreo y acrobático, sin suelo firme y conclusivo. Pero no es arbitrario. Cualquier artista sabe cuánto desvelo y dificultad hay en dar con el modo ajustado de hacer algo (...) Nadie en ese terreno hace lo que le da la gana..."

Además, para que un museo de arte moderno se comprometa con este tipo de arte, tiene que ser tan amplio como el de Nueva York, o desmantelar la estructura que al menos teóricamente lo define. Quizá el ámbito del Carrillo Gil hubiese funcionado mejor.

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